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Memorias: Así fue y así lo voy a contar

Yo, El Azafato (I)

Por Quino Moreno

sábado 30 de diciembre de 2017, 21:52h
Yo, El Azafato (I)
Yo, El Azafato (I)

Primera Parte

Era el año 1967, cuando comienza esta historia, que es mi historia y parte de mi vida. Se dice que los destinos están marcados y en este caso puedo dar fe de ello. Nunca llegué a pensar que llegaría a ser un… AZAFATO DE VUELO. Todo empezó, cuando volví a Madrid después de haber pasado casi dos años en mi tierra natal Cádiz. Pero voy a comenzar la historia mucho antes.

La verdad que fui un emigrante prematuro sin necesidad, pero el panorama de mi patria chica en aquel momento no me pintaba bien, y nada más terminar el bachiller elemental, hice una especie de oposiciones para entrar en la Escuela de Cuatro Vientos, del Ejército del Aire aprovechando que varios amigos de Instituto se iban a enrolar en la misma aventura. Era el año 1961, tenia dieciséis años con lo cual, conseguir que me dieran el permiso paterno para marchar a Madrid, fue tarea ardua. Lo conseguí aprovechando que mi madre estaba pasando unos días con mi hermana en Melilla, y con mi padre, fue más fácil de convencer, pero cuando mi madre volvió, se le cayeron –como se dice-, los palos del sombrajo de la monumental bronca que recibió; decir de mi madre, que mi padre cuando subía a casa, -que era un cuarto piso con una escalera empinada- un poquito contentito, compraba una escoba y cuando mi madre le abría la puerta, le decía: “Magdalena pégame, que me lo merezco” y al día siguiente, después de la resaca se daba cuenta por los cardenales, que le había arreao. Con esto no quiero decir que mi padre se embriagara cada día, pero el vino de Andalucía es muy goloso y muy cabezón y de vez en cuando, mi progenitor se pasaba, y Magdalena entonces, daba buena cuenta de la escoba que le subía mi padre a modo de perdón, pero él, era así le salía la gracia de Cádiz. Es decir entonces que si mi madre no hubiera estado en Melilla, ahora mismo no estaría contando esta historia porque el permiso paternal no se hubiera firmado.

Resuelto ese salvoconducto, en un tren que me pagó el Ejército del Aire (me pregunto porqué no nos llevaron en avión desde Jerez) y que era el tren del Correo, tardamos 15 horas de Cádiz a Madrid porque el dichoso trencito dejaba las cartas hasta en las pedanías; una vez llegamos a Madrid, el traslado a la Escuela de Cuatro Vientos fue más lujoso; era un camión con la carrocería de lona y unas tablas transversales que hacían las veces de asiento y desde ese mismo momento, ya comencé a echar de menos las ventajas de estar en casa.

El examen fue chupao, lo sabía hasta YO, que no era una lumbrera y fíjense, no fallé ni una pregunta, así que aprobamos todos y dos meses más tarde, me encontré vestido de soldadito especialista de Alerta y Control, casi na. Hasta teníamos unos cordones verdes de alumnado en el pecho y un galón verde de especialista y eso nos costó firmar una permanencia -como con los móviles-, de tres años con la madre patria. Fui el segundo de mi promoción y pude coger el destino que más me gustó y elegí una base de Radar americana en Mallorca. La verdad que había otro radar en Rota cerca de casa, pero preferí la aventura de la islas Baleares.

Y otra vez me pasó lo mismo… ¿para que coño estaba yo en el Ejercito del Aire? Si me tuve que ir a Valencia en tren y a Mallorca en barco. Total con lo cual y con lo cuyo, otras tantas horas de viaje y no creáis que fui en camarote, en butaca y como dicen los mallorquines y prau.

Mi arribada a Mallorca fue de lo más emocionante; venía conmigo en el barco otro especialista de motores de la Escuela de León y hasta entonces, sabíamos que nos iban a recoger en el muelle y empezamos por buscar un camión a la usanza del ejército español de aquella época lona incluida, y cual fue nuestra sorpresa cuando vimos que nos hacían señas unos soldados americanos con un cochazo azul que nos quedamos alucinaos. En el inglés que había aprendido en el bachiller que no era ...y el de la Escuela de Cuatro Vientos que era menos, nos pudimos enterar que nos llevaban a una base americana que estaba en una montaña. Yo no soy racista pero en aquella época en España, no había mucha gente de color, y estos soldados eran los dos de un color muy oscuro y yo juraría que pesaban ciento y pico de kilos cada uno y eran el doble de alto que nosotros.

Otra vez me comencé a acordarme de mi madre Magdalena, fijaos que tenía dieciséis añitos; llegamos a nuestro destino: una Base Americana con las dos banderas, la americana y en aquella época, la española del águila. Todo estaba limpio y pulcro y los americanos llevaban las camisas planchadas igual que en las películas; me acuerdo que lo comentamos Merino que era mi compañero, y yo

Fuimos a la parte española que ésta era ya más cutrilla y un poco sucia, y allí nos recibió el coronel Cadena, que no creáis que nos dio la bienvenida. ¡¡Tú, que eres de radar al pabellón americano, al ala B y a Merino, lo mandó a otro sitio con lo cual nos separaron de momento y digo de momento, porque Merino y yo nos convertimos en hermanos.

Me fui con mis bártulos, al Pabellón Americano Ala B, que era un edificio de cuatro plantas que parecía un Hotel. A mi coronel se le había olvidado decirme donde tenía que alojarme en ese imponente edificio y yo al coronel, no iba a volver; no fuera ser que me dejara en el pabellón español que no me gustó ni un pelo, así que me busqué la vida con un compañero que me encontré por allí y que me di cuenta que llevaba la camisa del uniforme nuestro, planchada como los americanos y un galón dorado de Cabo 1º y no era mucho mas mayor que yo. Esto me estaba pintando mejor y dejé de acordarme de mi madre Magdalena.

Después de mucho indagar porque no creáis que mi compañero del galón sabía inglés mucho mas que yo (luego supe que llevaba allí solo unas semanas más que nosotros) y que éramos en total de 18 radaristas.

Mi alojamiento estaba en la segunda planta, habitación 209, cerca de las duchas y la sauna. Diré y no me da vergüenza reconocerlo: no sabía lo que era una sauna. Recorrí pasillos y por fin, di con mi habitación; abrí la puerta y hete aquí, que estaban los dos americanos que nos habían traído del puerto y un pelirrojo que se me asemejaba a un cowboy de las películas del oeste. Después de una bienvenida con dos Hello, uno de ellos me dijo: “tu bed es la de abajo la mía es la de arriba”. Pasé un tiempo en desempacar mi equipaje que la verdad no era mucho y meterlo en mi taquilla y luego, me tumbé en la litera que me correspondía. Pues bien, mi compañero de litera de la parte superior, se tiró un pedazo de pedo que pareció un trueno de una tormenta tropical. Me quede pálido del susto y le pedí a Dios que por favor me ayudara porque no sabía que me esperaría en ese lugar.

Tenia que buscar a algún compañero que me explicara de que iba todo aquello y en ese preciso momento, entró un sargento americano que era mexicano y me dio todas las instrucciones pertinentes. Pertenecía al grupo Bravo mixto Español Americano y mi comodoro era el cabo Frank que resultó ser el del pedo. La cena fue fantástica: Buffet con toda clase de viandas y en ese momento, me sentí el hombre más feliz del mundo, pues también me habían dicho que la ropa venían a recogerla los jueves y las subían los martes. Yo ya me veía con mi camisa planchada como los americanos de las películas militares.

Os diré que la Base era el Escuadrón 480 Puig Mayor Mallorca, a ocho kilómetros de Soller montaña arriba al norte de la isla. Estábamos en plena montaña y la bola del radar donde estaba la sala de operaciones estaba a casi 1.800mts de altitud y normalmente en diciembre y enero estaba completamente nevado y estamos hablando de Baleares.

Mi primer día de servicio en el pico que así le llamábamos, fue toda una experiencia que nunca se me olvidará: Frank, (más adelante Ciscus, ya sabréis porqué), me puso en Ploting Board, que era un puesto detrás de un cristal donde con un lápiz graso, tenías que ir llevando las rutas de los aviones cada dos minutos y por cada avión, una denominación. Por ejemplo F8AB, pues bien, mis dos compañeros de habitación cada uno en una pantalla, empezaron a darme aviones para que yo los reflejara en el ploting. Habíamos hecho prácticas en Cuatro Vientos de escribir al revés y de hecho, todavía lo hago pero aquel tráfico que me dieron, era imposible llevarlo y encima, me daban los datos en inglés (americano) con lo cual, me vi detrás de ese cristal con un lápiz graso en una mano y en la otra, un trapo y llorando desperado y otra vez, comencé a acordarme de Magdalena.

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