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La Estación de Zamora: “Parada y Fonda”

El director del museo del Ferrocarril, Carlos Abellán Ruiz junto a la Alcaldesa de Zamora Rosa Valdelón y el concejal de Turismo Francisco Hernández.
El director del museo del Ferrocarril, Carlos Abellán Ruiz junto a la Alcaldesa de Zamora Rosa Valdelón y el concejal de Turismo Francisco Hernández.

Por Concha Pelayo (*)

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

La Estación del Ferrocarril de Zamora celebra sus150 años de existencia. Para conmemorar tan señalada fecha, un tren de película, de la marca Prestige, de la Compañía Wagons-Lits-Cook salió de Madrid el pasado sábado para recalar en la Estación de Zamora dejando maravillados a cientos de zamoranos que no quisieron perderse el acontecimiento  y pudieron admirar y examinar, de cerca, una verdadera pieza de museo,  un tren bellísimo y lujoso, perfectamente conservado, que se puede ver en el Museo del Ferrocarril en Madrid.

La Estación de Zamora: “Parada y Fonda”
La Estación de Zamora: “Parada y Fonda”

Algunos privilegiados tuvieron la suerte de “coger el tren Prestige” e hicieron el recorrido  desde Madrid hasta Zamora. La misma suerte que tuvimos otros 180 pasajeros que a las cuatro de la tarde partimos desde la estación de Zamora para cubrir el recorrido hasta Carbajales de Alba.

Una tarde inolvidable y una experiencia única para que los recuerdos, los sueños y, tal vez  las lágrimas de los más románticos y nostálgicos afloraran con facilidad. En Carbajales, autoridades locales y provinciales, además de don Carlos Abellán Ruiz, Director del Museo del Ferrocarril que quiso estar presente y todos los habitantes de la localidad y de otras limítrofes donde compartieron la misma alegría de poder recibir a tan legendario medio de locomoción. Algunas mujeres lucieron el riquísimo traje carbajalino bordado con lentejuelas que refulgían a esa temprana hora de la tarde. Durante el trayecto se obsequió a los viajeros con ricos productos zamoranos. Una tarde colorista y alegre que quedará ya para siempre en la memoria de todos y que viene a unirse a aquella otra memorable fecha lejana en el tiempo.

Corría el año 1864 cuando se inauguraba la vetusta y primigenia Estación de Zamora. Había sido don Federico Cantero Seirullo quién dirigiera las obras amparado en los conocimientos que le daban su especialidad de Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos. El primer tramo hizo el trayecto Medina-Zamora y para celebrarlo se reunieron en la Estación gentes de toda condición. La Zamora de entonces  despegaba con la fuerza que requería la época. Más adelante sería la línea llamada “La Transversal” que cubría la distancia entre Plasencia y Astorga. Poco a poco Zamora iba enlazándose  con localidades próximas y ello daba aires importantes a la provincia. A principios del siglo XX, don Federico se traslada a Orense y se inicia el tramo Zamora-Orense. Para entonces ya estaba Franco el poder. Los trenes comenzaron a pulular de Madrid a Galicia y viceversa. Zamora era el nexo, un lugar de paso.

Pero las estaciones de ferrocarril  además de cumplir un servicio social, son esos lugares sin dueño, de todos y de nadie, lugares cosmopolitas donde se cruzan los hombres de todas razas y culturas, lugares donde, tiempo atrás, se acudía para mitigar soledades, para ver discurrir esos vagones que cruzaban veloces ante los extasiados ojos. La mirada apenas si acertaba a reparar en los desconocidos que, displicentes  o curiosos, observaban en derredor a través de las ventanillas mientras el humo de la locomotora cegaba y empañaba la mirada de los curiosos que presenciaban el paso del tren desde los andenes.

En la Estación de Zamora, siendo yo una adolescente,  supe que había viejecitas que se refugiaban en las salas de espera en los días de invierno para guarecerse del frío, para entablar conversación y recordar tiempos pasados. Al atardecer se levantaban pesadamente para ir a dormir a su fría chabola, no muy lejos de allí.

También en la Estación de Zamora escuché los primeros piropos y sentí los primeros sonrojos. Cada tarde acudía con mis amigas a patinar por la gran explanada y allí hacíamos nuestras carreras girando una y otra vez. Cuando el pitido del tren nos anunciaba su llegada, nos apresurábamos a desasirnos de las ataduras de nuestros patines y corríamos en pos del jadeante tren para ver si algún muchacho asomaba su rostro por las ventanillas. Cuando aquello ocurría se entablaba, casi al instante, una mágica comunicación visual que se traducía en enamoramiento repentino y que no duraba más de lo que el tren tardaba en desaparecer de nuestra vista. A veces, cuando la parada era más duradera, hasta nos permitíamos darle nuestra dirección al también ruborizado chico. A los pocos días, el cartero nos traía una maravillosa carta que nos mantenía alborozadas una temporada. !Ay…¡ Las estaciones del ferrocarril fueron como una rapsodia triste y melancólica, como el cántico del Miserere que el Coro Sacro entona en la Plaza de Viriato en la madrugada del Viernes Santo. Las estaciones de ferrocarril han inspirado a no pocos escritores y poetas para elaborar sus obras.

Y el tiempo corría con la misma urgencia que lo hacían los flamantes vagones y en la década de los cincuenta desaparece el originario edificio de la estación  de Zamora, siendo sustituido por el  actual, el cual adopta un estilo entre plateresco y renacentista, de gran belleza y distinción y que nos recuerda, por el tono de la piedra con la que está construido, a muchas de las construcciones de la vecina Salamanca.

Nuestra Estación forma parte de la propia fisonomía zamorana, como los zamoranos forman parte de la propia fisonomía de la Estación. Ambas conforman una dualidad constante que fluye con la misma energía que las mismas aguas del Duero y que también se ha quedado en la mirada de muchos viajeros que pasaron por ella. Es muy frecuente escuchar, allende nuestras fronteras, aquello: “Ah, eres de Zamora, pasé una vez por allí, iba en tren…tenéis una Estación preciosa, bellísima…” Y un ligero regusto nos cosquillea por dentro ante tan sincera alabanza. .

Cómo olvidarse del protagonismo de la Estación, cuando décadas atrás fue testigo de tantos adioses, de tantas lágrimas de los zamoranos que intentaron hacer fortuna o subsistir sencillamente, en Bilbao, Barcelona, Francia, Suiza o Alemania. Fueron cientos, miles, los que asentaron sus raíces y no volvieron hasta alcanzar su ancianidad. La emigración, la despoblación en Zamora es un hecho que se produce año tras año, sin tregua y sin pausa. En los años sesenta, por ejemplo, había tantos zamoranos en Madrid como zamoranos residentes en la ciudad de Zamora.

Hoy la Estación de Zamora se ha modernizado y aquellos viajeros que guardaban sus pertenencias en maletas de cartón y atadas con cuerdas, ahora portan maletines de cuero y se comunican a través de sus móviles mientras hacen rodar cómodamente el equipaje por los andenes. Hoy los viajeros zamoranos del siglo XXI se trasladan a Madrid en dos horas. El legendario TALGO fue sustituido por el ALVIA, como los viejos raíles de vía estrecha han sido sustituidos por los del ancho especial que nos traerá el AVE este mismo año y nos llevará a Madrid en 55 minutos. Todo se ha consumado y Zamora no ha perdido la oportunidad de coger el tren.

Hoy, nuestra estación, es protagonista. Felicidades a todos.

(*) Concha Pelayo es escritora y Crítica de Arte

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