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Cubierta del Libro
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La Colegiata de San Patricio de Lorca. Arquitectura y Arte.

Murcia, 2006 - I.S.B.N. 84-8371-645-3

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

La historia arquitectónica y artística de la Colegiata de San Patricio constituye una página imprescindible para la compresión del proceso urbanístico vinculado a la propia historia dinámica de la ciudad.

Lorca, cuyo protagonismo en el mapa se había ceñido tradicionalmente a la estrategia que le concedía ser una ciudad de frontera, se vio empujada a una ineludible metamorfosis tras la conquista del Reino granadino por los Reyes Católicos en 1492. La ampliación de su territorio y nuevos asentamientos de población, integrados en unas fuentes de riqueza explotables con mucha más estabilidad fue en décadas precedentes, al igual que el establecimiento de importantes sedes de la burocracia oficial, generaron una burguesía en auge que, desde el Concejo de la ciudad, intentará por todos los medios engrandecer a su ciudad como su nuevo rango merece. El primer propósito unánime fue dotarla de una Colegiata.

Si en algo abundaba Lorca, era en arquitectura religiosa. Pero ninguna de las iglesias que configuraban la red parroquial de la ciudad, se juzgó merecedora del rango de Colegiata. A pesar de que alguna de ellas había llegado a ser emblemática en el siglo XVI, como Santa María, el proceso arquitectónico común había adolecido de lentitud y de disparidades de criterio artístico y los recursos limitados implícitos a la situación que entonces había atravesado la ciudad, tan sólo pudieron afrontar resultados muy modestos y alejados de toda riqueza ornamental.

Por lo tanto, el interés creciente de gran parte de la ciudadanía, con voz unánime a través de su Concejo, consiguió poner en marcha las obras de la iglesia que habría estado predestinada a ser “catedral de Lorca” si la ciudad hubiese conseguido sus aspiraciones de erigirse en Obispado independiente a final del siglo XVIII, concretamente en 1776.

El análisis de la documentación protocolaria evidencia, en efecto, que tales desvelos e iniciativa se debieron mucho más al sector laico que no al eclesiástico. Peculiaridad que ennoblece todavía más al Concejo lorquino, consciente de la importancia y posibilidades de su ciudad y, si bien los inevitables problemas económicos ante el proyecto no se hicieron esperar, una constancia imbatible los fue paulatinamente solventando.

La historia artística de San Patricio fue, en términos constructivos, la más larga de todo el arte lorquino de este período. De hecho, la fachada principal, cuya dirección se debió al arquitecto y maestro de cantería José de Vallés, se inició en 1694 y no se concluyó hasta 1710. El interior, de planta tipo catedralicio, con girola y tres naves, arrancaba del siglo XVI y fue recibiendo progresivamente los elementos propios del estilo barroco que, aunque en ocasiones obligaron a notables reformas constructivas, nunca llegaron a anular del todo la tipología precedente.

Tal dilación constructiva imprimió en la Colegiata una riqueza específica de la que no gozan otros monumentos artísticos vinculados a la zona lorquina: la marca perenne de la sucesión de artífices y estilos y de ejecuciones peculiares y específicas; el trasiego de artistas y de corrientes en ocasiones importadas, y, en su caso, la intervención del escultor napolitano Nicolás Salzillo, padre de Francisco Salzillo, que esculpió el trascoro en 1716, confirieron a la Colegiata de San Patricio, en la conjunción de su armonía final en 1776, año de su consagración bajo el episcopado de Don Manuel Rubin de Celis, un esplendor y una identidad artística peculiares.

Los siglos transcurridos desde dicha fecha no han mermado la majestuosidad de la Colegiata. Esencialmente su fachada, tan limpia en su trazado cuanto exuberante y hasta sensual por la adaptación de su iconografía decorativa, se identifica con la ciudad de Lorca y excede por su interés nuestras propias fronteras regionales.

Estamos, sin duda, en un momento clave de valoración de nuestro patrimonio y de reflexión sobre los hechos y visiones múltiples que confirieron a nuestra historia pasada los cimientos donde asentar un futuro y donde el presente es el fruto más privilegiado.

Quizá sea la obra artística, en este sentido, la más excelsa representante de la perennidad de la historia. Y, sin duda, la Colegiata de San Patricio una de las obras monumentales de nuestra Región de Murcia donde la historiografía se hace legible y permanentemente viva.

 

Texto de la solapa posterior del libro La Colegiata de San Patricio de Lorca. Arquitectura y Arte, Murcia, 2006

En el antiguo reino de Murcia,  la ciudad de Lorca  era conocida
emblemáticamente como "la ciudad del Sol"  por alusión al mítico topónimo  sobre sus orígenes. Con mayor  propiedad, debería de llamarse también "ciudad monumental". Su arquitectura en general, y otras  manifestaciones  artísticas, evidencian la importancia que en los siglos del  barroco tuvo la ciudad, favorecida por el impulso y ambiciones de una aristocracia local que gozaba en ese momento de prosperidad económica e influencias. Tal sensibilidad ciudadana  demandó la construcción de una "gran iglesia",  con características catedralicias, adecuada al rango de la ciudad y que pudiera a su modo competir en importancia y monumentalidad con  la catedral de Murcia. No en vano, Lorca ocupaba un  lugar destacado en la antigua Diócesis de Cartagena y tal petición fue también  respaldada por el que sería su primer abad y uno de los principales promotores el Deán don Sebastián Clavijo.

La que se convertirá progresivamente en la espléndida Colegiata de San Patricio (advocación debida a que el 17 de marzo de 1452, las tropas lorquinas junto con las murcianas vencieron a los moros granadinos en la batalla de los Alporchones lugar próximo a la ciudad de Lorca), tuvo su núcleo arquitectónico inicial en  la primitiva iglesia de  San Jorge y las obras aunque se iniciaron en  la primera mitad del siglo XVI no se concluyeron hasta dos siglos más tarde. La lentitud en la ejecución posibilitó que importantes artistas y artífices intervinieran en el proceso, imprimiendo cada uno saberes y estilos específicos.  Su traza se debió, muy probablemente, al arquitecto Jerónimo Quijano, mientras que está rigurosamente probada la intervención del también arquitecto José de Vallés como autor  de la gran fachada principal en 1694, imafronte que, aun con  evidencias tipológicas renacentistas, se inserta en la plenitud  barroca con la presencia  de los grupos escultóricos de  angelitos que  imprimen  movimiento a  los intradós y  enjutas de los arcos.  En su tipología general, la Colegiata  siguió la planta catedralicia, de tres naves, con girola y capillas absidales en la cabecera. Su hermoso trascoro fue levantado en el siglo XVIII a partir de 1712,  con traza del arquitecto Martínez de la Vega y decoración escultórica del napolitano Nicolás Salzillo padre del célebre escultor Francisco Salzillo.

La Colegiata de San Patricio de Lorca configura todavía hoy en día uno de los  ambientes arquitectónicos más armoniosos de la edilicia civil, la Plaza Mayor, pues la construcción  adyacente de las Salas Capitulares (1741), la primitiva Cárcel (1678) y el cuerpo añadido como casa de Escribanos (1738) y que actualmente es  el Ayuntamiento, fueron  trazados con  una estudiada  precisión  conforme al  cuadrilátero marcado  por el conjunto.

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