En La Horizontal y su paseo entre pinos, jaras y tomillos, paseaba yo con frecuencia en soledad o en compañía de algún que otro amigo o de mi maestra Pepi. Muchos de ellos ya están en la otra orilla, y me hace pensar acerca de la fugacidad de la vida y de su belleza, que a veces me parece un sueño, como la definía Calderón, cortado de repente por la muerte.
Tengo ya ochenta años y cumplo 81 el próximo doce de abril. Han pasado muchas cosas, algunas maravillosas y otras dolorosas, pues la vida es así. Me casé y por dar gusto a mi esposa comencé a veranear primero en El, Espinar, después en Benicassim y finalmente en un hotel precioso casi a dos mil metros de altitud en el municipio de San Rafael. Como pueden suponer han pasado muchas cosas. Dicen que llegué a ser famoso durante algunos años gracias a mi esfuerzo personal, a mi talento y mi afición por la literatura, por escribir y por recordar, aunque a mí hermano Enrique al que quiero muchísimo dice que eso no vale para nada, que hay que mirar hacia el futuro y no al pasado.
La llamada de mi hija desde el pinar del monte Abantos, desde el paseo de La Horizontal me llena de nostalgia y de pena, pues ya soy viejo y ahora en silla de ruedas no podré volver a pasear por el paseo de La horizontal, que por cierto ahora se llena de las flores de la jara, flores efímeras como esta vida terrenal que duran apenas unos días, ahora, a principios de abril. Pero y lo recuerdo y lo revivo.
El gato maúlla insistentemente en el piso de al lado, tiene un oído finísimo, y para que deje de lloriquear le grito “!Qué viene mamá!”, y se calla en el acto. Mamá claro está es mi esposa, que vendrá puntualmente con el Lexatín de 1,5 miligramos para que duerma tranquilo. Por cierto mi amigo muy querido Pepe Tamés ha fallecido hace unos días y ha sido enterrado, no he podido dar el pésame a su esposa Aurora Maureta, y ahora se lo doy desde aquí, pues no me contesta y no encuentro su teléfono. Problemas de ser viejo.
Miro hacia el futuro como me recomienda mi hermano Enrique y veo todo negro, pero mirando con detenimiento veo una lucecita, un horizonte de luz, que lo reafirma la oración del Credo, la fe que profeso.
Habla el Credo de la resurrección de los muertos y la vida perdurable o eterna. Pregunto a mi amigo el cardenal José Cobo y me dice su Secretaría, o sea sus obispos, que en esa vuelta a la vida más allá de la muerte resucitaremos en el estado más optimista y perfecto que tuvimos en esta vida terrenal, quizá con mis veinte o treinta años.
Pido al Señor en su misericordia que perdone mis pecados, o sea mis limitaciones, y que me conceda el don inefable - una vez resucitado de entre los muertos -de volver a pasear por camino arenoso de La Horizontal, aspirando el aroma de las jaras y del tomillo; quizá solo, pensando, que a mí me encanta, o en compañía de mi hija, para irla explicando mis pensamientos, mis reflexiones, mis vivencias, y por qué no, mis recuerdos.