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Opinión:

¿Una insurrección postmoderna? Acerca de los “gilets jaunes”
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¿Una insurrección postmoderna? Acerca de los “gilets jaunes

Por Adolfo Vera - Desde Tours, Francia (*)

lunes 10 de diciembre de 2018, 13:39h

10DIC18.- De toda evidencia, el fenómeno de los “gilets jaunes” (chalecos amarillos) franceses reviste una importancia política (y, por qué no decirlo, histórica) mayor.

En primer lugar, por la inaudita capacidad de movilizar grandes cantidades de manifestantes que han sido capaces de sobrepasar con creces las estrategias represivas y de control de la policía, por varias semanas seguidas, y en el centro mismo del poder político y simbólico francés; en segundo lugar, por el carácter desideologizado de la gran mayoría de los participantes, quienes rechazan ampliamente los “cuerpos intermedios” políticos como sindicatos, partidos políticos y, de manera transversal, son fuertemente críticos de toda “representación política”, lo que genera estupor en las clases dirigentes pues no encuentran interlocutores con quienes “negociar”; por último, y entre muchos otros aspectos, destaca el hecho de que se trata de un movimiento que no proviene ni de los grupos obreros ni estudiantiles, los sujetos políticos revolucionarios por excelencia de la modernidad.

Los gilets jaunes –que no luchan, en lo fundamental, por el acceso al trabajo ni por el respeto de los derechos fundamentales, sino por el “pouvoir d’achat”, la “capacidad de compra”- provienen de las clases medias empobrecidas que han visto cómo el Estado francés, desde hace décadas, ha abandonado progresivamente su función asistencial y de bienestar dejándolos en la deriva y en la tierra de nadie (el no-lugar del neoliberalismo) del “emprendimiento” y del “esfuerzo personal”.El actual presidente. Emmanuel Macron, ha querido instaurar una “start-up nation” donde ellos quedan totalmente fuera.

Francia no es todavía un país neoliberal, y el Estado aún mantiene un sistema de ayudas relativamente importantes a desempleados, y a las familias que viven bajo el límite de la pobreza en lo que respecta a vivienda y salud; la educación es gratis. Muy distinta, como se sabe, es la situación en España, Italia o Alemania. Los gilets jaunes no están necesariamente desesperados, ni al borde del abismo de la existencia social; son, como los “sans culottes” de la Revolución de 1789, empleados, micro-empresarios, padres y madres de familia sin ningún signo de “distinción” social, profundamente enrabiados y hastiados respecto a un sistema estatal que no cumple su cometido: devolver en forma de servicios sociales eficientes y en “capacidad de compra” los ya importantes impuestos que pagan. Su rabia se expresa ante todo en las redes sociales, Facebook fundamentalmente, que como sabemos son medios de comunicación particularmente aptos para expresar sin “representación” (sin acceder a la simbólica del poder político) la rabia popular, en medio de contenidos complotistas, llamados a la insurrección, las “funas” como método de enjuiciamiento social –varios diputados del partido de Macron amenazados- y no poca “postverdad”.

La rabia es ante todo contra Macron, que en Francia se lo llama “presidente Júpiter”, y quien desde que asumió la presidencia no ha dejado de expresar su fascinación por los símbolos del poder monárquico, y de manifestar sin reparos su desprecio por las clases medias y pobres que conforman en gran medida los “gilets jaunes”; en varias ocasiones, en estos 18 meses que lleva en el poder, los ha tratado de “flojos”, “asistidos” y poco creativos.

Quitó el impuesto a la fortuna de los súper-ricos del país y al mismo tiempo creó un nuevo impuesto a los jubilados. Simbólicamente, Macron representa el mundo de los “bobós” (bohemios burgueses) parisinos, gente preocupada por el arte, la cultura, que viaja constantemente por el mundo y en París se mueve en bicicleta (una de sus grandes preocupaciones es, por cierto, el calentamiento global). Para ellos, los “gilets jaunes” son incultos, meros consumidores de comida chatarra. Si lucha de clases hay, no es –como históricamente ocurrió- entre los proletarios y los burgueses, sino entre la facción empobrecida de estos últimos, cada vez más numerosa, y aquellos burgueses que se vanaglorian de ser creativos e instruidos, que ven al mundo como una start-up y a la sociedad como compuesta por inteligentes y estúpidos, flojos y emprendedores, asistidos (incapaces) y proactivos.

Estos últimos (piénsese, por ejemplo, en el mundo del arte y la cultura) hace tiempo que se aliaron con los más ricos, y viven (o quieren vivir) como ellos. Macron es algo así como la cristalización suprema de ellos (formado en filosofía y finanzas, rico e intelectual, amigo de artistas y escritores, pero ante todo nostálgico de esos buenos tiempos donde las masas obedecían en silencio las órdenes del rey). La rabia de los chaquetas amarillas es también una forma de venganza.

Esta rabia y esta venganza, este resentimiento –afectos que en cuanto tales se expresan mejor en un momento previo a la representación, la que implica por definición al discurso, al logos, a la dialéctica, es decir, al código político; afectos que se canalizan de modo muy apto en las redes sociales, las que como se sabe no alcanzan, o muy poco, el nivel discursivo propio a la representación-, son estos afectos que Spinoza definía como “tristes”, entonces, los que configurarían un tipo de “insurrección” particularmente postmoderna.

Los gilets jaunes no buscan, en rigor, eliminar a la clase dirigente para instalarse ellos en el poder –rechazan a todos los partidos políticos por igual, y el movimiento no ha demostrado ser necesariamente de extrema derecha, como dijo el gobierno al inicio, para demonizarlo, ni tampoco de extrema izquierda- sino acceder a los beneficios que ellos, los poderosos, gozan. Se trata –no hay que engañarse- de los beneficios del capitalismo. No se busca (al menos hasta el momento, y todo está aún por verse), como quisiera la izquierda populista de Melénchon o de la filósofa Chantal Mouffe, acabar con el régimen neoliberal, sino mantener vigente el viejo capitalismo de Estado a la francesa, con sistema social poderoso.

Que el movimiento haya surgido (para sobrepasarlo largamente corridos los días) del rechazo al impuesto al combustible (en un país donde sólo en París y en las ciudades importantes sigue funcionando un transporte público relativamente eficiente) con el fin de financiar la “transición ecológica” del país, es decidor respecto a un conflicto entre formas de legitimación y visiones de mundo; el de los creativos ricos y cosmopolitas, y el de los provincianos (los sans culottes) que apenas pueden llegar a fin de mes, pero quisieran acceder igualmente al ocio, a los restoranes, al cine, a la vida social que tanto importa a los franceses, pero que suele ser muy cara.

El renunciado ministro de la transición ecológica, Nicolás Hulot, lo dijo (desde la vereda macronista) en los siguientes términos: no se trata sólo de preocuparse del fin del mes, sino del fin del mundo. Es fácil decirlo- dirían los gilets jaunes- cuando se tiene un sueldo de ministro.

En un país cuya identidad moderna surge de una Revolución, el momento insurreccional está siempre a la mano, y si se trata de desempolvarlo para vengarse de un Presidente-Rey egocéntrico y despectivo de todos aquellos que no han pasado por una “Grande Ecole” (donde, desde Napoléon, se forman las élites dirigentes), y como estamos viendo ahora mismo, así será. Macron en este sentido tiene completa razón de sentir el miedo que todo indica está sintiendo ahora mismo. Respecto al destino del movimiento, este tal vez se jugará en la capacidad que tengan los gilets jaunes de inventar un modo de organización que, sin pasar necesariamente por la representación, logre dejar ese mundo de pasiones tristes, “funas” y complotismos varios que es Facebook. Todo pasará por el “contenido” que pueda agregarse al movimiento. Es una exigencia de invención de nuevas formas de hacer político, más allá de la rabia y del resentimiento. Nada asegura que lo logren, pero tampoco que fracasen. Todo queda aún por verse.

(*) Adolfo Vera es Doctor en Filosofía y Profesor

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