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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan”

Verano del 84

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

sábado 17 de enero de 2015, 04:15h
Verano del 84

Veníamos de Nueva York y en Miami hacía un calor de muerte. Mi hermana y yo dormíamos en sendas camas anchas con mosquitero y un enorme ventilador encima de aspas grandes y movimiento lento. Recordaba vagamente a Tennessee Williams y “La noche de la iguana”, también “Un tranvía llamado deseo”. Emmita, la sobrina de Chucho estaba en todo su esplendor con el acento cadencioso de La Habana y los modales yanquis de donde venía.

El hotel creo que era blanco, quizá como la Casa Blanca de Washington, lo bueno de mi edad es que no te acuerdas bien de todo y eso le da salero a los recuerdos.

Quizá el hotel estaría un poco más desconchado o destartalado que la casa de los presidentes, pero de lo que no me olvido, de lo que jamás me olvidaré fue de la habitación de la madre de Chucho, esto es de la abuela de Emmita, de su abuelita.

Doña Victoria – así se llamaba – tenía una habitación espaciosa, un amplio dormitorio provisto de un potente motor de aire acondicionado. En Miami pasábamos de los coches refrigerados a los hoteles y de estos a las cafeterías y finalmente a la playa de arena blanquísima y aguas azules y trasparentes, calientes como si se tratara de un bidet o de una bañera inmensa. El calor era tan sofocante que la líbido estaba algo apagada, si no aquello hubiera sido tremendo. Al fondo, en el horizonte del mar siempre se divisaba o se adivinaba un tornado, un tifón que se estaba formado.

Bien. Doña Victoria, que así se llamaba, era bajita, quizá algo regordeta, de pelo muy negro, ensortijado y brillante, los labios pintadísimos y enormemente maquillada, siempre la recordaríamos así. Era como una muñeca de edad intemporal a causa del maquillaje tan espeso.

Pero su dormitorio además de estar permanentemente refrigeradísimo, tenía una cocina en una esquina, un lavabo o ducha en la otra, una mecedora, una alacena, un baño, la consabida televisión de aquellos tiempos y eso sí la enorme cama sin mosquitero, pues aquello era una antesala del Polo Norte a fuerza de un gasto tremebundo de fluido.

La hicimos la visita, larga visita, ella estaba como casi siempre en cama y muy sonriente y muy pintada, respondía a nuestras frases y Emmy tan guapísima miraba con arrobo a su abuelita.

-- Nunca sale de aquí. Aquí vive, ¿sabes?

-- Mamá hace tres meses que no sale al pasillo - susurró Chucho con cara de abatimiento.

-- Para qué va a salir – comenté yo – con el calor que hace ahí fuera.

Efectivamente, Victoria hacía su vida en aquella habitación, en la habitación de aquel hotel y si necesitaba algo que deseara, que no tuviera apretaba el botón de la mesilla y una mucama la traía lo que necesitara, el New York Times o una coca cola.

Aquel ambiente un poco empalagoso, dulzón, junto al Caribe, al Caribe de Hemingway y de Truman Capote, se trasformaba en leyenda en la alcoba superrefrigerada de la abuela de Emmita, mujer salida como de un cuento de García Márquez pero tan real y tan inaudito a la vez como la más portentosa de las invenciones literarias. Una mujer, casi una vieja, no se sabía y nunca más se supo, en las entrañas de un enorme hotel blanco junto al Caribe, reproduciendo quizá el clima de la Asturias de donde provenía toda su estirpe.

Fue una visita larga, un par de horas en aquel dormitorio las que estuvimos con doña Victoria, allí a los pies de su cama tan enorme y colonial, mi hermana, Emmita, yo y Chucho, su hijo el dentista, con su esposa Amparito.

Fue un tiempo inmemorial, detenido, la mitad de la vida donde todo parece estancarse y el tiempo no correr. Por la noche, oyendo a los lagartos, a las iguanas o a extraños animales, veía tumbado sobre la cama despierto el lento girar de las enormes aspas, mientas notaba como las gotas de sudor resbalaban lentamente por mi cuello y era incapaz de pensar en nada como no fuese en aquellos relatos leídos hace tiempo y ambientados en el Sur de aquel país tan grande donde las personas podían vivir y morir sin llegar a salir de su dormitorio.

(*) Germán Ubillos Orsolich

Nació en Madrid y es Premio Nacional de Teatro. Premio Guipúzcoa de Teatro, Premio Provincia de Valladolid de Teatro, Premio Julio Camba de Periodismo, Premio “Correo Español – Pueblo Vasco” de Periodismo, Premio Ciudad de Zamora de Periodismo, Finalista Premio Nadal de Novela, Guionista de Televisión Española Espacios Dramáticos. Es autor de varias novelas entre ellas: “Largo Retorno” (Con filme de Pedro Lazaga y música de Antón García Abril) “Proyecto Amenazante”, “Cambio Climático”. “Cambio Climático – Los Supervivientes”, “Cambio Climático – El Retorno” (Trilogía),(Ed. Entrelíneas Editores), El viajero de sí mismo”, “Malín”, “La Peste Negra – Vida más allá de las estrellas”, “La calle de los Amores” (biografía), “El hielo de la Luna”, “Los desiertos de Marte”, “La calle de los amores “(Memorias).- Ed. Belgeuse, “ Más allá del Purgatorio (Novela), Ed Belgeuse , “La Infancia Mágica “ (Biografía).- Ed. Belgeuse Es autor teatral y algunas de sus obras son: “La Tienda” (Ed. Escélicer)- Premio Nacional de Teatro, “El llanto de Ulises” (Ed. Escélicer)- Premio Guipúzcoa, “El Cometa Azul”, “Gente de Quirófano” (Ed. La Avispa) Premio Provincia de Valladolid, “Los globos de Abril” (Ed. Escélicer)

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