No olvidemos que, en sentido estricto, hoy hablamos español y no castellano, aquella lengua romance que se desgajó del latín, cuyos primeros vagidos aparecieron en el códice emilianense del siglo XI. Aunque en España lo denominemos castellano para diferenciarlo de las otras hermosas lenguas peninsulares.
La defensa de la lengua vernácula es una sabia decisión, porque cada lengua conforma una filosofía de vida, pero la defensa a ultranza contra otra lengua hermana o la manipulación de la propia para alejarse de la vecina, solo indica inseguridad evidente, complejo bastardo, inferioridad obvia y manipulación de la vida y diccionario de esa lengua.
Los nacionalistas vascos crearon en el laboratorio político el batúa, una lengua vasca común, porque la realidad era que el vasco se hablaba de forma muy distinta y dispersa en distintos caseríos. Como era una lengua muy rural, le faltaba la profundidad del origen latino para precisiones y matices como jurar y ratificar. No digamos para las palabras tecnológicas recientes. Pues bien, con el complejo que caracteriza a los nacionalistas, eligieron las palabras que menos se parecían al castellano, para alejarse así de la difundida lengua de Castilla.
Los miembros del Partido Nacionalista Vasco, PNV, viajaron a Israel en los años 80 para conocer los métodos de como habían impuesto el hebreo a todos los judíos que llegaron de la diáspora.
Suponemos que a la hora de estudiar la historia de esas lenguas manipuladas por los políticos, no se olvide mencionar esos experimentos de laboratorio político para la deriva de las lenguas vernáculas.