De empresario del sexo a limpiador de parabrisas

Esta es la historia de un hombre de 43 años que de la abundancia, del dinero fácil, pasó la estrechez, el decaimiento, a la angustia total como muchos viven en Paraguay en el marco de la crisis económica que arrancó en 1993 y tarda en marcharse.
El primer semáforo con que se encuentra el viajero que llega a Asunción a través del aeropuerto internacional “Silvio Pettirossi” es el de las esquinas de las avenidas General Genes y Madame Lynch. Se trata de uno de los cruces más agitados de la capital.
Allí se concentran unos 30 limpiadores de vidrio de vehículos. No tienen otra ocupación. Este trabajo, si así se lo puede llamar, rinde entre 30.000 a 50.000 guaraníes (de 6 a 9 euros) por día a cada limpiador.

Uno de estos trabajadores de la calle es Nelson, quien hasta hace dos años, era el dueño de un exitoso prostíbulo en la céntrica esquina de Hernandarias y Oliva, la parte vieja de Asunción. Allí llegó a tener a 18 prostitutas, de las que, por día, ganaba promedio de 1.000.000 de guaraníes (unos 150 euros), un dinero respetable en cualquier parte.
Por 2005 algunos de sus ocho hijos empezaban a terminan el bachillerato (secundaria se dice aquí) con planes de ingresar a la universidad. El padre, que empezaba a ganar menos con la crisis que alcanzó incluso al negocio del sexo, tuvo necesidad de hacer un préstamo de dinero para lo cual cayó en manos de un usurero. Se ahogó en este compromiso por lo que tuvo necesidad de vender la llave de su negocio, después de 20 años.
Fue ahí que empezó su calvario económico. Si bien, dijo, pagó la cuenta con el usurero y no tuvo otra que saldar, entró en una etapa depresiva. Pensó en el suicidio, pero en un arrebato de lucidez y sentido común pensó que si llegara a quitarse la vida sus hijos quedarían sin padre. Decidió hacer otros trabajos.
Fue el administrador de una frutería, pero ganaba apenas la mitad del sueldo mínimo mensual (100 euros), luego fue guardia de seguridad para un grupo de vecinos (27 euros) por semana, que a las pocas semanas se redujo a cero. Nadie más le pagó. Entonces decidió por ser vendedor ambulante. Vendió anteojos de sol, limón, remedio refrescante para el tereré (la infusión fría paraguaya), Coca Cola en los autobuses, gorras de lana, hasta que, desde el 11 de diciembre de 2008, pasó a ser limpiador de vidrios.

“Yo tenía vergüenza" (dijo) que me vean mis amigos limpiando parabrisas de coches en una esquina, después de haber sido tan engreído y altanero, con dos coches en la casa, ropas de marca y la heladera llena. Un pariente me llegó a decir, “tú, que te mandabas la parte”, pero ahora ya estoy en paz, ya no me importa que me vean limpiar parabrisa, ni que me vean mis amigos. Va!, me vieron desde el primer día. Estoy en paz, dejé el alcohol y las tentaciones lo mismo que la infidelidad. Puse mi vida en manos de Jesús y vivo tranquilo, en paz”.