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Reflexiones

La Mañana de Pascua

Por Germán Ubillos Orsolich

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

Si la noche de Navidad es posiblemente el día más importante de la Historia pues es el instante en el que Dios se hace hombre para compartir con nosotros el hecho de serlo, de ser nuestro amigo, nuestro compañero y nuestro Dios para terminar siendo nuestro Redentor, la mañana de Pascua es para toda la cristiandad pero más aún para todo el orbe creado más importante aún si cabe, esa mañana radiante del domingo que ya será festividad eterna, Cristo Triunfante sale del sepulcro e ilumina una creación nueva y eterna.

Él ya no morirá jamás, su cuerpo glorificado va a situarse de nuevo junto al Padre del que vino y es el anuncio de la última mañana del gran día del Señor, la Parusía, el día que no tendrá ocaso, después de vencer a la enfermedad, al dolor y al pecado, ahora vence al último enemigo, al que los humanos siempre hemos tenido más miedo, a la muerte. Por eso el domingo de Pascua tiene para mí el sonido inefable de las trompetas de la eternidad, yo un pobre y minúsculo mortal siempre obsesionado por el paso del tiempo y por la muerte, ese tema por otro lado tan literario, siento con emocionada gratitud el poder triunfante de nuestro Dios, que siempre es más fuerte que el mal, el mal que coyunturalmente me puede vencer pero que a Él no le  vence jamás pues Él es más fuerte que el mal y además puede resucitarme – resucitarnos – y llevarme – llevarnos – a la vida eterna junto a Él, a sus ángeles y a sus santos. Aquella mañana tuvo lugar la primera aparición de Jesús a María Magdalena. Ella estaba llorando, sola, junto al sepulcro. Creía que lo había perdido todo. “Mujer, ¿por qué lloras?,¿ a quién buscas?. Ella tomándolo por el hortelano, le contesta: Señor, si tú te lo has llevado, dime dónde los has puesto y yo lo recogeré”. Ve a Jesús y no lo reconoce; las lágrimas le impiden ver que tiene ante sí misma quien buscaba, al llorar no reconoce a quien lloraba. Los sentidos no sirven ya para reconocer a Jesús en su nuevo estado de cuerpo resucitado. “Entonces Jesús le dijo: María”. Hasta ese momento no había reconocido ni su rostro ni su aspecto, pero al oír pronunciar su nombre es liberada de su desconfianza y enviada a anunciar el gozo de la resurrección.

En realidad la alegría de los cristianos es muy profunda, es una alegría del corazón e indestructible pues Él además de vivir nos acompaña hasta el final de los tiempos bajo la forma del pan consagrado, de la Eucaristía.

Cuando María Magdalena se lo cuenta a Simón Pedro y al otro discípulo al que tanto quería ambos salieron camino del sepulcro, los dos corrían juntos pero el otro discípulo corría más que Pedro, se adelantó y llegó primero al sepulcro, este detalle tan minucioso es el que hace creer al gran Graham Green mi admirado autor británico en la verosimilitud de todo el evangelio, así era Graham Green y así era San Juan que corría más que San Pedro porque era más joven, no obstante se asomó pero se detuvo a la puerta del sepulcro, vio las vendas en el suelo. Entonces llegó Simón Pedro detrás del él “y entró en el sepulcro”. Pienso que Juan no lo hizo por deferencia a Pedro ya que éste era más mayor además el Señor le hizo cabeza visible de la iglesia y le entregó las llaves del cielo… “lo que atares en la tierra será atado en el cielo y lo que desatares serás desatado en el cielo”. Pedro es piedra angular a pesar de su negaciones, de sus arrebatos y de sus meteduras de pata (perdonen- me los lectores). Ambos vieron las vendas en el suelo y el sudario con el que le habían cubierto la cabeza, no por

el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte. Ambos vieron y creyeron.

En la muerte y resurrección de Jesús, Dios ha dicho su última palabra a favor de los hombres. En la resurrección de Cristo, toda la humanidad, todos nosotros estamos destinados a la resurrección y a la vida.

Mis grandes maestros los existencialistas que tanto lucharon con la idea de la muerte, los nihilistas, todos los desesperados de la vida tienen aquí la salida, la única salida y además la verdadera. La mañana de Pascua es como un sol abrasador de luz cegadora y eterna que ilumina ya por siempre a toda la Humanidad, por eso esa mañana de hace más de dos mil años es la más importante de todas, la que dio un vuelco definitivo a la Historia, la que nos hace tan felices y nos da tanta alegría

 

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