Nos fuimos haciendo mayores y nuestra querida hermana enfermó, pero no por eso perdió ni un apéndice de su bondad ni de su encanto. Mi hermano arrostró la tarea de estudiar la carrera más difícil de entonces, la de “Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos”, y se casó con una mujer de una bondad y una inteligencia ilimitada, “el amor de su vida”. Así lo demostró hasta el final de sus días, con una fidelidad impecable y una fotografía que nos envió a algunos de sus allegados, junto a ella, poco antes de marchar de nuestro lado.
Enrique era un ser extraordinario, de un corazón de oro y un carácter endiablado. Yo le quería muchísimo y le admiraba, y él a mí. Yo salí más bohemio y soñador, como me definía muy bien mi maestra Pepi, y cantaba Julio Iglesias, el amigo común.
Fuimos educados en la fe católica de nuestros padres, que nos ha servido de mucho, sobre todo al final de la vida; pues la vida tiene un final. No fuimos creados para permanecer en este mundo, en este planeta azul para siempre, fuimos creados para viajar a un país desconocido y maravilloso, que ni ojo vio ni oído escuchó jamás, ni se puede imaginar, pues nadie ha visto jamás al Padre, que pasea por allí. Nadie pudo verle con ojos humanos desde este mundo terreno tan fascinante, pero al que una oración famosa denomina el “Valle de las Lágrimas”.
Al fin Mercedes fue la primera en marchar, parecía dormida que no muerta y yo la llegué a ver como a “Blanca Nieves” la del cuento de Disney. Ahora de una forma para mí inesperada se ha marchado Enrique, el segundo, el madridista, el ingeniero de caminos. Recuerdo cuando nos despedimos por última vez con la mano, cada uno en su silla de ruedas.
Hecho mucho de menos a mi hermano; sí. Su ausencia me crea un vacío difícilmente soportable, y pido al Señor que aumente mi fe, pues sé que él me está aguardando en ese paraíso del que habló siempre Jesús en su vida en la tierra, y finalmente en la Cruz.
Me pregunto con frecuencia qué sentido pueda tener que yo, viejo y achacoso, pueda seguir aquí solo para contarles todo esto a ustedes, estas cosas tan penosas, estas ausencias. Que son ni más ni menos que lo que llama la gente, el sentido de la vida.