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De cómo la inmigración ha cambiado el perfil del músico callejero en Madrid

Un arpista paraguayo en el parque El retiro de Madrid
Un arpista paraguayo en el parque El retiro de Madrid
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Hasta hace algunos años, era común ver y oír en el metro de Madrid, músicos callejeros fundamentalmente autóctonos y no eran más de dos o tres y de sobra conocidos por todos los viajeros. Había uno que era muy característico: una especie de versión criolla –aunque muy lejana-, que intentaba asemejarse a Bruce Springteen; un hombre algo ya mayor, guitarrista, y con una cinta de colores atada a la cabeza para ocultar en parte su cabello cano. Su vieja y desvencijada guitarra apenas sonaba cuando se acompañaba con ella al cantar un trozo de la única canción que componía su repertorio: “Hoy puede ser un gran día”, del catalán Joan Manuel Serrat que el hombre se esforzaba por hacer llegar a todos los viajeros del metro. Era simpático y solía conseguir unas monedas.

Tampoco era infrecuente ver a un chico joven (también español) que con bastante gracia, interpretaba algunas canciones (preferentemente baladas) en inglés. Tampoco lo hacía mal. En ese tiempo y en algún pasillo o vestíbulo del suburbano, solía ponerse a tocar el acordeón el único músico callejero extranjero (un sudamericano) que era visible en esa época en el metro madrileño y durante mucho tiempo, estos tres artistas eran los únicos que se ganaban la vida de esta manera.

Al acabo de pocos años y coincidiendo a mediados de los 90 con la fuerte llegada de inmigrantes sudamericanos, las plazas, parques y también el metro, se llenaron de músicos –principalmente del folklore andino sudamericano-, que con sus zampoñas, quenas y charangos, literalmente barrieron con todo hasta, la llegada de los músicos callejeros de Europa del este que introdujeron varias novedades entre ellas, la de acompañarse con pistas grabadas -por lo general, de excelente calidad- y además, con un buen repertorio que incluía en algunos casos, piezas clásicas que todo el mundo conoce.

Unido a lo anterior, se hizo presente la extraordinaria calidad de los músicos búlgaros, rumanos, rusos, polacos y otros que con una centenaria tradición de artistas callejeros a sus espaldas muy pronto, eclipsaron a todos los otros músicos.
Esta masa de artistas de la calle premunidos de todo tipo de instrumentos –algunos de ellos tan exóticos como una balalaika, o marimba de cuerdas y otros-, trajo consigo también una nueva manera de hacer música en la calle ya que según el sector de la ciudad, son los grupos de artistas que se asientan en el o a quienes se les permite trabajar allí. Estas parcelas territoriales para trabajar, suelen estar controladas por grupos de compatriotas de los propios músicos que impiden a otros, acercarse al lugar.

Los sudamericanos por ejemplo, suelen concentrarse en el Parque del Retiro. Los africanos eligen algunas estaciones del Metro. Los europeos del este, que controlan los mejores puntos de la ciudad, están por todos lados y en épocas navideñas por ejemplo, suele vérseles en la Gran Vía, Goya, Sol, o en sectores comerciales muy concurridos.

Una queja que se escucha con frecuencia en relación con los inmigrantes tiene que ver con la idea que los extranjeros, han venido a quitar puestos de trabajo a los autóctonos y quizás, en ésta parcela de la música callejera, esta crítica sea una verdad incuestionable: No hay en Madrid, ni un solo músico callejero que sea nacional de este hermoso país. Todos –diría que sin excepción-, son extranjeros.
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