Se escriben numerosos libros sobre las funciones cerebrales en todo el mundo y los progresos en el conocimiento de los procesos mentales cada vez son mayores.
Ya se conocen las partes del cerebro que están activas cuando una persona lee, piensa o calcula. Se sabe que el lenguaje se produce en diversas regiones de la materia cerebral. El encéfalo funciona como un todo integrado. Como escribe Duran «La TAC permite la visión del cerebro cortado en láminas finísimas y, por tanto, con detalles muy precisos».
El conocimiento del funcionamiento de la cognición está promoviendo un saber más profundo de las peculiaridades de las diversos tipos de talento e inteligencia. Lo que tiene que potenciar el respeto a la diversidad de habilidades y formas de ser y pensar.
Frente a la deshumanización y el consumismo y materialismo existentes saber que somos seres pensantes y sentientes es decisivo de cara a reforzar unos estilos de vida basados en la libertad y en la dignidad y bienestar de todos, sin exclusiones de ningún tipo.
Un problema que plantea acertadamente Duran es que «Más que la adaptabilidad de funciones, lo que nos ha de preocupar es que haya menos reflexión». Esto lo escribe hace unos veinte años y en el año 2020 esta falta de pensamiento es mucho mayor, si se observa la vida social actual con atención. Una parte considerable de la gente no piensa en profundidad y se queda en la superficie de todo.
Por otra parte, los ordenadores y la sociedad digital en la que vivimos pueden utilizarse para controlar a los individuos. Los ciberataques son frecuentes y las estafas y engaños también, por desgracia. Este peligro está a la vista de todos.
Las imágenes no lo son todo, ya que el contenido escrito es muy importante. Es preciso decir en voz alta y de forma muy clara que la cultura escrita es lo que nos salva de la barbarie y de la irreflexión. En la crítica negativa a lo libresco se esconde un desprecio al conocimiento que es irracional. Lo que aportan los libros además de saber es capacidad de análisis haciéndonos más inteligentes. La inteligencia y la sensibilidad están infravaloradas en la sociedad digital consumista en la que existimos. Y esto es, en sí mismo, muy grave, porque es la plasmación de un desprecio a lo abstracto y a la teoría.
Frente a una vida más amplia, coherente y equilibrada, lo que predomina es el consumo de televisión y música sin más. Es la sociedad de la diversión. Es la consigna más común. Parece que el único propósito de la existencia humana es pasarlo bien. Lo demás sobra o es propio de personas excéntricas o raras y no es cierto.
También es cierto que como dice Duran «Nuestro cerebro recibe hoy más información en un día que algunos de nuestros antepasados en toda su vida». Se necesita una sociedad más dialogante y más abierta a las ideas de todos. La libre discusión y las reflexiones son imprescindibles, si queremos una vida más coherente y menos anárquica e injusta. El buen uso del cerebro es, por tanto, esencial para todos.
La mitad de la población en España nunca lee un libro. Con estos datos no es extraño que se minusvalore la alta cultura o las humanidades. Debemos poner en valor la significación de nuestra creatividad que surge del cerebro y es que los pensamientos que elaboramos son fundamentales en todos los sentidos imaginables. La creación de una sociedad cada vez mejor depende de cómo usemos nuestra inmensa capacidad cerebral para el bien. Como señala Duran «Vivimos la era de la prisa: las noticias se explican en esquemas, la gente prefiere los titulares a los comentarios». Esto muestra que hemos cambiado de mundo y de realidad de una manera indudable. Y esta situación se ha acentuado o intensificado con el paso de los años hasta llegar a extremos increíbles.
Por ejemplo, en las redes sociales en muchas ocasiones con una simple frase o con dos o tres palabras se enjuicia o valora algo de modo aparentemente irrefutable. Parece que lo superficial debe aplastar a las explicaciones amplias, extensas y profundas. Pero nunca lo consigue. Se debe volver a una sociedad de las palabras.