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RELATO CORTO

Sorpresa

Por Verónica Ruiz Andreani - desde Santiago de Chile.

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h


Mis abuelos están de aniversario de bodas. Cumplen 50 años. Mis padres y unos tíos organizan hace meses una fiesta sorpresa; ayer nada más llegó un hermano de mi madre de Francia, el hijo menor de mi abuela, con el que habla por teléfono a menudo. Siempre, después de colgar, mi abuela llora. Al ver sus fotos también llora. No se ven desde hace demasiado tiempo, más de diez años. Yo ni siquiera nacía.
La llegada de mi tío realmente para mis abuelos viene a ser una verdadera sorpresa, digamos la guinda de torta. De hecho, se discute si se debería o no meter el tío en la torta, o sea, esconderse dentro, para, a su debido momento salir desde el medio como una conejita playboy destapando una botella de champán. Las opiniones familiares están divididas, pero yo soy partidaria de que se meta.

La fiesta se viene con todo. Contrataron a una banquetera, a unos mozos, a un cura para que oficie la misa y a un maricón para que decore mi casa, la elegida para la fiesta. A fotógrafos no porque para eso, estamos los nietos.

Mi madre ha ido a buscar a mis abuelos, les ha dicho una mentira a fin de sacarlos de de su departamento sin que sospechen nada.

Sus atuendos están escondidos en el clóset. La casa está oscura. Mi tío está dentro de la torta, una torta enorme, y grita que le lleven cerveza a cada rato. Los invitados se esconden por toda la casa, distribuidos algunos debajo de la mesa, detrás del sillón, de las puertas, las cortinas. Cuchichean, se ríen, hablan brevemente por celular, tosen, se hacen callar.

Silencio. Llegaron. Entran. Alguien enciende las luces y gritan sorpresa. Las cornetas empiezan a sonar, lanzan challas al aire, serpentinas a las caras y en medio del jolgorio de abrazos y felicitaciones, se pierden y ya no los alcanzo a ver sino hasta cuándo van apurados subiendo las escaleras, arriados por unas tías como si fueran un par de retrasados mentales sin poder de decisión. Ellas dicen: Nos vamos a cambiar de ropa y bajamos altiro. En tanto el tío sigue gritando que le lleven cerveza.

La abuela se ve como disfrazada, el abuelo igual. Les noto extrañados, retraídos, será que están nerviosos, incómodos. Dicen que no se esperaban esta sorpresa, y eso que aún no reciben la grande.

Al poco los acercan a la torta, y, de pronto, mi tío emerge desde el medio del merengue todo sonrisa, los ojos brillosos, transpirado sosteniendo la botella de Dom Pérignon. Mi abuela lanza un grito de la madre y se desploma en el piso para no volver a pararse.

 

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