En la memoria de los turistas presentes aquel día quedó grabada a fuego una imagen imborrable. La describirían una y otra vez dando comienzo a esta leyenda que circula y se difunde en voz baja, no sea que contemos mientras narramos, una parte de nosotros mismos: el anhelo de encontrar nuestro destino.
“Una hermosa mujer despeinada, con vaqueros, camisa holgada y mochila tras la cuál se ocultaba una frágil espalda, se situó frente a frente del imponente Cristo. Su delgado cuerpo desafiaba las dimensiones de la figura y, “de tú a tú”, con desconsuelo infinito le preguntó en silencio si él esperaba u olvidaba: ‘¿Cómo llenas tus noches vacías sabiendo del tormento y sufrimiento del mundo..? ¿Cómo quitar este dolor que acompaña antes de nacer de vidas y épocas pasadas?’… Él, sin palabras, pronunció su nombre: ‘Alma Vieja…, estás en el camino. Aquí hallarás respuesta a tu incansable búsqueda. En la inmensidad del bosque que me rodea hallarás tu camino”
Ella miró frente a frente a la inmensa escultura.
No es invención lo que escribo, sino una leyenda urbana de Río de Janeiro que transcurre en un tiempo no muy pasado. Lindoaldo, mi guía y ángel de la guarda en aquella inmensa ciudad (con él me adentré una noche en “las favelas”), me la contó por dos razones: describe el “espirítu” de una de las 7 Maravillas del Mundo Moderno —Cristo Redentor— y, según él, le recuerdo a la descripción que su abuela hacía de aquella viajera…
Le contesté que muchas mujeres viajan por el mundo solas y no por ello buscan nada. Después de oír la leyenda, sentados en la playa de Copacabana, prometí, mirando al océano, que escribiría sus palabras.
Cansada, exhausta y agotada por el viaje, ella creyó que había imaginado aquel susurro que le hablaba, pues sonido alguno había pronunciado aquella estatua. Regresó al hotel prometiéndose volver en la mañana.
Fue noche de desvelo e inquietud en el alma. Algo había sucedido pero no encontraba sentimiento que aquello expresara. Escuchó el silencio para que las ideas encontraran el pensamiento que más tarde se convertiría en palabra.
Soñó con luna llena y agua, elementos que señalan el cierre de una etapa y el inicio de un cambio… Ella percibía una urgente llamada. ¿Acaso podría ser la estatua? Al amanecer, se dirigió hacia aquel abrazo que continuamente la reclamaba sin palabras. No lograba definir si fue realidad o fantasía lo sucedido la noche pasada… Las estatuas no hablan.
Tren de Corcovado
Desde 1884, un trenecito pequeñito, entrañable en sí mismo y por el paisaje que muestra en su recorrido —su construcción es más antigua que el Cristo Redentor (1931)— conduce a la cima del monte Corcovado atravesando el Parque Nacional de Tijuca, el parque urbano más grande del mundo.
“La Floresta da Tijuca”, con más de 4000 hectáreas de extensión dividida en 4 sectores, uno de ellos el sector B, “Serra Da Carioca” enclave del imponente Cristo.
En su primer encuentro —no planificado— frente a frente con la escultura, la viajera había subido en “Van ofiçales” por la carretera que bordea el monte. Esa mañana percibía que el trayecto hasta el morro Corcovado lo debía realizar en aquél trenecito rojo… Intuía que en el camino encontraría parte de las respuestas a las preguntas realizadas la noche anterior. Más tarde, le informaron que el tren transportó gran parte de las piezas de la escultura durante los cinco años de su construcción, comprendiendo que la bondad del Cristo había impregnado ese vagón.
Subió al encantador tren rojo, sentándose en el lado derecho para observar la panorámica de la ciudad de Río durante los 20 minutos del trayecto. Sentía aún desasosiego, agitación; la ciudad perturbaba su alma. Una anciana se sentó junto a ella observándola con ojos infinitos… Mirada de los que se sienten poseedores de secretos ancestrales, seguridad, firmeza y bondad que proviene de la sabiduría.
Comenzó el trayecto. En pocos minutos, el vagón quedó envuelto por el bosque, árboles cuyas raíces emergían de la tierra y, confundidas, se posaban en la superficie. Quedaba atrapado el suelo por finas “tiras de madera” y oculto el cielo por la densidad de las ramas. De súbito todo se despeja y aparece al lado derecho una de las más bellas imágenes de Río de Janeiro: la grandiosidad de aquella ciudad con largas e interminables playas, el color del agua del océano…
Una tormenta estalló en el interior de la viajera. Emociones, recuerdos, tristeza, ausencia… Rompió en llanto silencioso, imparable, incontrolable, surgía incontenible… Ese dolor tan inmenso no podía ser tan soló suyo. La anciana la miró y pronunció: “Alma Vieja, aquí está lo que más ansías, ¿no lo ves? ¿No lo sientes?”. Ella preguntó qué era aquello que debía ver y sentir: “Has olvidado por alguna decepción las necesidades del alma, el espíritu del bosque te reta, te asfixia, te ahoga… La tormenta ya está desatada. Acuérdate; mañana visita la cascada”.
Inolvidable trenecito
Al terminar el trayecto y volver a encontrarse con el abrazo infinito del Cristo Redentor, sintió un destello de cobardía, oyó el eco de vidas y muertes pasadas, percibió la intensidad de historias no contadas, temores de infancia, ansiedades ocultas, quejas lejanas… Miró al Cristo, y un gritó surgió entre susurros liberado de cadenas centenarias: ”No digas que no sientes, atrévete a mirarme el alma, verás reflejado el sufrimiento de quién no sabe qué le pasa, sentirás dolor profundo que enloquece, entumece y deja sin palabras… ¿No lo sientes?…No digas que no sientes y habla.
Cayó la noche y ella bajó la guardia. Por unos segundos, correspondió al abrazo eterno de la estatua…: “Volveré mañana. Si no lo hago, te acompañaré cada noche sin importarme si vivo o muero. Has despertado una sed insaciable que devora, consume, agita, turba, altera…, mata. He de encontrar la cascada”.
A la mañana siguiente, inició la ascensión andando desde el Parque Lage —hay una ruta que parte desde allí. En una caminata de dos horas y media se llega a los pies del Cristo, el último kilómetro hay que realizarlo en las Van Oficales.
Bosque Encantado.
La exuberante vegetación y los enormes árboles lo convierten en un bosque “encantado”. La viajera dio el primer paso hacia la cascada. Al Cristo solo iría si lograba calmar la sed despertada…
La necesidad lamentablemente nunca juega, simplemente es, existe, se presenta, te toma, llega y jamás permite la muy cobarde decisión de negarla.
Tratas en vano de no pensar, de no seguirla, pero ella silencia todas las palabras…
Cascada Taunay. Nace de roca agrietada… rugiente.
En la inmensidad de “Floresta da Tijuca” encontró por fin la cascada de Taunay, una caída de 30 metros de agua entre roca agrietada, que emerge con furia contenida de agua pura que no entiende de palabras vacías. Solo vida y equilibro entre naturaleza, esencia y alma.
Ella sin saber cómo, tuvo la certeza de que ese agua curaría lo que aún ignoraba: la necesidad de ser amada. Dejó que el agua envolviera cada centímetro de su delgado cuerpo. En aquel momento sintió que de tantas vidas que tuvo nacía la ausencia que siempre la acompañaba, los recuerdos que la buscaban… Bajo ese agua percibió el verdadero amor, el que emerge de todas las cosas, distante para el que no quiere verlo, cercano para el que quiere tomarlo.
Allí surgió de su cuerpo otra cascada. Cascada de quejas, lamentos, de injusticias humanas…, cascada de vidas pasadas.Perdió la noción del tiempo —tanto era el dolor que lavaba—. Llegó la noche y, con ella, el incumplimiento de su palabra a aquél que desde el Morro Corcovado la miraba.
Del dolor infinito, cada mañana nace un nuevo Sol.
Cuenta la leyenda que una ninfa o hada canta durante el día por el bosque canciones de enamorada. Si la encuentras, no huyas, pues en su mirada verás el reflejo de tus vidas pasadas. Tan solo ten cuidado que no caiga la noche, pues quedarás atrapada y, durante el día, serás Ninfa sonriente, eterna enamorada, pero al caer la noche, tu alma estará condenada a contemplar en silencio junto a la estatua el dolor del mundo e injusticias perpetradas.
Tu sufrimiento será tan infinito, que de él nacerá cada día un nuevo Sol… Así se forman los amaneceres según las hadas.
Allí quedó la viajera. Me pareció verla por el bosque, sonriente y enamorada… Tuve cuidado de que sus ojos no me hechizaran. A ese amor tan grande ningún alma escapa.
Dicen que las leyendas no son más que la suma de nuestras historias contadas…
Un abrazo, Maica Rivera
(*) Maica Rivera
Escritora de artículos de viajes y turismo. Ha colaborado por largo tiempo en radio, la TV local de Andalucía, revistas de moda, periódicos locales y ha compartido espacio con grandes profesionales de los medios de comunicación de lo cuales ha aprendido –según señala-, los entresijos de este mundillo profesional.
Viajera habitual (e impenitente), le gusta conocer sitios diferentes y empaparse de su cultura, usos y costumbres que posteriormente, vuelca en artículos periodísticos con un sello personal y una visión de “primera mano”. Ha escrito sobre gastronomía, cultura, moda, economía y viajes y cree que la mejor forma de generar progreso es la creación de sinergias entre distintos sectores razón por la cual presta su apoyo entusiasta a proyectos turísticos, arte, moda y sobre todo, cultura ya que una sociedad sin cultura -señala-, está condenado al estancamiento. Maica Rivera reside entre Madrid y Córdoba – Andalucía.
Más Información:www.maicarivera.com