Marta Arespacochaga Llópiz (Madrid, 1958) entrega hoy el retrato de la reina Doña Leticia para el Ayuntamiento de Marmolejo, en una ceremonia que contará con la presencia de su alcalde, concejal de Cultura y Mayte Spínola, fundadora del PAC. Seguidamente en el Museo Mayte Spínola se presenta al público el gigantesco cuadro El Cristo de los cuatro elementos. Los retratos de esta pintora figuran hoy en museos y castillos como el de los condes de Walburg-Zeil Hohenems en Austria, que fueron muy elogiados por sus dueños.
Los que tenemos casa en El Escorial, conocemos la de los Arespacochaga, donde la familia de Marta, familia de nueve hermanos, que pasaba los meses de estío en el Real sitio durante la infancia. La madre, Marta Llópiz, pintaba como los ángeles, pero sus nueve niños le absorbían demasiado como para hacer exposiciones. En la familia materna de Marta siempre ha dado cosecha de pintores, grabadores y militares.
Después de la meseta castellana, la familia Arespacochaga se iba al mar, al mar, la Mar como la llamaba el padre, don Juan Arespacochaga, ingeniero de Caminos y economista, además de alcalde. Con él hicieron preciosas singladuras en un barco carbonero que rescataron de un desguace y que luego rehicieron completamente. Mayte Spínola y su marido Graciliano Barreiros los recibían en la cala Barreiros, cerca de su preciosa casa en Sol de Mallorca, donde también los visitaban amigos, como Don Juan Carlos y Doña Sofía, entonces Príncipes de España –extraño título que no había existido nunca en la pasada Historia de España- o la Infanta Doña Pilar que, con su desparpajo, lo llamaba “el barco pirata de los Arespacochaga”, por su casco negro y velas rojas al viento.
Ella, Marta Arespacochaga, sabe ganarse la vida; es técnica de empresas y actividades turísticas, y ha dado cursos de protocolo y cocina, por domina estas materias, pero el arte, la pintura y sobre todo el retrato de encargo es lo que le atrae y absorbe. Los destinos diplomáticos de su marido, el embajador Mazarambroz le ha hecho conocer geografías diversas en Europa, Asia y África. Han sido 40 años de la Ceca a la Meca. Mauritania y todo el Magreb le fascinó. Los tuaregs, hombre azules del desierto que conocen a todas las estrellas por su nombre, le magnetizaron. Allí comió chuletas de camello a la brasa y vasos de té árabe.
Sus ojos de pintora, quedaron atrapados por los matices de los distintos desiertos con el calor del día y el frío de la noche. Su pintura ha registrado estas impresiones y sensaciones, al igual que las escenas de polo, deporte que su hijo Miguel –su mano derecha en Informática- lleva a cabo en Austria y Asturias. Una de sus hijas vive en Viena, ciudad a la que la pintora vuela con periodicidad y de donde le surgen encargos. Su hijo Alejandro sigue la veta diplomática.
Marta es inteligente y sabia, porque ha ido filtrando las ricas y complejas experiencias de su vida para alcanzar una plenitud como persona y como artista. Una mujer que sabe compartir cordialmente su palabra, su trato y su arte con los demás y eso la hace grande.
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