Ante la imperiosa necesidad de echar un cable a Pablo Casado, debilitado por su pulso con Díaz Ayuso, Mañueco convocó elecciones anticipadas en Castilla y León para que su líder y la dirección de Génova pudieran gozar de su propia victoria. Tiró al arroyo a los agonizantes dirigentes de Ciudadanos, les engañó como se engaña a alguien que ya no puede defenderse y tiró para adelante.
No se puede decir que Mañueco derroche carisma ni que su discurso mitinero levante mucho el ánimo de sus seguidores. En las elecciones de 2019, las primeras a las que se presentó, tuvo un resultado pésimo en un partido acostumbrado a barrer en las urnas, pero le rescató el apoyo de Ciudadanos y Vox. Ahora cree caminar por un terreno más propicio.
En el mitin de Valladolid, contó con la ayuda especial de José María Aznar, que por sí solo es una división acorazada en el PP. En 1987, fue precisamente él quien inició las victorias del partido en las elecciones autonómicas de esa comunidad que han continuado en estos casi 35 años.
El Partido Popular llegó al poder en Castilla y León antes de que internet llegara a los hogares de España. Hasta ese nivel el partido juega o jugaba en casa.
Los oradores que le antecedieron se deshicieron en elogios, lo que no puede sorprender. Alguno se pasó un poco de rosca jurídica. Paloma Vallejo, diputada de las Cortes autonómicas, dijo exaltada que "ilegalizaste Batasuna", refiriéndose a Aznar. Que nadie le diga que fue el Tribunal Supremo –aplicando una ley aprobada por el Parlamento y presentada por el Gobierno de Aznar–.
De todas formas, en los mítines la gente dice cosas alucinantes. "Hemos negociado la PAC. No había día en que Mañueco no me preguntara por la PAC", presumió Jesús Julio Carnero, consejero de Agricultura. Y habrá gente en la Comisión Europea y en los gobiernos francés, español y otros países que pensará que fueron ellos los que se ocuparon.
Para los votantes del PP, la presencia de Aznar es un poco como ver actuar a Elvis en Las Vegas, aunque ya esté mayor. Además da sorpresas, porque él no se rebaja a aceptar las obligaciones de los demás mortales. Y por eso es capaz de soltar una frase que suena como una patada en el trasero de Casado, en el caso de que él piense que ya lo tiene hecho todo.
“A veces oigo que hay que ganar para llevar a alguien a Moncloa o para llevarlo a tal sitio o a un convento, pero, oiga, la pregunta es ¿para hacer qué? Se gana para construir”, dijo Aznar. También comentó que un gobernante debe tener a los mejores en su equipo, una frase que podría interpretarse como que Casado está obligado a contar con Díaz Ayuso, por ejemplo en la presidencia del PP de Madrid.
Los dirigentes del PP, y también hay que incluir aquí a Ayuso, no paran de decir que esta campaña de Castilla y León debe ayudar para llevar a Casado a Moncloa. Con eso ya están felices. Sin embargo, el adusto Aznar no está para esas chiquilladas. Siempre se pone solemne para dar lecciones a sus pequeños partidarios –los dirigentes posteriores del partido–, que nunca están a su altura. Los otros no han dirigido los destinos del mundo, como hizo él con sus amigos George y Tony. Eso acabó mal, pero quién es nadie para decírselo cuando él cree que tocó el cielo con los dedos.
Con ese aire trascendental, Aznar ha sido siempre capaz de reescribir su gestión de gobierno para venderla como algo trascendental en la historia de España. Por algo se disfrazó del Cid para un reportaje periodístico en una especie de cosplay diseñado para un mercadillo medieval, aunque con grandes pretensiones. Eso es lo que le permite pronunciar frases en un mitin cuya relación con la realidad es bastante discutible.
“No son estos tiempos para el menudeo, el tacticismo y el oportunismo. Son tiempos de pensar en grande”, alardeó. Puro Aznar. Los demás están para las menudencias. “A nosotros no nos han parido para hacer pequeñas cosas”. Él almuerza con la historia y cena con el destino, y porque no quiere hacerles de menos.
Desdeña el tacticismo en una campaña electoral que su partido ha convocado a mitad de legislatura para deshacerse de Ciudadanos y dar oxígeno político al líder del partido. Como gesto oportunista, incluso sin matiz peyorativo, no está nada mal.
Aznar podría volcar toda su retórica mayestática para poner a Vox en su sitio y reclamar que los antiguos votantes del PP que se refugiaron en la extrema derecha vuelvan a casa. Pero por alguna razón el expresidente no quiere mancharse las manos. Todo son referencias genéricas que los votantes tendrán que interpretar.
Habló de su rechazo a “soluciones baratas y populismos falsos”. Hay que imaginar por el contexto de esa parte de la intervención que se refería a Vox. Dijo a los asistentes que van a “escuchar estos días mucho ruido y muchas voces que abogan por la fragmentación”. Aznar no interpela directamente a Vox y a sus votantes. No quiere arriesgarse a que luego el resultado electoral demuestre que no le han hecho mucho caso. Su ego no podría soportarlo. Es un superhéroe de la derecha que no sale de casa cuando llueve.
Iñigo Sáenz de Ugarte
fuente: elDiario.es