Pronto vendrá mi mujer y mi hija y quizá comencemos a discutir, es algo que no comprendo. Pero así es la vida, los hijos son para perderlos no para retenerlos.
Yo he sido famoso y he sido admirado por las gentes, lo he sido por mi talento, por mi esfuerzo y mis ganas de trabajar, pero sobre todo por gracia del “Espíritu Santo”, la más desconocida de la “Santísima Trinidad”, la más desconocida por el vulgo, pero yo sí que la conozco, sobre todo en los ratos de silencio y de soledad.
Llegan las chicas, las dos chicas, la rubia y la morena, que en su inocencia piensan y sienten acerca de mi pequeña grandeza, esa grandeza que admiran los hombres pero no el Señor.
¿Qué admirará el Señor?; ardo en deseos de saberlo, de conocerlo. ¿ Pero quién poseerá el don de contemplar el rostro de Dios?.
He almorzado en el restaurante ”Puerto de Vigo” de la capital con mi mujer, y hemos pasado en taxi por la puerta de la casa de Carolo y de Jorge, en Quintana esquina a Ferraz, ¡ y cómo me he acordado de ellos ¡.
Acaba de llegar la amiga de mi esposa, es voluntariosa y un poco impertinente pero buena mujer, y hablan de tonterías. Al fondo veo a la rubia, la hija del barman del “Chiringuito”, que va cumplir 18 años y que me inspirará el “Auto Sacramental” que voy a escribir en el futuro, pero es adelantarnos a los acontecimientos.
Aquí en la terraza del “Chiringuito” se está de maravilla, la temperatura es muy fresca y hay música de fondo, muy bajita y con un ritmo endiablado.
La rubia ha desaparecido ahuyentada sin duda por la charla impertérrita de las dos mujeres.
(continuará)