75 años ha presenciado mi pequeña figura cada otoño, la figura de un niño enfermo y sabio; de un hombre trabajador de la palabra, de cuna feliz, de padres amorosos, dedicado desde siempre a inventar mil historias, a leer muchas horas y a observar otras tantas cuanto le rodeaba. Sumido o protegido en regios muros de piedra de un regio e inmenso edificio iniciado durante una república y terminado en una dictadura. Lento de decisión vital pero profundo de pensamiento abstracto, rodeado siempre de mujeres y amigo siempre fiel de sus amigos. Obsesionado con el amor, la muerte y el transcurrir del tiempo. Consciente permanente de ser solo una chispa en el oscuro infinito de un espacio galáctico de inabarcables e impensables dimensiones, donde el tiempo sea solo una idea, pero consciente, convencido, de que hay alguien o algo detrás de todo eso capaz de conservar no solo la memoria universal de la materia, sino también del recuerdo perenne de aquellos que sufrieron, que amaron y que fueron un día cuerpo carnal de un mundo, de un planeta pequeño y azulado, en el borde final de un cúmulo de estrellas parpadeantes en la noche infinita de los tiempos.