Este pueblo de resonancia universal, que la literatura inmortalizó como el lugar donde vive el alma de Dulcinea, es también el refugio donde este cervantista, humanista y estratega cultural medita sobre otro lugar del mundo que respira Quijote a cada paso: Guanajuato, la ciudad mexicana que, hace justo dos décadas, fue reconocida como Capital Cervantina de América, no solo por su historia, sino por su voluntad férrea de hacer de la cultura una política sostenida, transversal y profundamente transformadora.
Redondo Benito, que ha acompañado ese proceso desde sus primeras gestas institucionales hasta los logros actuales, no necesita grandilocuencia para exponer la dimensión de lo conseguido. Su mirada, sin estridencias, revela la convicción de quien ha visto de cerca cómo se construye un legado cultural no en los grandes escenarios, sino en las bibliotecas, en las aulas, en las calles empedradas donde los jóvenes representan entremeses, en los museos que dialogan con el tiempo, y en las políticas públicas que, cuando están bien pensadas, trascienden gobiernos para convertirse en pactos éticos con la ciudadanía.
“Guanajuato es, hoy por hoy, una de las ciudades más cervantinas del mundo. Y lo es no porque se haya colgado el nombre de Cervantes como medalla cultural, sino porque ha hecho de su legado una manera de construir identidad, ciudadanía, desarrollo sostenible y cohesión social. Es un modelo para América Latina y, diría sin temor, para muchas ciudades del mundo que buscan en la cultura algo más que espectáculo: buscan sentido”, afirma Redondo Benito mientras camina por las mismas calles donde Cervantes imaginó a su heroína literaria.
Hablar con Fernando Redondo es descubrir el poder político del humanismo, la estrategia del pensamiento lento, la eficacia de la cultura trabajada sin aspavientos. Lo que él ha hecho por Guanajuato no siempre ha estado en los titulares, pero sí en los pliegues decisivos de su historia reciente: desde la elaboración de documentos estratégicos y diagnósticos culturales, hasta la articulación de redes entre España y México, pasando por la promoción de proyectos con impacto comunitario que consolidan el cervantismo como una plataforma ética, educativa y de futuro.
“Una ciudad no es cervantina porque repita el nombre de Don Quijote. Lo es cuando convierte los valores de su autor —la justicia, la dignidad, la imaginación, la libertad, la compasión— en pilares de su desarrollo. Guanajuato ha sabido entender eso. Por eso, después de veinte años, no celebramos solo un aniversario: celebramos una manera de vivir la cultura que ha demostrado que sí hay otra forma de habitar el mundo.”
Redondo Benito recuerda bien el momento en que Guanajuato fue proclamada Capital Cervantina de América. Aquel acto, que pudo parecer en su momento un gesto simbólico, activó en realidad un compromiso de largo plazo. A diferencia de otras capitalidades culturales que se desvanecen con los cambios de gobierno o con la volatilidad del mercado cultural, Guanajuato sostuvo el proyecto como una columna vertebral de su identidad. Lo hizo desde sus instituciones educativas, como la Universidad de Guanajuato, con su inigualable Teatro Universitario, cuyos entremeses cervantinos han sido recientemente reconocidos como Patrimonio Cultural Intangible. Lo hizo también desde sus instituciones culturales, como el Museo Iconográfico del Quijote, un espacio único en el mundo que no solo custodia una de las mayores colecciones iconográficas sobre Cervantes, sino que también funciona como foro vivo de pensamiento, como ágora contemporánea donde las ideas cervantinas se actualizan y se discuten desde América.
Imposible hablar del cervantismo guanajuatense sin invocar la figura del gran Eulalio Ferrer Rodríguez, el exiliado español que encontró en México una segunda patria y en Guanajuato el lugar ideal para sembrar el legado del Quijote como ética del porvenir. Para Redondo Benito, Ferrer no fue solo un mecenas o un amante de los libros, sino un intelectual de acción, un visionario que entendió que Cervantes podía ser más útil en una política cultural bien planteada que en las vitrinas de una academia ensimismada. “Eulalio Ferrer supo ver antes que nadie que la cultura no es un adorno, sino una necesidad estructural. Lo que él sembró en Guanajuato no fue un museo: fue una forma de pensar la vida”, afirma con reverencia.
Desde El Toboso, Redondo Benito propone una mirada estratégica que va más allá de la celebración. Cree que el vigésimo aniversario debe ser la ocasión para plantear una agenda iberoamericana del cervantismo contemporáneo. No como un fetiche nostálgico, sino como una plataforma de transformación. En sus palabras, Guanajuato debe ser sede de un Observatorio Cervantino Global, que articule ciudades, universidades, museos, centros educativos, escuelas públicas y comunidades de lectores. Propone también que se consolide una Red de Ciudades Cervantinas que promueva el intercambio de buenas prácticas culturales, y que el Museo Iconográfico del Quijote se convierta en centro de pensamiento con programas académicos, residencias artísticas y cátedras compartidas entre América Latina y Europa. La cultura cervantina, dice, tiene el poder de generar desarrollo sostenible, inclusión social, turismo responsable y formación ciudadana.
Porque lo que ha hecho Guanajuato en estos veinte años no es reproducible solo con recursos, sino con visión y voluntad política. Ha demostrado que el teatro universitario puede ser una escuela de ciudadanía, que los museos pueden ser lugares de pensamiento crítico, que la literatura puede articular comunidades, que la historia puede ser motor de futuro. En un continente donde tantas veces se ha visto a la cultura como adorno, Guanajuato ha mostrado que puede ser estructura. Y en un tiempo donde el ruido amenaza con desactivar el pensamiento, la apuesta cervantina de esta ciudad se erige como una respuesta silenciosa pero firme: se puede vivir mejor desde la cultura.
Al despedirse, Fernando Redondo Benito mira el horizonte manchego como quien contempla, al mismo tiempo, dos orillas del mismo sueño. En su voz no hay nostalgia, sino certeza. La certeza de que Guanajuato, a veinte años de haber sido proclamada Capital Cervantina de América, no ha agotado su destino: apenas lo está comenzando a escribir.
“Cervantes sigue vivo en cada calle de Guanajuato. Pero más allá del símbolo, lo que está vivo es la esperanza de que la cultura no es un lujo: es un derecho. Guanajuato lo ha demostrado. Ojalá muchas otras ciudades sigan su ejemplo. América lo necesita. El mundo lo necesita.”
Y tal vez, como soñó Don Quijote, también nosotros.
Si (
No(
