Aquellas imágenes, tras reproducir con suma precisión el diseño de los anillos en forma de surco sobre un disco de vinilo, la audición desveló por sorpresa, un fragmento de la Ofrenda musical, una de las composiciones más enigmáticas y esotéricas de Juan Sebastian Bach.
El índice del libro recoge epígrafes sugerentes como: El rey los planetas, Músicas para la eternidad, Cantan las piedras, Las inacabadas de Schubert; La “música secreta” del duque, El Tao de Mozart, Sonidos en un paisaje de nieve, Canciones de abajo y de arriba, Temperamento negro, La catedral sonora, Voces interiores, Los silencios de Sibelius y un tema que no aparece, Voces del agua, En busca de las nifas, Por qué cantan los pájaros…
Todos estos capítulos son pequeños artículos o ensayos de alguien que sabe música, que indaga y lo cuenta con la gracia de un narrador.
“Decía Rilke que la música es a la vez melodía y universo (Tönem und All).Estarían presentes en ella dos vertientes indisociables: una visible producto de la acción e invención humana, y la otra invisible, un principio de resonancia cósmica que entrelaza cosas distintas en el tiempo el espacio y la forma , englobándolas en un todo ordenado”, dice Russomanno en el preludio.
La música es un principio de resonancia cósmica afirmaban los pitagóricos, la música entrelaza cosas distintas en el tiempo, el espacio y la forma, englobándolas en un todo ordenado. Como crítico musical, Stefano Russomanno ha hecho investigaciones y experimentos, recorriendo épocas y compositores diferentes para tratar de explicar esa “música invisible que envuelve el espacio y lo existente.
“La armonía invisible es más fuerte que la visible” dejo dicho Heráclito. Los antiguos hablaban de la “armonía de las esferas”, la música inefable que se consideraba producida por la rotación de los cuerpos celestes, cuyos sonidos serían la emanación abstracta de oden y del movimiento bien regulado que gobierna el Cosmos.
“El que ve solo notas, no ve música” dice Francisco Guerrero, y esta cita abre el libro de Russomanno.