Ahora, la Parca, la Muerte embozada en su negra capa, la brillante y afilada guadaña en la mano esquelética, la cuenca de los ojos me mira fijamente rodeada de un extenso paisaje sembrado de cadáveres, de féretros, de mascarillas y respiradores, de médicos exhaustos y contaminados, las mascarillas caídas, los guantes, los gorros, las calzas medio caídas. La muerte me mira y sonríe y veo sus dientes amarillentos en sus esqueléticas encías, y oigo que me dice.
--¿Qué, pequeño aprendiz, pequeño artista, qué pretendes decirme, qué le convence más a tu alma de dramaturgo aquella escena del cine a todo color o esta otra tan maloliente, pues créeme que me molesta tanto el mal olor como a ti esta infamia, pues no todo ha terminado, ahora vienen tres hechos, tres categorías tan reales como yo misma: JUICIO – INFIERNO - y/o GLORIA.
-- Por favor, no te lleves a mi gente querida – balbucee cobardemente.
La muerte soltando una carcajada sonora y estentórea añadió.
-
Eso depende pequeño letrado no de mí, es cosa del de arriba, Él sabía el día y la hora, es Señor de vivos y de muertos
-
¿No era de vivos, solamente?.
-
-- Bueno, yo solo soy una mandada, Él me hizo al hacerme a vosotros.
-
Pensé en los ángeles, pero vi de nuevo a Mesala debatiéndose en la litera y gritando mientras los cirujanos iban a serrarle las piernas desechas y ensangrentadas, tras pasarle dos cuádrigas por encima, en un intento de salvarle la vida.
-
No mires eso, tonto; escúchame. Eres viejo, pero la Reina de Inglaterra no es nada a tu lado, ni Felipe VI, ni tu flamante Presidente, tan alto, tan de cine. Mira, no sois nada, nadie, créeme -.
-
Las cuencas oculares de su cráneo parecían mirarme.
-
-Qué haces, ¿vas a liquidarme?
-
-- Déjame pensar, nlño mal criado, a la muerte no se la interpela –. Escribe antes lo que acabas de ver y envíaselo con tu orgullosa técnica a tus pobres editores, y diles que tampoco son nada, que estén muy preparados pues esta misma noche puedo ir a por ellos…., pero no les digas, por favor, que es el fin del mundo.