Después de la muerte, el alma pasa a los ámbitos del más allá. Si va a niveles inferiores porque está muy cargada, entonces se encuentra aún en la rueda de la reencarnación, es decir del nacer y morir repetidamente. Si se ha tornado más luminosa, entonces se ha liberado de la rueda de la reencarnación y asciende a niveles más altos, a los llamados niveles de preparación, para dirigirse desde allí paso a paso al Hogar eterno.
Ninguna energía se pierde, tampoco la energía de nuestros pensamientos positivos o negativos, la de nuestras palabras o formas de actuar. Las energías que hemos emitido ya sean positivas o negativas, tienen un efecto en nosotros mismos, pues con ellas hemos impreso un sello en nuestra alma. Este sello o grabado energético permanece en el alma también después de la muerte. De hecho cada alma está envuelta por todos los grabados que como hombre realizó y a estas envolturas las llamamos «vestidos» del alma.
Seres divinos, hermanos y hermanas espirituales, seres puros, instruyen al alma y le prestan ayuda para liberarse de dichos vestidos, es decir de los diferentes grabados pecaminosos excesivamente bajos o humanos. Y cuanto más coopere el alma para liberarse de estas capas en los niveles de purificación, más rápidamente se tornará ligera y luminosa.
Luego el alma decide si continuar su proceso de limpieza en los planos de purificación o encarnarse una vez más para eliminar los restos de sus faltas, ya que en la Tierra esto va posiblemente más rápido. Algunas almas obstinadas dicen: «No creo en lo que se me explica aquí; a mí me atrae la Tierra». Pero a una nueva encarnación en la Tierra puede irse otra vez, si se gesta un cuerpo humano que corresponda a lo que hay registrado en ella, a lo que está activo en su grabado. De esto resulta que en nuestra vida actual ya imponemos un sello al cuerpo y al rumbo que tomará la vida en futuras encarnaciones. Éste es el supuesto de cuando el ser humano no se entrega a la purificación del alma, sino que en este mundo infringe constantemente la ley del amor, de la libertad, de la unidad o fraternidad.
¿Pero cómo salimos de este ciclo de morir y nacer, de permanecer al otro lado en los reinos de las almas, de volver a nacer y de volver a morir? El Sermón de la Montaña de Jesús de Nazaret es la clave, la norma de conducta ideal para nuestra forma de pensar y de vivir el día a día. Hemos recibido entonces reglas valiosas: Los Diez Mandamientos y las enseñanzas de Jesús, si las seguimos paso a paso se purifica entonces nuestra alma.
Un lema simple pero eficaz podría ser: Lo que no queremos que nos suceda a nosotros, no debemos causarlo ni a nuestro prójimo ni a los animales ni a la naturaleza. Si obramos de forma correspondiente, nuestra alma se va liberando lentamente de sus cargas.
Tan pronto como el alma esté más clara y no tienda más a una nueva vida en la Tierra, se podrá limpiar en los ámbitos de purificación que están destinados en el más allá para las almas, desde allí puede volver paso a paso al Hogar del Padre, a su eterna existencia primaria, a su eterno Hogar originario.