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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan...”

El tío Manolo

  • A Armando Gavilán Orsolich

Por Germán Ubillos Orsolich
lunes 04 de abril de 2022, 03:43h

04ABR22 – MADRID.- El tío Manolo era el padre de Armandito, mi primo carnal, el único que tengo y auténtico. No reuníamos con frecuencia las tardes calurosas del mes de agosto para ir a la Herrería, andando. Quedábamos frente a su casa, en la carretera de Guadarrama.

El tío Manolo, de enorme parecido con el actor Clark Gable, tenía el pelo castaño y un bigote del mismo color.

Llevaba una enorme cachava o bastón terminado en una especie de nudo o abultamiento, con el que se iba apoyando, más por estética que por necesidad. Su voz era grave, como consecuencia de los cigarrillos que fumaba con asiduidad, “habanos” y “ducados” con filtro, de tabaco negro y fuerte que por aquel entonces estaban de moda.

Mi padre también los fumaba de vez en cuando, sin embargo Valentín Zornoza, el padre de Juanito y de Carlos no fumaba nunca. Eran los tres mayores: papá, el tío Manolo y Valentín Zornoza. Nosotros, los niños, caminábamos junto a ellos comiendo el pan con chocolate o a veces bocadillos de jamón serrano muy salado, que nos duraban toda una eternidad.

A menudo, cansados y medio desesperados, tirábamos el resto o hasta medio bocadillo detrás de algún árbol grueso, generalmente un castaño, cuando nadie nos veía, y eso nos producía un enorme alivio y una sensación de ligereza y de felicidad enormes.

En la Herrería (Parque Nacional), estaban la fuente del Águeda (en honor a una cuidadora mía), la fuente de la Teja, la fuente de la Herrería, y la los Falangistas.

Por aquel entonces, pero mucho después en alguna de aquellas caminatas estériles - pues en realidad no íbamos a ninguna parte -, comencé a intuir que quizá algún día habría de morir, pero fue una idea tan vaga que no me valió de nada; por eso el 21 de marzo 1975 muchísimo más mayor, tras haber permanecido en aquel castillo de cristal o de Blanca Nieves, me precipité en el abismo del precipicio en caída libre hasta caer en lo que la gente vulgar llaman la vida. Y fue entonces cuando me percaté así, de bruces, que yo, Germán Ubillos, también tendría algún día que morir.

Fue entonces cuando me empapucé los Evangelios, sobre todo del Nuevo Testamento, e ideé las ideas del tren de alta velocidad y de “La Dormición” como forma de morir, como la Virgen Santísima; y nada de incineraciones, que dicen que aunque estés muerto te suele doler muchísimo.

En el bosque de la Herrería el tío Manolo procuraba no pisar los escarabajos de la patata, pues no le gustaban nada las patatas y por eso nos advertía que no los pisáramos.

En Madrid, en la calle de Valverde número 18, en el estrecho cuarto de baño de su piso, el tío Manolo se peinaba fumigándose el cabello rubio cobrizo con un fumigador de pera de goma roja que proyectaba el agua olorosa, pulverizada y fría, sobre sus abundantes cabellos. También en su casa de Valverde, que nunca olvidaré, solía invitarme a comer, y me obsequiaba bebiendo agua y vino con sifón muy frío, que apretaba con un manubrio metálico en bombona envuelta a veces en una maya metálica, llena del preciado líquido que salía ruidosamente a presión hasta llenar el vaso con una mezcla picante y llena de burbujas. ¡¡Qué ilusión ¡¡.

El tío Manolo era un hombre maravilloso e impagable, y muy cariñoso, un tío al que jamás podré olvidar…

Sí, el tío Manolo. Mi tío, Manuel Gavilán Cabello.

Germán Ubillos Orsolich

Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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