La derrota de la ciudad arévaca en el 133 a.C., tras una resistencia que se dio en llamar por su fiereza “numantina”, ponía fin a las llamadas Guerras Celtibéricas, que traían en jaque al Imperio desde el 182 a.C., en toda la zona de la Meseta Oriental y el Sistema Ibérico. Los celtíberos, pueblo aguerrido y con un alto sentido del honor, sólo pudieron ser reducidos –al cabo de dos décadas de lucha- por hambre y tras un terrible asedio. La mayoría prefirieron, ante lo inevitable de su suerte, darse muerte antes que ser sometidos a la esclavitud. La disparidad de fuerzas da la medida de la enormidad de su lucha, apenas 4.000 guerreros arévacos, frente a un ejército de 60.000 soldados, incluidos los aliados indígenas. En tierras sorianas nacía el mito.
Así es, ya el historiador Floro, en el siglo II d.C. se hacía eco de la épica resistencia con estas palabras “Numancia, así como en riqueza fue inferior a Cartago, Capua y Corinto, en fama, por su valor y dignidad, fue igual a todas, y por lo que respecta a sus guerreros, la mayor honra de Hispania”. Floro se hacía eco del historiador de cabecera de la familia de los Escipiones, Polibio, y sirvió también de inspiración para otros historiadores como Tito Livio. Y es que se hacía necesario a los vencedores poner en valor el coraje de un pueblo, que había conseguido mantener en jaque al Imperio durante tanto tiempo, y que obligó nada menos que a recurrir al vencedor de Cartago, para triunfar donde otros antes que él habían fracasado.
Publio Cornelio Escipión tuvo claro, desde el primer momento, que no podría triunfar en batalla campal, por lo que decidió establecer un férreo cerco a la ciudad, levantando siete campamentos a su alrededor. Tan estrecho fue, que los sitiados apenas tuvieron oportunidad de salir en busca de auxilio entre los pueblos vecinos. Únicamente el numantino Retógenes logró zafarse, pero sin éxito, ya que tan sólo encontró el apoyo de los jóvenes de Lutia, quienes sin embargo, fueron traicionados por sus mayores, temerosos de enemistarse con Roma, siendo castigados amputándoles las manos.
Siglos después, nada menos que Cervantes escribió una obra teatral, la Numancia, cantando la gesta del noble pueblo numantino. Sin embargo, al cabo de los milenios, las ruinas de la vieja ciudad arévaca, próxima a la localidad soriana de Garray, apenas recuerdan el episodio. Cuando en nuestro país se magnifican tantas cosas superficiales, bien merece la pena aprovechar la efeméride para ensalzar un hecho histórico que debe ser motivo de orgullo para todos los españoles.
Dentro de las actividades que se han programado para la ocasión, conviene resaltar la exposición que acoge, en el Museo Regional Arqueológico de Madrid, sito en Alcalá de Henares, y hasta el próximo 9 de julio, una interesante exposición entorno a la figura del historiador alemán Adolf Schulten, auténtico descubridor de Numancia, por sus trabajos y excavaciones realizados a principios del siglo XX. El Museo muestra alrededor de 500 piezas llegadas desde Alemania y nunca antes vistas en nuestro país. La exposición continuará, a partir de julio, en Soria.