Este asuntito de las denominadas “buenas costumbres sociales” me tiene hasta más arriba de la coronilla. No puedo más que encontrar razón a la rebeldía de nuestras juventudes, que de tanto oponerse a tales normas inservibles e intolerables, se transforman en verdaderos y totales anarquistas. Los reglamentos absurdos provocan que no acepten ninguno, incluyendo los que sirven, como el orden, la limpieza, la compasión y el protegerse las vidas mutuamente, por nombrar los más básicos, necesarios para permanecer en el grupo de los sobrevivientes.
Inventaron que es mala educación estirarse para irrigar la sangre por la columna hasta la cabeza. ¡Mala educación! No se debe apoyar los brazos completos sobre la mesa, aunque al obedecedor le tiemblen las manos intentando que la comida pase de la cuchara directo a la boca. ¡Mala educación! No agarrar la comida con las manos. ¡Qué rotería! No embarcarse en discusiones con los superiores. ¡Qué falta de respeto! No se pretenda dar lecciones a niños ajenos (aunque se pudiera) ¡Qué impertinencia!
Así como se renueva el lenguaje, la moda, las casas, los muebles, los medicamentos y hasta las enfermedades, las normas de conducta social no se quedan atrás. Cada cierto tiempo se incorporan nuevas y absurdas normas, que más que ayudar a nuestra naturaleza humana, tienden a uniformar a la gente como si fueran bestias marcadas, para hacer más fácil el manejo del rebaño parejito y obediente por el sendero.
Curiosamente, en este continuo desafío por erradicar lo que se ha establecido, se ha cargado la balanza hacia lo que nos hace mal. Por ejemplo, la gente se siente con derecho a conducir su auto cantando y bailando, borracha, drogada, hablando por el móvil, etc. Total así mandan las películas. Pese a que las mismas costumbres sociales nos hacen sentir que el tiempo es escaso, en otro sector de la sociedad, donde abundan las lámparas mágicas (hacedoras de tiempo) obtienen las suficientes horas libres para dedicarlas a abominar a algún individuo al azar, alguien que se esté destacando en lo convencional o alguien que parezca normal ante la antigua consideración. Si se entra en discusiones por defender o elogiar a alguien que se lo merece, se es un arrastrado, una especie de “nerd”, pero si se lo pifia se es bacán. Si se hacen cosas tiernas o alegres se es huevón y si se arremete contra un bonachón se es digno de reconocimiento social. Así lucen los activistas de esta rebelión en las redes sociales: de la mano con la maldad y en permanente antagonismo frente a lo justo “a la antigua”.
Entre las cosas prohibidas en esta nueva reglamentación de “los años diez”, es hacer el ridículo aplaudiendo en el cine, bajo la lógica de que los gestores de nuestra iniciativa no oirán tales palmas chocándose entre sí con fuerza y entusiasmo. Olvidan que el aplauso es una manifestación, no sólo de aprobación, sino de júbilo por algo gratamente vivido.
Fue lo que sentimos con mi marido tras disfrutar la película en cuestión y la aplaudimos con hartas ganas. ¡Excelente puesta en escena!
Primavera lejos de ser bacán.