Mis amigos y compañeros también habían comenzado a crucificarme con la misma cantinela: Manolo, desde que te jubilaste ya no eres la persona alegre de toda la vida. Últimamente ya no sales de casa. Por lo que vemos tu mujer ya te tiene pisado. Ya has perdido la alegría de vivir. Parece que ya no quieres disfrutar de las amistades. Ya no tienes ilusión por nada. Desde que te jubilaste ya apenas sales de casa. Ya no te vemos con ganas de hacer nada. Ya el tiempo te aburre. Ya te cansas por todo. Ya no te ríes como antes. Ya…
Todo comenzó desde el mismo día que me jubilé, mejor dicho, desde que me jubilaron a la fuerza, por ley del calendario, por mor del DNI, por haber cometido el grave delito de cumplir la fatídica edad de los 65 años. A partir de ese crítico día, aparece enraizado en mi nueva vida de jubilado y pensionista un monosílabo maldito que comienza a martillear mis sienes y mi corazón. Es una palabra cortita pero hiriente, escasa de letras pero con mucho significado, sólo dos letritas pero muy jodida ella. Al escucharla siento que un dardo envenenado atraviesa mi ser. Me refiero, por si todavía no lo habéis captado a la maldita y dañina palabra “ya”.
No había pasado un solo día de mi jubilación. Y esa misma noche, cuando sentado en la cama me disponía a quitarme los zapatos para acostarme repasando en mi mente todas las cosas maravillosas que iba a comenzar a disfrutar al día siguiente con el abundante tiempo libre propio de una persona jubilada -y tenía muy claro que estaba decidido a disfrutarlo y no a “matarlo” como había escuchado que hacían muchos jubilados jugadores empedernidos de baraja en los Centros de Mayores- mi mujer mientras se metía entre las sábanas, lanzó por primera vez como quien no quiere la cosa la odiosa palabrita:
-Manolo, como ya no tienes que ir a trabajar mañana, no pongas el despertador a ver si así podemos dormir un poco más.
-Vale, cariño, respondí como un autómata todavía no acostumbrado a mi nueva vida de jubilado.
Aún no había cerrado los ojos y mi mujer volvió a la carga y, con cierto retintín, me lanzó todo seguido como si de un pequeño bombardeo se tratara siete “yas” seguidos, uno detrás de otro, casi sin dejarme respirar:
-Manolo, como mañana ya no tienes que salir de casa, he pensado que recojas tú la mesa después del desayuno y friegues los platos, las tazas y los cubiertos mientras yo me voy a la peluquería.
-Manolo, me olvidé decirte que llamo Isabel, nuestra hija, y me pidió que como ya no vas a ir a trabajar, que vayas a recoger a los nietos al colegio y luego los lleves al parque hasta que ella pueda ir a recogerlos.
-Manolo, como ya tienes todo el tiempo libre por delante, quiero que a partir de ahora vayas a comprar tú la barra de pan y los periódicos. Luego pasas la aspiradora por el salón y los dormitorios.
-Manolo, ¿Ya me entendiste? ¿Ya tomaste nota de todo lo que te he dicho? ¿A ver si ya te empieza a fallar la memoria?
-Sí, mujer, no te preocupes. Haré todo lo que me dices.
El dichoso monosílabo comenzaba a horadar mi inconsciente. El maldito “ya” era como una carcoma que me iba reconcomiendo por dentro… Intenté resistir y reclamar ante la avalancha que se me venía encima, pero mi mujer, cortante y distante, exclamó: ¡Basta ya, no se hable más del asunto!.
Cuando mi mujer regresó de teñirse y moldearse el pelo en la peluquería, para más inri me comentó jocosa ella:
-Manolo, le he dicho a la peluquera mientras me secaba el pelo que ya te habías jubilado y que ya has pasado a engrosar el ejército de los pensionistas del barrio. Y entonces ella me ha contado un chiste muy gracioso de jubilados. Los jubilados, me ha dicho entre risas, pertenecéis todos ya a la “Edad de los Metales”. ¿Y por qué? Le pregunté yo curiosa. Y ella con gestos elocuentes me respondió: porque los jubilados tienen ya oro en la dentadura, plata en la cabeza (por las canas), titanio en el corazón y plomo entre las piernas…
-Graciosilla la peluquera, le contesté disimulando mi cólera.
No había pasado ni una semana de la fecha clave de la jubilación, cuando mi mujer me espetó como quien no quiere la cosa:
-Manolo, ayer asistí a una conferencia de un famoso gerontólogo en la sede de la UDP sobre el peligro de sucumbir a los síndromes en la jubilación y mientras hablaba el experto caía en la cuenta de que tú ya estás cayendo en las peligrosas tentaciones de la jubilación: la pasividad, el aburrimiento, la soledad y el aislamiento. Y que ya empiezas a tener síntomas de síndromes propios de esta etapa de la existencia, que, al parecer, acortan la vida… Porque observo que ya empieza a afectarte el llamado “síndrome tiovivo”, porque cómo ya no tienes nada que hacer, como ya no tienes metas por la que luchar, ni ya te planteas objetivos por los que esforzarte, ni tienes ya ilusiones que te motiven, te pasas el día dando vueltas y vueltas a la urbanización donde vivimos… Todos los días siempre lo mismo, girando sin horizontes, dando vueltas y vueltas, sin lugar concreto a donde ir. Cuidado, Manolo, no te vaya ya a pasar como a tantos jubilados que deambulan por plazas perdidas, rumiando sus bajas pensiones, sus declives de salud, sus depresiones, sus pérdidas afectivas… Son personas que ya han perdido el norte. Ya nada les estimula. Ya no sienten motivos para actuar. Ya no tienen esperanza. Ya no tienen futuro. La vida parece que ya se les acaba. La muerte ya se acerca… Ya no hay horizontes. Ya no hay perspectiva…
Peor fue, cuando pasando unas semanas, se me ocurrió ir al ambulatorio y decirle al médico que ahora yo era un jubilado y pensionista con el fin, lo confieso paladinamente, de conseguir en adelante todas las medicinas de manera gratuita y, de paso, pedirle que me recetara algún medicamento para calmar los dolores de una molesta lumbalgia que me tenía materialmente “doblado”. Y cuál no fue mi sorpresa cuando en menos que canta un gallo me lanzó, también él, el maldito monosílabo “ya” hasta nueve veces consecutivas. Y además, sorprendentemente, el médico que siempre me había tuteado en mi etapa laboral, que se interesaba por mis actividades profesionales, de pronto, por primera vez, me empezó a tratar de usted.
-¿O sea que usted ya está jubilado? ¡Enhorabuena, Don Manuel! ¿Qué tal van sus paseitos? ¿Ya se ha hecho usted socio del Club de Jubilados? ¿Ya ha comenzado usted a jugar al tute arrastrado a peseta la partida? ¿Ya ha aprendido usted a jugar a la petanca? ¿Ya ha realizado usted algún viaje subvencionado del IMSERSO? Le recomiendo que se inscriba ya en los cursos de natación para mayores del ayuntamiento. Ahora, le aviso, debe usted ya de dejar de tomar ingestas de alcohol y, desde ya, debe aminorar la sal no sea que se le dispare la tensión arterial, el colesterol y el ácido úrico. A estas edades, don Manuel, tiene usted ya que tener mucho cuidado de prevenir el envejecimiento patológico.
Me fui pensativo y decepcionado a aliviar mis penas al bar donde habitualmente solía tomar unas cañas con mis amigos. Al verme el camarero de toda la vida, levantando la voz desde detrás de la barra, lo que provocó que se enteraran de la noticia toda la concurrencia, la mayoría vecinos del barrio donde vivía, me dijo:
-Manolo, me han dicho que ya te han jubilado, que ya te han retirado de la circulación, que ya has entrado en vía muerta.
¿Por qué también hasta el camarero tenía que soltarme el abominable monosílabo “ya” que me golpeaba y retumbaba en mis oídos como si fueran los golpes de un boxeador?. Me tomé las dos cañas a regañadientes, casi sin saborear los suculentos canapés que allí ponían, y me dirigí al parque. Me senté en uno de sus bancos y me disponía a leer el periódico deportivo “Marca” cuando apareció por allí mi vecino Miguel, una de las personas más cultas que conozco, también jubilado, y me dijo:
-Manolo, te veo sentado ya desde muy temprano, quieto, inmóvil, sin nada que hacer. ¡Ojo! ¡Ten cuidado! porque observo que estás ya tomando la jubilación como un descanso merecido tras la fatigosa etapa laboral. Mira lo que dejó escrito el doctor Gregorio Marañón: “Descansar ya en la jubilación, es comenzar ya a morir”. Y el siguiente paso, Manolo, es, según dicen los gerontólogos expertos en envejecimiento, dejarte ya llevar poco a poco y caer en el “síndrome retrovisor”, que son aquellos que ya sólo miran para atrás, para su pasado, para lo que fueron un día. Otros sucumben al “síndrome lenteja” que son aquellos jubilados que eran conocidos en su etapa profesional como muy activos, ejecutivos, rápidos en la toma de decisiones, eficientes, pero, casi desde el siguiente día de su cese laboral, pareciera que van ya por la vida con el freno de mano puesto, caminan cabizbajos, lentos, cansinos, aburridos…
Poco tiempo después, me encontraba paseando por el Parque del Retiro de Madrid cuando me topé con un compañero de trabajo, por nombre Pepe, también jubilado como yo, y como quien no quiere la cosa, por simple curiosidad, le pregunté: ¿Y tú, Pepe, a tus setenta años, una vez jubilado, a qué dedicas el tiempo libre?. Y Pepe, muy seguro de sí mismo me respondió: yo lo tengo muy claro, desde que me jubilé dedico mi tiempo libre al árabe y al IBM. Y yo, sorprendido, le respondí: Qué bien, Pepe, te felicito, tienes mucho mérito ponerte a estudiar a tu edad el árabe, un idioma extranjero tan difícil, y no te digo nada, estudiar IBM, un programa informático de altísimo nivel y tremendamente complicado! ¡Te felicito de verdad, Pepe, eres un ejemplo para otros jubilados!. Y Pepe me contestó: ¡Manolo, que no te enteras! Lo que sucede es que desde que me jubilé me dedico al árabe y al IBM porque mi mujer anda todo el día detrás de mi diciéndome a cada rato: arabé ya a fregar los platos sucios, arabé ya a hacer las camas de nuestro dormitorio, arabé ya a pasar la aspiradora, arabé ya a buscar los nietos a la guardería… ibeme ya bajando la basura, ibeme ya a comprar la barra de pan, ibeme ya planchando tus camisas, ibeme ya poniendo el lavavajillas…
O sea que no era yo sólo el jubilado que machacaban y torpedeaban con el maldito monosílabo ya. Esto me consoló un poco. Pero dado el panorama y viendo cada vez más negro mi futuro como jubilado, me decidí a participar en un Curso de Preparación a la Jubilación, organizado por la Unión Democrática de Pensionistas, más conocida como UDP. Fueron unas charlas muy interesantes donde unos expertos en envejecimiento activo y saludable nos enseñaron que era muy importante que, a partir de la fecha clave de la jubilación laboral, siguiéramos activos, dinámicos, participativos y útiles a la familia y a la sociedad. Y de que no debíamos en ningún caso entrar en vía muerta, ni arrinconarnos, ni aislarnos, ni automarginarnos, ni apoltronarnos, ni aburrirnos ni vivir sólo para prepararnos a “bien morir”. Todo iba muy bien hasta cuando uno de los profesores del curso citó la famosa frase del médico geriatra Florez-Tascón: “Se comienza a envejecer cuando se deja de reír”. Entonces pidió la palabra un jubilado que destacaba por sus bromas y chirigotas y nos contó la siguiente anécdota para que nos riéramos un poco y rejuveneciéramos otro poco: “Os habéis fijado que, cuando somos niños, decimos: yo, yo, yo, yo, es decir, el egoísmo típico del niño pequeño que se cree el centro del universo. Cuando somos jóvenes decimos: ye, ye, ye, ye, esto es, el joven ye-yé que sólo busca diversión y evasión. Cuando somos adultos decimos: ya, ya, ya, ya, buscando eficacia, rapidez, eficiencia, resultados concretos. Pero, cuando llegamos a la jubilación, a la edad dorada, a la tercera juventud, decimos: yo ya…, yo ya…, yo ya…, yo ya…”, para indicar que estamos para el arrastre, que hemos entrado en un declive y caída que ya no tienen marcha atrás… Todos los asistentes al curso se rieron con la ocurrencia del compañero. Todos no, porque a mí la maldita palabrita “Yo ya”, no me hizo ninguna gracia… porque llovía sobre mojado…
Fui poco a poco comprendiendo que a medida que los jubilados y pensionistas van cumpliendo años y se van haciendo mayores, la dichosa palabrita “ya” sigue machacando sus vidas. Si ya no valemos para nada, si ya ninguno cuenta con nosotros, si ya nadie nos hace caso, si ya no somos consumistas, si ya pasamos a ser clases pasivas, si ya no somos productivos, si ya no somos competitivos, si ya… es comprensible que algunos jubilados manifiesten con toda naturalidad que “ya somos chatarra”, que ya somos inútiles, que ya no servimos para nada y que ya lo mejor que podemos hacer es no estorbar.
Hasta que un día se me encendió la lucecita y tomé la genial decisión de darle una vuelta a la tortilla a la situación mía y a la de otros muchos jubilados y jubiladas. En efecto, decidí hacer caso a las enseñanzas de los sabios de la antigüedad que aconsejaban “¡Haz lo contrario y vivirás!”. Y comencé desde temprano a decir el famoso monosílabo “ya” en positivo. Y me repetía una y otra vez:
-Venga, Manolo, a levantarse ya que hay muchas cosas que hacer hoy. Porque ya está bien de vaguear. Basta ya de descansar y de llevar una vida anodina y aburrida. Ya está bien de no hacer nada y de vegetar, porque como me dijo un “joven” de 80 años he aprendido a tiempo que “sólo vegeta el vejete”, esto es, el vejestorio. Porque ya ha llegado el momento de disfrutar del tiempo libre. Ahora ya estoy dispuesto a aprovechar el tiempo libre para gozar de la familia y de los amigos. Ahora ya he decidido pasarlo bien y divertirme con el fútbol, los toros, las fiestas populares, el baile y la jarana. Ahora ya voy, siempre que pueda, a saborear una buena película, una interesante obra teatral, o mejor aún un apasionante libro. Ahora ya gozaré con las excursiones, los viajes y el turismo de aventura. Ahora ya me esforzaré por ser feliz y por hacer felices a los que me rodean.
Porque ha llegado ya la hora de llevar a la práctica el conocido dicho de “carpe diem”, de aprovechar ya cada instante, cada minuto y de sacarle el jugo a la vida. De vivir ya la vida intensamente. Y de preocuparme sólo de aquellas personas mayores que sufren ya de enfermedad, abandono, pobreza, soledad, marginación… Porque si los jubilados y pensionistas, como decía el conocido escritor francés, Françoise Mouriac “no ardemos de amor, habrá mucha gente que morirá de frío”, y sobre todo mucha gente de edad avanzada…
Ahora sí ya lo tengo claro. Por fin he decidido poner en práctica esta filosofía de vida ya mismo. Y desde ya he descubierto, afortunadamente todavía a tiempo, que ahora ya soy una persona feliz y que puedo hacer mucho por hacer felices a todos los que me rodean.
¡Ya era hora, Manolo, de tomar esta sabia decisión! Porque como dice el refrán popular: “Más vale ya que tarde o nunca”.