www.euromundoglobal.com

Diez Cuentos Retrospectivos de Navidad (Y un poema de amor) (I)

¡A las barricadas!

  • Texto Juan Carlos Rois Ilustraciones Eva Milán y Martín Rois

martes 26 de diciembre de 2023, 17:08h
24DIC23 – MADRID.- Subió a la casa a primera hora de la tarde. Una hora poco habitual para regresar y una tarde muy larga para aguantar en una casa tan fría. En condiciones normales, a esta hora estaría trabajando. Siempre había trabajado. Como una burra y sin descanso. Desde que dejó la escuela no había parado un solo día de trabajar. El trabajo era su obsesión, su refugio, su hábitat natural y todo su horizonte.
¡A las barricadas!

Hasta que un día se vino todo al traste. Desde entonces no ha hecho otra cosa que dar tumbos y ahora, tras más de ocho años dando vueltas como un tiovivo, ya no la quedan fuerzas ni resistencia.

Por eso deambula como una sonámbula por la calle, estirando el tiempo y el aburrimiento como un chicle hasta que anochece y se mete en la cama. Pero hoy no puede, porque llueve a cántaros y no tiene ni un euro para meterse a un bar a tomar un café.

No se había casado. Decía que estaba sola en la vida, sin padre, sin madre, sin perrito que la ladre, pero no era verdad. Tuvo un gato. Y cuando era más joven le salió un lío. Un chico bastante arrogante, pero de eso se dio cuenta luego, cuando ya estaba perdidamente enganchada. Se marchó a vivir con él. Y allí aguantó, del trabajo a la casa y de la casa al trabajo, hasta que un buen día él la atizó el primer tortazo.

Entonces pudo acabar con aquella relación, estuvo a punto de largarse. Pero no lo hizo y aguantó aún dos años. Así es como el trabajo se convirtió en un refugio. Cada vez echaba más horas, porque así llegaba más tarde a casa. Como él trabajaba en horarios nocturnos, una buena sincronización le permitía coincidir muy poco con aquel animal y fingir normalidad. Hasta que un buen día la buena suerte la libró del todo. Fueron dos policías los que llegaron a la casa para anunciarle que el tipo había espichado aplastado como un sapo por un autobús. Todavía tuvo que ir a reconocer los restos.

Con tal fortuna por medio podía regresar a la calma pero la pena ya era parte de su propia sombra y no retomó el vuelo. Continuó trabajando e incluso se buscó un pluriempleo para ocupar su mente en otra cosa. Era aún joven y podía aguantar.

Después vino el despido. Ocho años hace de eso.

Se lo quiso tomar como un respiro. Nunca la había costado demasiado encontrar trabajo.

Pero el respiro se prolongó hasta el ahogo. Una mala racha. Se acabó su buena estrella. Los fracasos vinieron rodados y descubrió que las puertas se cerraban a su presencia. Era ya demasiado mayor y su cara anunciaba el desánimo.Su vida se volvió un sobresalto y se encadenaron las desgracias, la vida de cenizo, el gafe, el mal de ojo.

Al principio vivió del paro. Se murió su madre. Agotado el paro tiró con el subsidio. Se murió su primer gato. Se murieron las flores del balcón y la falló el riñón y comenzó el calvario de los médicos con sus buenos consejos para quien puede permitírselos. Después murió su padre y le dejó en herencia deudas y desmemoria. Renunció a esas herencias para no ahogarse más y se tragó la pena. Sin trabajo y sin prestaciones tiró de sus exiguos ahorros y de una austeridad estoica y a prueba de bomba por varios meses, hasta que se agotaron estoicismo y ahorros y la propia resistencia física. Tuvo que tirar de las ayudas sociales para malcomer. Dejó de usar la luz y el gas por no hacer gasto. Empezó a fallar en los pagos del alquiler y se humilló pidiendo en la puerta de un mercado. Parecía una borracha. El frío siempre la encarnaba la nariz y las mejillas.

Siguió buscando trabajo de lo que fuera. Pero había mucha gente haciendo lo mismo que ella ofrecía y la mayoría no llevaba grabado en su frente el cartel del fracaso.

Conoció la calle y los albergues. También las peleas y la ruindad, la mera supervivencia, el sálvese quien pueda, la obstinación por resistir a pesar de todo, la compañía gratuita, en sus noches de desespero y alcohol, de esas soledades compartidas y náufragas de los echados a la cuneta. También la compasión, ese sentimiento imponente que se desborda y duele, pero que también ayuda como una tabla de salvación.

Y entró en la trituradora de los servicios sociales crónicos y de otros mecanismos de desconfianza; esa cara amable de la sociedad enemiga.

Cambió su mala estrella por una estrella fugaz y pudo entrar a vivir en una casa compartida de una oenegé donde de momento sólo vivía ella.

En esto llegó la pandemia. Había pasado frío y hambre. Y angustia. Y ahora tenía un techo al menos. No podía salir a la calle, pero un día por semana la traían arroz y galletas y leche y pasta para comer. Al mal tiempo buena cara. Mejor un techo que el cielo raso. Mejor sola que mal acompañada. Mejor dormida que despierta.

Estaba al límite cuando aprobaron el ingreso mínimo vital, con sus cerca de quinientos euros al mes. Una fortuna cuando se parte del subsuelo.

Siguió su vida de encierro y vino Luisa a la vivienda. Luisa, otra vida rodada por el margen del camino. Con una enfermedad terminal, con constantes recaídas, con ingresos en el hospital, agarrada a la vida como a un clavo ardiendo. Un cuerpo caliente al que acercarse y reconocerse cuando todo el mundo sale en estampida y no te dirige la palabra.

Hay que resistir, seguir adelante. Lo importante es vivir.

El gato no respetó el confinamiento y un buen día parió gatitos. Al año siguiente llegó la primavera.

Y Luisa mejoró y se tornó parlanchina y optimista.

Y un buen día acabó el confinamiento y pudieron volver a pasear por la calle. La estrella fugaz, la suerte de los pobres. Un poco de aire fresco. Un desahogo. Y en esto Luisa empeoró y se le hundieron los ojos en la cara.

Y la llegó una carta de la seguridad social en la que decía que había infringido la ley del ingreso mínimo vital porque convivía con una persona que tenía ingresos, y la quitaron los quinientos euros que cobraba. También se los quitaron a Luisa. Y después las comunicaron que debían cuatro mil euros cada una por haber cobrado lo que no correspondía, porque la ley no se hizo para la boca del pobre y está prohibido vivir en una casa con otra pobre.

Y luego murió Luisa una buena mañana. A ver qué dicen ahora los del ingreso mínimo vital.

Y la casa se volvió más fría y sombría aún. Ni siquiera el gato siguió a su lado.

Y ahora no puede prender la luz, porque no tiene con qué pagarla.

Y no tiene comida frecuente, porque el precio de los alimentos ha subido por las nubes por la codicia de los distribuidores y las grandes compañías y el alcalde ha prohibido por estética y decencia las colas del hambre y la compasión. Y las parroquias no dan abasto ni siquiera con su propia clientela y ella anda algo mal de fervor y de confianza.

Y la vida se ha poblado de sombras. Sombras negras como nubes oscuras. Negras tormentas que agitan los aires. Resistir. Hay que vivir.

Hay que vivir.

¿Te ha parecido interesante esta noticia?    Si (0)    No(0)

+
0 comentarios
Portada | Hemeroteca | Índice temático | Sitemap News | Búsquedas | [ RSS - XML ] | Política de privacidad y cookies | Aviso Legal
EURO MUNDO GLOBAL
C/ Piedras Vivas, 1 Bajo, 28692.Villafranca del Castillo, Madrid - España :: Tlf. 91 815 46 69 Contacto
EMGCibeles.net, Soluciones Web, Gestor de Contenidos, Especializados en medios de comunicación.EditMaker 7.8