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Opinión

“Para Librepensadores” (XXII)

De regreso al hogar

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
“Para Librepensadores” (XXII)

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El ser humano no es otra cosa que una especie de vestido para su alma, formado por muchas capas. Una solidificación que reluce y cambia de matices según sea la carga del alma. Por eso los caracteres de los seres humanos son tan diferentes, ya que cada persona tiene sus propias cargas.

Después de la muerte, el alma pasa a los ámbitos del más allá. Si va a niveles inferiores porque está muy cargada, entonces se encuentra aún en la rueda de la reencarnación, es decir del nacer y morir repetidamente. Si se ha tornado más luminosa, entonces se ha liberado de la rueda de la reencarnación y asciende a niveles más altos, a los llamados niveles de preparación, para dirigirse desde allí paso a paso al Hogar eterno.

Ninguna energía se pierde, tampoco la energía de nuestros pensamientos positivos o negativos, la de nuestras palabras o formas de actuar. Las energías que hemos emitido ya sean positivas o negativas, tienen un efecto en nosotros mismos, pues con ellas hemos impreso un sello en nuestra alma. Este sello o grabado energético permanece en el alma también después de la muerte. De hecho cada alma está envuelta por todos los grabados que como hombre realizó y a estas envolturas las llamamos «vestidos» del alma.

Seres divinos, hermanos y hermanas espirituales, seres puros, instruyen al alma y le prestan ayuda para liberarse de dichos vestidos, es decir de los diferentes grabados pecaminosos excesivamente bajos o humanos. Y cuanto más coopere el alma para liberarse de estas capas en los niveles de purificación, más rápidamente se tornará ligera y luminosa.
Luego el alma decide si continuar su proceso de limpieza en los planos de purificación o encarnarse una vez más para eliminar los restos de sus faltas, ya que en la Tierra esto va posiblemente más rápido. Algunas almas obstinadas dicen: «No creo en lo que se me explica aquí; a mí me atrae la Tierra». Pero a una nueva encarnación en la Tierra puede irse otra vez, si se gesta un cuerpo humano que corresponda a lo que hay registrado en ella, a lo que está activo en su grabado. De esto resulta que en nuestra vida actual ya imponemos un sello al cuerpo y al rumbo que tomará la vida en futuras encarnaciones. Éste es el supuesto de cuando el ser humano no se entrega a la purificación del alma, sino que en este mundo infringe constantemente la ley del amor, de la libertad, de la unidad o fraternidad.

¿Pero cómo salimos de este ciclo de morir y nacer, de permanecer al otro lado en los reinos de las almas, de volver a nacer y de volver a morir? El Sermón de la Montaña de Jesús de Nazaret es la clave, la norma de conducta ideal para nuestra forma de pensar y de vivir el día a día. Hemos recibido entonces reglas valiosas: Los Diez Mandamientos y las enseñanzas de Jesús, si las seguimos paso a paso se purifica entonces nuestra alma.
Un lema simple pero eficaz podría ser: Lo que no queremos que nos suceda a nosotros, no debemos causarlo ni a nuestro prójimo ni a los animales ni a la  naturaleza. Si obramos de forma correspondiente, nuestra alma se va liberando lentamente de sus cargas.

Tan pronto como el alma esté más clara y no tienda más a una nueva vida en la Tierra, se podrá limpiar en los ámbitos de purificación que están destinados en el más allá para las almas, desde allí puede volver paso a paso al Hogar del Padre, a su eterna existencia primaria, a su eterno Hogar originario.

 

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