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Memorias: Así fue y así lo voy a contar

Yo, El Azafato (VII)

Por Quino Moreno

miércoles 12 de noviembre de 2014, 03:07h
Yo, El Azafato (VII)
Yo, El Azafato (VII)

El Ingreso de Azafato en Iberia

La espera de los meses que pasé en Cádiz, hasta que me llamaron de Iberia para hacer el curso de ingreso, fue de lo más gratificante; sin nada que hacer y sabiendo -como me dijo el Jefe de Barman del Menfis- cuando me despedí de mis compañeros del hotel, que estaba tocando el cielo con la mano. Recuerdo que el jefe de Barman me dijo: “chaval te ha tocado la Lotería”.

En ese período en Cádiz, la rutina era la de siempre: billar con los amigos, cine con mi novia y Valdepeñas con Casera de manera que para cambiar un poco, me busqué una distracción que a su vez, me trajo algún beneficio y era, enseñar inglés a mis amigos que en esos días, tenían que recuperar esa asignatura ya que muchos de ellos estaban estudiando Perito Naval y Náutica y al decir verdad, los libros de texto de la época eran bastante simples y no suponían gran dificultad excepto algunas palabras técnico-navales. No les cobraba mucho pero algo si, lo suficiente para ir al cine con mi novia, -y algo p’al Valdepeñas y p’a tabaco- Las clases las dábamos en la trastienda de mi amigo Riego, ya que su padre tenía una tienda de Souvenirs, justo en frente de donde provisionalmente, pusieron la escuela de Náutica y Navales mientras hacían un paraninfo nuevo, por el lado del Parque Genovés y esto nos vino de perilla, pues las preguntas que no sabían, nos las lazaban desde las ventanas en papel enrollado en una piedra como si fueran caramelos, y no solamente de inglés sino también de otros temas y nosotros, a nuestra vez, y con la misma piedra que ellos habían arrojado antes, con la chuleta, le lanzábamos las respuestas correctas; las tirábamos a la misma ventana donde una mano parecida a la de Casillas, siempre las recogía. Nunca sabré, como puñetas lo hacían, pero la verdad que teníamos todo estudiado al milímetro, -como en las películas- si hasta sincronizábamos las horas en nuestros relojes y en diez minutos, las tirábamos. Había noches que hacíamos hasta prácticas para que los lanzamientos no fallaran.

A mediado del mes de Febrero me llegó la carta de Iberia donde me decían que el reconocimiento médico era a finales y que tenía que presentarme en el Hospital del Aire y en la Ciudad Universitaria, dependencias del ejercito del Aire (otra vez me entró el congele, pues era escuchar Ejército del Aire, y enseguida me acordaba de la putada del examen de controlador aéreo). Así que de nuevo, rumbo a Madrid con mi hermano Antonio.

El día del examen me acordé de mi amiga la bibliotecaria y engullí un Dapaz para los nervios y cuando se lo conté a mi hermano, por poco me mata, pues la verdad no sabíamos si habría análisis clínicos y de esta forma, podía salir el tranquilizante a la palestra. Afortunadamente, no fue así. Lo primero, fue un electro, lo cual me vino de perilla, ya que de seguro, ni Indurain hubiese tenido un resultado como el mío porque según me dijo el doctor, mi estado físico era excelente. Luego conversando con el doctor Alcorta (que así se llamaba el médico), resultó ser de Chiclana y conocía a la familia de mi madre Magdalena pues sus padres, vivían en la calle Larga, cerca de la casa donde vivía el Juaqui, mi abuelo y al cual, yo no llegué a conocer. Sólo sabía de él y según mi madre, que le gustaba una copita de vez en cuando. De ese encuentro, salió una amistad con Agustín (nombre de pila del doctor Alcorta) que duró todo el tiempo que estuvo en Madrid. Luego fue destinado a Sevilla, cuando ascendió –según creo recordar- a teniente coronel y ahí, le perdí el rastro.

Lo peor fue el examen de oftalmología, pues yo sabía que tenía un ojo vago, que fue el motivo de no poder ir a la Escuela de Piloto de Complemento en Granada con mi amigo José, que como ya dije, luego entró de Cmdte. en Iberia. Pues bien, no hubo problema alguno ya que cuando me taparon los ojos no se que pasó que por el izquierdo, había una rendija con lo cual sin pasarme, disimulé que veía menos que por el derecho y así, obtuve la certificación de “visión perfecta” con los dos ojos. La suerte que teníamos los bisojos y digo teníamos porque ahora, veo menos que Pepe Leche (que dicho sea de paso, nunca he sabido quien era o es este tío del Pepe Leches) y es que como se sabe, en estos casos, la visión se amplía ya que el ojo sano, suple la falta de visión del otro. Así que por aquella época, mi ojo izquierdo era como la lente del último modelo de la Cannon.

Una vez pasado este calvario, al día siguiente, ya fueron los análisis normales, audiometría, y una prueba, que no recomiendo a nadie: la del vértigo, que es una especie de cabina espacial que da vueltas y cuando sales, te da la sensación que te has tomado dos botellas de Chivas o a al menos, fue eso lo que me pareció a mi… (¿Por qué será…?)

Los resultados médicos fueron todos correctos menos, una pequeña desviación del tabique nasal a chequear de nuevo, en la siguiente revisión anual. Esa revisión ya la contaré más adelante porque tiene tela y merece la pena conocerla.

Y por fin llegó el día en que comenzaríamos el curso de entrenamiento. Éramos 25 en el curso, y lo hicimos en las oficinas de Iberia en la calle Velásquez de Madrid, en la planta baja y las prácticas, obviamente en el aeropuerto y además, en el cuartel de la Marina de Arturo Soria: El curso duró un mes y también era selectivo, con lo cual era perentorio ponerse las pilas si queríamos aprobar.

Todo el temario era nuevo para nosotros sobre todo, los procedimientos aduaneros de cada país, con las tarjetas de embarque a rellenar por los pasajeros (aún no existía la UE y cada país, tenia sus propios requisitos y procedimientos de entrada) Creo recordar que Inglaterra era un examen aparte pues la normativa era increíblemente complicada. Hoy mismo es simple pero en aquella época las cosas eran diferentes y tampoco debemos olvidar que en esos años, tanto en la forma y en el fondo, España era una dictadura para el resto de Europa aunque aquí, nosotros internamente, no teníamos idea de todo esto.

El curso de Supervivencia fue de lo más instructivo pero lo peor, fue cuando nos enteramos que la prueba de natación era un requisito indispensable, y que estaba expresamente señalada en el formulario de ingreso que rellenamos al comenzar y puedo asegurarles que todos, sin excepción, los 25 que conformábamos el curso, habíamos pasado por alto este detalle y esta prueba, sí que era selectiva o mejor dicho excluyente: O la pasabas, o a la puta calle. No había excepciones y la prueba en sí, consistía en nadar cien metros en tres minutos, toda una hazaña y aunque para los que veníamos de provincias costeras el tiempo estaba bien, para los de interior la cosa no pintaba nada fácil. En la España de los sesenta, solamente los muy ricos tenían piscina y los Parques Sindicales estaban en las capitales de provincia y no en los pueblos así que, puestas así las cosas, el pánico cundió entre algunos compañeros. El curso de supervivencia lo hacíamos en los cuarteles de la Marina. La piscina era inmensa y reglamentaria, para campeonatos y cuando la vimos, nos quedamos pasmados. Tenían además una piscina de saltos ornamentales con trampolín, el más alto que yo había visto, de casi veinte metros o eso fue, lo que con el susto, me pareció a mi.

Todos pasamos la prueba; algunos con un poco más de los tres minutos exigidos pero el requisito básico era saber nadar y eso, si lo sabíamos todos. Imagino que queréis saber en cuanto tiempo hice yo los 100 metros. Pues lo diré: un minuto y medio escaso porque en aquella época, yo era un pez y una de las facetas esenciales para los ligues en Mallorca, era nadar bien y zambullirme desde varios metros de altura, en las calas de Mallorca. Así que ¡Eah!...ya lo sabéis…

Íbamos por la mañana a las ocho y hasta la una de la tarde a Velásquez a las clases de Procedimientos y después nos recogía un autobús y nos llevaban a los hangares de Iberia donde comíamos en un avión, desarrollando los servicios que luego íbamos a desempeñar abordo. Unos compañeros hacíamos de tripulantes dando el servicio de comidas y otros, hacían de pasajeros con algunos compañeros mecánicos de Mantenimiento del hangar. Tenían la obligación de ponerse impertinentes con nosotros, pidiéndonos cosas o reclamando alguna venta en plena comida. Por aquella época, Iberia daba comida en todos sus vuelos incluso el plato principal, caliente, y había vuelos de 45 minutos. Se pasaban caramelos, paquetitos de tabacos y en la aproximación al aterrizaje, chicles para destaponar los oídos de la presión. No se como lo hacíamos pero creo recordar que en los vuelos europeos, como Paris, Roma o Bruselas, en primera clase trinchábamos hasta la carne en el carrito, en el pasillo y francamente, no acierto a comprender como lo conseguíamos. Hoy mismo este servicio es impensable, aún en primera clase.

Allí mismo en el avión dábamos clases de micrófono, de salutación y bienvenida a los pasajeros en español, inglés y también las instrucciones de emergencia con el famoso chaleco y máscaras que luego, los pasajeros (la mayoría de ellos) ni miraban. Pretendía el que nos daba las clases de micro, que no se me notara tanto el acento americano al hablar inglés y con mucho esfuerzo, lo conseguí, aunque solo un poquito, porque una vez ya en el avión y con la rutina diaria, era imposible no hacerlo. Me salía el acento de mi amigo americano Ciscu. Yo no recordaba de que parte de USA era Ciscu pero un día un pasajero en un vuelo a Nueva York, me preguntó si había vivido en Ohio (¿¿¿???)

Por la tarde a las cinco, el autobús nos llevaba a la piscina de Arturo Soria, la de la Marina, a seguir con los cursos de supervivencia. Hacíamos balsas simulando un amerizaje, nos ponían hasta un mono para que pesáramos más dentro del agua y así unos a otros con el chaleco puesto, nos teníamos que arrastrar hasta dentro de la balsa haciéndote el inconsciente y os prometo, que había compañeros que para subirlos a la balsa entre dos, aún así era como subir un saco de patatas de cien kilos.

Hablé antes del trampolín. Pues bien, ese fue nuestro caballo de batalla: Había que tirarse al agua desde diez metros con el mono puesto e inflar el chaleco durante el salto. Era una prueba a realizar también con tiempo limitado para luego, ir nadando hasta la balsa y arrastrarla tu solo, treinta metros, pues se suponía que tenías que alejarla lo que más pudieras del avión, después del amerizaje.

Los incendios y mercancías peligrosas fue otra de las practicas/asignaturas más duras. No era fácil el manejo de los extintores estando totalmente a oscuras y tener que saber de memoria, donde estaban ubicados dentro del avión para posteriormente, apagar un fuego real dentro de un recinto sin ver nada (estas prácticas las hacíamos con un bombero) que con el tiempo, nos hicimos amigos pues vivía cerca de mi casa. Todavía, con Juan, -que así se llama- jugamos al mus de vez en cuando aunque me tengo que acercar, a su centro de Mayores y eso, aunque uno es longevo, todavía te da un poco de yu-yu. Lo bueno de esto, es que no te importa perder la partida pues los vinos valen 40 céntimos. Cuando veáis algún panfleto de mercancías peligrosas, veréis que es lo más coñazo del mundo, que se pueda aprender pues hay referencias para aburrir. Hasta un envío de Tampax’s esta considerado mercancía peligrosa pues esta hecha con algodón de papel fungible, ( si no lo sabíais, pues ya lo sabéis).

Cuando terminábamos el día, siempre nos tomábamos algo en un bareto que estaba cerca, así comentábamos la fatigosa jornada, nos encontrábamos con una patulea de chavalas que estaban en una academia de peluquería y confraternizábamos con ellas hasta el punto que empecé a llamar a mi novia con menos frecuencia sobre todo, de noche (deciros que un compañero se casó con una de ellas y ahora es accionista del grupo Espejo) pero con todo y con eso, aparte del devaneo yo era fiel a mi compromiso, cosa que no entendían ni mis compañeros ni mis nuevas amigas pero yo estaba centrado, en terminar el curso y empezar a trabajar y más tarde, casarme y crear una familia. No se como coño, con esa edad y después de todas las vivencias, se me metió en la cabeza esa gilipollez. Si me lo hubieran dicho ahora, la pedorreta hubiera llegado a Fernando Po. Pero como la cabra siempre tira al monte, empezó a gustarme una de la peluqueras y tuve sus más y sus menos, pero fiel a mi compromiso, -y no nos engañemos- en aquella época, la mujer en nuestro país, estaba educada para tener relaciones serias y esa clase de relación, ya la tenía, así que me fui distanciando de la copa de después del curso, no fuera a ser que cayera en alguna debilidad.

Terminamos el curso y anteriormente, ya nos habíamos tomados las medidas para nuestros uniformes y otra vez, la historia que se repite: zapatos, calcetines, camisas de verano, de invierno, chalecos mangas corta, largas, garbadina, dos gorras, uniforme de verano, invierno, maleta grande, pequeña, maletín de cuero para la documentación y cada prenda en un sitio de Madrid ¿¿¿??? (Nunca cambiaremos en este país, de seguro, alguien se llevaría algo) porque este suministro de ropa era anual pero fue todavía peor, cuando se cambió la imagen de la compañía a finales de los setenta, con el logotipo de la corona que lo hizo una agencia de Nueva York y cobró 22 millones de pesetas de la época, en democracia y con un pdte. de Iberia que años más tarde, estuvo en la cárcel por algo de las Torres Kio. En esos años y por mor del cambio de imagen en la compañía, con Margot que era azafata y ahora mi mujer desde hace muchos años, casi tuvimos que vender la casa porque no teníamos armarios suficientes para guardar los uniformes de los dos.(como veréis esto no ha cambiado: alguien se lo llevaba)

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