Nosotros

Siempre queda la sospecha de si lo que se escribe sirve para algo más que para llenar media página de este periódico que, amablemente, brinda la oportunidad de participar en el oficio periodístico. Un oficio imprescindible porque sirve de puente entre lo que pasa en la calle y en el mundo, la realidad social, económica, religiosa, cultural y política, y los ciudadanos. Sin una buena información y sin opiniones libres y plurales que sirvan de contrapunto unas a otras, no puede existir una democracia que se precie.

Aunque ahora están en peligroso auge los bulos, las mentiras, la polarización, la crispación y el odio, siempre hubo en la Tierra sus más y sus menos. La diferencia es que en estos tiempos las noticias enlatadas, las tautologías o maniqueísmos simplistas (“Sí es sí”; “Sánchez o España”) y, sobre todo, los bulos vuelan a la velocidad de la luz a caballo de una tecnología al alcance de pequeños y grandes. Con el añadido de que su rapidísimo desarrollo dificulta un aprendizaje tranquilo y pone en jaque a una sociedad que es, al mismo tiempo, la más incrédula en las cuestiones científicas y la más crédula en las cosas más peregrinas. Por eso, la manipulación es más fácil. Quien haya llegado hasta aquí leyendo, tendrá en mente algunas de las supersticiones propaladas por los terraplanistas, negacionistas, conspiranoicos, apocalípticos y por los gurús de la seudomedicina, de la sicología positiva y del “si quieres, puedes”. Hay en todos estos movimientos ideológicos, un lucrativo y peligroso mercadeo económico y político.

Por eso, es fundamental que la escuela, los medios de comunicación, las familias, los sindicatos, los partidos políticos y todas las organizaciones sociales pongan empeño en favorecer y potenciar, en todas sus actividades, el diálogo, la crítica serena, el debate respetuoso y la reflexión. Para no convertirse en lacayos del consumismo de todo aquello que ofrecen. Y, como es tiempo electoral conviene estar al loro para distinguir la mercancía de unos y de otros. Parece poco probable eso de que “todos son lo mismo, todos van a su interés personal”. Si no existe la igualdad en los mercados de hortalizas, ¿por qué la va a ver en el zoco de las ideas y de los hechos políticos? En tiempos de crispación, hay que comprar más con la cabeza que con las tripas, para que la razón no se ofusque con los sentimientos más primarios como el odio o el desprecio al que piensa o actúa diferente pero cumpliendo las leyes. Se impone el analizar los hechos y poner en solfa los “relatos”.

En fin, hay que recuperar el “nosotros” frente al mirarse el ombligo de los “yoes” libertarios y egoístas. No es causalidad que el Padrenuestro diga nuestro y no mío. Porque no somos islas. Para contribuir a esa tarea, sirvan estas palabras de un hombre sabio que murió hace unos días. Se llamaba Nuccio Ordine y trabajó denodadamente por hacer de la educación que enseña a pensar, el fundamento de la convivencia. Esto escribe en su obra La utilidad de lo inútil:

"En un relato autobiográfico, Vincenzo Padula, un clérigo revolucionario que vivió en un pueblo de Calabria entre 1819 y 1893, recuerda la primera lección de vida aprendida en familia, cuando todavía era un joven estudiante. Tras dar una respuesta insatisfactoria a una insidiosa pregunta de su padre («¿Cómo es que en el alfabeto de cualquier lengua la A va antes y la E después?»), el seminarista escucha con viva curiosidad la explicación que le ofrece su progenitor: “En este mundo miserable el que ha es, y el que no ha no es; por eso la letra a precede siempre a la letra e. Pero hay algo más: quienes no tienen constituyen en la sociedad civil la masa de las consonantes, porque consuenan con la voz del rico y se conforman a sus actos, y el rico es la vocal, y sin ella no creo que la consonante pueda sonar”. A casi dos siglos de distancia, la imagen de una sociedad dicotómica rígidamente diferenciada en amos y siervos, en ricos explotadores y pobres degradados a la condición de animales, tal como la había descrito Padula, no corresponde ya, o apenas, al retrato del mundo en el que vivimos. Persiste, sin embargo, en formas muy distintas y más sofisticadas, una supremacía del tener sobre el ser, una dictadura del beneficio y la posesión que domina cualquier ámbito del saber y todos nuestros comportamientos cotidianos. El aparentar cuenta más que el ser: lo que se muestra. (un automóvil de lujo o un reloj de marca, un cargo prestigioso o una posición de poder), es mucho más valioso que la cultura o el grado de instrucción".

Pues eso. Buen verano.