Todos los datos suministrados por la Organización Mundial de la Salud, indican una buena dirección del control de la enfermedad y una disminución clave de la tercera andanada. Pero hace bien la OMS en colocar las alarmas al máximo nivel: Si descuidamos ahora las medidas básicas de control, prevención y cuidados, podemos vernos inmersos en una “Cuarta Ola”, que presentará unos índices de mayor letalidad que la actual. Y ello, por varias razones: En primer lugar, el ritmo de vacunación mundial es demasiado lento, actualmente no alcanza ni al 1% de la población, por lo que habrá que acelerar las inoculaciones para poner un freno real a la propagación. Segundo, porque la aparición de más de diez cepas nuevas, sobre todo la sudafricana, la brasileña y la británica, están demostrando cuantitativamente un mayor número de infecciones, es decir, los virus tienen mayor capacidad de transmisión. Por último, al igual que ocurriera al final de la segunda ola, si relajamos las medidas anteriores y no aceleramos la vacunación, la desescalada y reapertura de encuentros sociales podrían provocar un nuevo rebrote descontrolado que demostraría que no hemos aprendido nada.
Si bien es cierto que la vacunación preferente de las personas mayores ha conseguido disminuir la letalidad del virus, no es menos cierto que los casos de contagio continúan desbordando los sistemas de salud. Después de un año de crisis sanitaria, nuestro personal se encuentra extenuado y las largas estancias en cuidados intensivos ponen en peligro el funcionamiento normalizado de los centros hospitalarios para la atención de otras enfermedades que también ocasionan la muerte.
Los consejos de personas expertas apuntan a que mantengamos todas las restricciones en esta tercera ola, hasta conseguir un índice acumulado inferior a 20 casos por cada 100.000 habitantes y poder aplicar desde ahí el seguimiento mediante rastreo y atención preventiva especializada. Pero mucho nos tememos que la prisa por fomentar la apertura nos llevará al inicio de una cuarta escalada.
Y esta realidad hace referencia básicamente a Occidente. Pero al mirar hacia los países empobrecidos, detectamos que el número de vacunas es mucho menor, que no están llegando hacia las clases más desfavorecidas y que continúan creciendo los datos de infecciones y fallecimientos. Nos quedan cinco años de larga lucha contra el virus, pero es obvio que aparecerán nuevos coronavirus que amenazarán con convertir en crónica la necesidad de vacunación y prevención. Todo lo que hagamos ahora por acortar los tiempos irá en nuestro beneficio futuro. Nos toca demostrar el compromiso con los demás y exigir un “Plan Mundial” que garantice el éxito global.
* Francisco Pineda Zamorano, es Experto en Relaciones Internacionales y Cooperación.
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