A mediados de abril, la primera ministra británica, Theresa May, anunció que, en medio de las largas caminatas que tuvo durante sus vacaciones en Gales, había decidido convocar elecciones en junio, tres años antes de la fecha programada después de la victoria arrasadora de su partido en 2015. “El pueblo le dio al gobierno la tarea de salir de la Unión Europea y le voy a pedir que pongan su confianza en mí para asegurar que logremos el éxito”, dijo May, quien en ese entonces creía que podía repetir la hazaña de los conservadores en las últimas elecciones generales.
En 2015, el partido del entonces primer ministro, David Cameron, quedó en el poder con 330 de las 650 sillas de la Cámara de los Comunes y con la tranquilidad de poder deshacerse de la coalición que le había permitido gobernar durante los últimos años. La última vez que los británicos habían ido a las urnas, en 2010, ningún partido logró una mayoría contundente y los conservadores se habían tenido que aliar con los liberales demócratas para quitarle el poder al Partido Laborista, a la cabeza de Gordon Brown.
La falta de claridad de los conservadores a la hora de interpretar la victoria de 2015 fue clave en sus dos últimas derrotas electorales. Primero le pasó a Cameron cuando enceguecido por el triunfo convocó un referendo para decidir si el Reino Unido permanecía o no en la Unión Europea. Cameron le apostó a una fuerte campaña por la permanencia de su país en Europa y cuando el 52 % de los votos estuvo en su contra, su error de cálculo terminó dilapidando su carrera política. En las elecciones de ayer, su sucesora, Theresa May, acaba de cometer el mismo error, ya que no obtuvo la mayoría absoluta en el parlamento (326 escaños).
Después de repetir hasta el cansancio que no iba a convocar elecciones anticipadas, en abril, May llamó a los británicos a las urnas con la plena seguridad de que iba a obtener un resultado favorable. Las encuestas de ese entonces la respaldaban con una ventaja de 20 puntos porcentuales por encima del Partido Laborista, su principal contendor.
En menos de dos meses, la figura de May se fue desinflando mientras viajaba por el país repitiendo la promesa de un liderazgo fuerte y estable. Primero vinieron las rectificaciones acerca de la política tributaria que proponía el manifiesto de su partido y después llegaron los ataques terroristas. Los ataques de Londres y Mánchester pusieron bajo la lupa su decisión de recortar el presupuesto destinado a la seguridad cuando era ministra del Interior y la llevaron a prometer, en el último tramo de la campaña, que modificaría las leyes que protegen los derechos humanos para facilitar la lucha contra el terrorismo.
May repitió la historia de su antiguo jefe en una jornada en la que el único gran ganador fue Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista. Corbyn llegó al liderazgo de su partido después de que las grandes figuras del laborismo, que se sostuvo en el poder durante diez años a partir de 2005, habían fallado en responder a la crisis económica y al creciente descontento por la participación del Reino Unido en los conflictos bélicos a los que EE. UU. los arrastró en Oriente Medio.
La llegada de Corbyn a la cabeza del laborismo, elegido por el voto de cientos de jóvenes que se unieron a las filas del partido, fue fuertemente controvertido por los parlamentarios laboristas cercanos a las políticas de centro y las medidas neoliberales que defendió su último gran líder, Tony Blair. Al contrario, Corbyn defiende una agenda progresista que traía propuestas rompedoras, como la gratuidad en las tarifas de educación universitaria y mejoras pensionales.
Corbyn supo leer rápidamente la temperatura política del país tras el referendo del Brexit y, después de haber hecho campaña para que Gran Bretaña se quedara en Europa, entendió que los laboristas debían volcarse a la clase trabajadora que se sentía marginada por los políticos tradicionales. “Sea cual sea el resultado final, nuestra campaña positiva cambió para bien la política”, dijo el líder laborista en su cuenta de Twitter, antes de conocer que su campaña, alejada de los formalismos, le entregara a su partido el mejor resultado en 12 años. El futuro de Gran Bretaña en las negociaciones en Bruselas es incierto, pero está claro que está muy lejos del que los conservadores imaginaron.