Blair: «No escuché las advertencias de mi asesor sobre la invasión de Irak»

La decisión de participar en la guerra de Irak fue una de las más polémicas tomadas por el Gobierno de Blair, que estuvo en el poder durante 10 años, hasta 2007. Generó protestas en las calles y el entonces jefe del Ejecutivo fue acusado de haber engañado a los británicos sobre los motivos de la invasión militar.
Ayer, el ex primer ministro afirmó ante una comisión que investiga el papel del Reino Unido en el conflicto del país asiático que casi un año antes de la invasión, iniciada en 2003, se comprometió a apoyar a Estados Unidos en caso de que emprendiese acciones contra el régimen de Sadam Husein. Además, el ex premier admitió que desoyó las advertencias de su asesor fiscal sobre la ilegalidad de invadir la nación árabe sin el respaldo expreso de la ONU al considerar que era un consejo meramente «provisional». El mandatario explicó que se aferró a su análisis del asunto, porque pensaba que el principal abogado del país cambiaría eventualmente de opinión.
Blair quiso matizar sus palabras y aseguró que no fue a principios de 2002 cuando acordó con el entonces presidente estadounidense, George W. Bush, el apoyo militar incondicional de su estado, como aseguran algunos, si no que siempre estuvo a su lado en que había que hacer algo contra Sadam. «Acepto totalmente que iba a estar del lado de América a la hora de abordar este asunto», asumió ante los miembros de la comisión de investigación en Londres. «Lo que yo le decía a Bush» en el verano de 2002 «era algo muy claro y sencillo: Puedes contar con nosotros, vamos a estar contigo para tratar de resolver esto, pero hay dificultades», recordó.
El 14 de enero del 2003, y de nuevo el 30 de enero, el entonces fiscal general del Estado, Peter Goldsmith, advirtió al jefe del Gobierno que la resolución 1.441 de la ONU no era suficiente para justificar el uso de la fuerza contra Irak (aunque el 7 de marzo sorprendentemente cambió de opinión). Blair argumentó ayer que en aquel momento «aún no había pedido formalmente asesoramiento legal, ni él (el fiscal) había llegado al punto de darlo».
«Por eso me aferraba a mi posición de que no hacía falta una segunda resolución», relató. «Creía -añadió- que, una vez conociera el historial de negociaciones británico, pero sobre todo el estadounidense, concluiría que la 1.441 significaba precisamente lo que decía: que Sadam tenía una última oportunidad para cumplir y que, si no lo hacía, estaría infringiendo las condiciones, lo que a su vez revivía anteriores órdenes que sí autorizaban la fuerza».
En el margen del memorando del 30 de enero, en el que Goldsmith repetía su argumento de que la 1.441 no autorizaba por sí misma la fuerza, Blair escribió de puño y letra: «Simplemente no entiendo esto». El pasado martes Goldsmith dijo ante la misma comisión que el ex primer ministro le excluyó de deliberaciones importantes sobre la legalidad del ataque, algo que éste admitió ayer haber hecho al afirmar que podría habérsele «incluido más».
El ex premier también insistió en que todo su Gabinete de la época sabía que el curso de acción que había emprendido podía llevar a una intervención militar, pese a que un diplomático británico declaró previamente lo contrario. Blair manifestó que era imposible que sus colegas no supieran que ese podía ser el resultado, ya que, argumentó, él hizo muchas declaraciones a la prensa en ese sentido. Por otra parte, una nota hecha pública ayer de Blair al que fuera su portavoz, Jonathan Powell, antes de la visita a Bush en su rancho de Texas en abril del 2002, reveló que el ex jefe del Gobierno abogaba por que el Laborismo fuera «a la carga» al tratar con el entonces presidente iraquí Sadam Husein.
Blair argumentó que, desde el punto de vista del «centroizquierda», el caso a favor de una acción militar contra Irak era «obvio», al tratarse de un «régimen brutal y una dictadura opresora».
Reino Unido envió 45.000 soldados al territorio musulmán para llevar a cabo la invasión, liderada por Estados Unidos, en marzo de 2003. De esta forma, Blair reveló que ignoró los consejos del fiscal general, Peter Goldsmith, que en enero de 2003 le advirtió de que la invasión sería ilegal si no estaba respaldada por una resolución de Naciones Unidas.

SITUACIÓN TRAS EL 11-S. El ex primer ministro repitió algo que ya dijo en su primera intervención (ya que la de ayer fue su segunda comparecencia en persona): que los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos modificaron el cálculo del riesgo, es decir, que había que expulsar a Sadam del poder porque suponía una amenaza para el mundo y se negaba a acatar las normas de la ONU. El ex líder laborista precisó que la posibilidad de forzar un cambio de Gobierno en Irak es algo que se barajó inmediatamente después del 11-S. «Si se convertía en la única forma de abordar esta cuestión, íbamos a estar preparados para ello», explicó.
Por último, ayer se manifestaron junto al Parlamento, unas 50 personas contrarias a la guerra que han coreado frases como Blair miente, miles de personas mueren. El ex primer ministro matizó ayer que, aunque no se arrepiente de la guerra, sí lamenta «profundamente» las muertes de 179 soldados británicos y cientos de miles de iraquíes en el conflicto. Ante esta declaración, las familias de militares muertos presentes en la sala apuntaron que era «demasiado tarde».