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OPINION

El Conductor de 'Tolerancia Cero', sociólogo Fernando Villegas...
El Conductor de "Tolerancia Cero", sociólogo Fernando Villegas...

Ni Villegas, ni Tolerancia Cero, ni la televisión

Por Tuillang Yuing - Doctor en Filosofía – (desde Santiago de Chile)

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

Como muchos otros chilenos, he sido espectador del curso que ha tenido el movimiento estudiantil del 2011. Por cierto, también  me he involucrado y me he acalorado al respecto… Es que ha sido mucho lo que se ha dicho. Sin embargo, me gustaría detenerme en algunos puntos tangenciales que me parecen decisivos. Para ir al grano, me parece que hay una figura cuya importante intromisión en el desarrollo y devenir de los litigios políticos no se ha discutido ni ha analizado. Aunque parezca un juego de palabras, me refiero a la figura del analista, y para restringir más el espectro, me refiero al panelista-analista de la televisión.

El caso es que hemos visto desfilar por programas televisivos a las figuras que protagonizan el escenario político chileno. Como frente a un jurado, todos los actores políticos y sociales se dan cita en aquella arena hipervisible en que se les evalúa, se les prueba, se les hace luchar, exponerse e imponerse,

Si nos ponemos más suspicaces, habría que ver las razones por las cuales uno de esos programas –me refiero a Tolerancia Cero de Chilevisión– ha ganado cierto privilegio, convirtiéndose en el circo en el que finalmente todos deben comparecer para mostrar sus piruetas y recibir la aprobación o  maldición de sus panelistas-analistas.

Tolerancia Cero, es un programa de función confusa que mezcla algunos roles que cumplía el coliseo romano, con  otros propios de nuestra criolla sociedad del espectáculo.

Durante la dictadura, la cita nacional estaba vaciada de todo contenido político y tenía lugar en el Festival de Viña: era ese el momento que podía marcar el rumbo de un personaje, además de  capturar la atención de la manipulada opinión pública. Guardando las distancias, Tolerancia Cero cumple la función de un Festival de Viña en versión “política contingente”: se crea la ilusión y el simulacro de que la velada dominguera –aquella que la tradición nos ha señalado como día del descanso– es ocasión para echar una mirada a la semana y sentenciar el estado, el avance, el retroceso, las pugnas y acuerdos en torno a la política nacional.

Hasta hace algunos meses, durante el período final de la Concertación, y el primer año de Piñera, Tolerancia Cero, y su exclusivo grupo de analistas-panelistas, debía hacer programa con un material de calidad discreta, o mejor dicho, rasca. Melnick, Schiappacasse, Paulsen, Eichholz,  del Río, y por supuesto Villegas, debían tratar de interesar a la gente con lo que se denomina  “la contingencia”, vale decir, con el cominillo de cahuines y tramas burdas de los políticos. De ese modo, Tolerancia Cero, hacía parecer movedizo un panorama estacionario, pobre, aburrido, indignante por su vulgaridad: declaraciones, insultos, compadrazgos y hasta puñetes de nuestros parlamentarios y autoridades. Ahora bien, en ese panorama el panelista-analista  se manejaba con comodidad: con unas breves lecturas, podía darle algo de relevancia y consistencia a un debate cuyos márgenes estaban –como dice el Chapulin– fríamente calculados.

Hasta que apareció James Hamilton. Y si, creo que fue el hombre que rompió precisamente con esa lógica del cálculo, con la rentabilidad electoral, con el veredicto de esa otra pitonisa de la verdad política: la encuesta.

En dos horas, Hamilton puso de rodillas al rechoncho feudo de la iglesia chilena, y habló de una manera que sonaba ajena a la televisión: sin maquillaje, sin intimidarse, sin vergüenza. Como diría Foucault, con Parresía. Y fue eso justamente lo que noqueó a Eichholz, quien necesitó recordarle que estaba “hablando en televisión”, como si denunciar a través del propio dolor fuese prohibido, como si el sufrimiento causado por los poderosos siempre debiese estar en tercera persona para así ser desacreditado.

Pero como la cosa se trata también de rating, lo de Hamilton vino de perilla. Tras algunos comentarios que tendían a moderar y calibrar los dichos del médico, el saldo en términos de legitimación era sabroso. Sin mayor roce con una Iglesia –que por cierto estaba ya bastante debilitada–, Tolerancia Cero aparecía ahora como un programa donde se podía hablar sin censura y donde, por el contrario, los analistas-panelistas, se sumaban abiertamente a la  búsqueda de la verdad.

Desde luego, con experticia: ¿No es acaso el modelo de Tolerancia Cero –con sus encuestas, estadísticas y balances– el que ha difundido la idea de que la política es una cuestión técnica? Sus analistas, se presentan con una mirada educada en la cuestión político-administrativa: el economista, el periodista, y desde luego, la figura singular de Villegas con su cartel de “sociólogo”: una palabra ausente del vocabulario corriente, pero que permite arroparse de cierta aristocracia intelectual. Se crea así el paisaje perfecto para la política convencional: una junta de expertos que pese a las distancias que puedan tener con sus invitados siempre legitiman su desempeño como calculistas del bienestar. Así, Tolerancia Cero replica aquellos programas de cirugía médica: los chilenos –y con ellos su opinión y participación– son cómodamente relegados al rol de espectadores de lo que no saben demasiado, y en lo que por tanto, no pueden intervenir. Para eso está el grupo de analistas-panelistas, el jurado, aquel el elenco oracular que dicta sentencias y decreta “lo que es tema” en el país, lo que de verdad importa y  cuáles son los leves retoques que pueden darse al paisaje político chileno.

Obviamente, la aparición del movimiento estudiantil obligó a modificar los libretos. Pero no sólo eso, ha llevado a los analistas a tomar posiciones, a delinear el gesto de sus máscaras. Esta vez ya no se trata  de politiquería cahuinera ni de conventilleo: no se trata de simples declaraciones, ni las impresiones o reacciones a esas mismas declaraciones. No se trata de lo que cacarean los políticos unos a otros, ahora hay gente común en la calle, actuando por su cuenta y con un grado de compromiso visible.

No quisiera hacer la crónica de cómo los personajes del movimiento estudiantil han ido apareciendo en Tolerancia Cero, pero si quisiera detenerme en algunos episodios que me parecen de cuidado.

Me refiero a la participación de Camila Vallejo y Giorgio Jackson en el programa del 11 de septiembre de 2011. Anteriormente, ambos personajes habían estado separadamente en aquella mesa. Su participación había sido esperada, pero por lo mismo cordial. Pese a que en el programa del 5 de junio, Eichholz intentó poner nerviosa a Camila y sembrarle un aire de infantilismo, el clima del programa no fue confrontacional y Camila pudo lanzar su mensaje. Lo de Giorgio  –3 de julio de 2011–,  fue un poco más desafiante. Este chico que hablaba de corrido dejó a Villegas como un león viejo y herido: reclamando dolido por los golpes que un novato más ágil, más informado y con más talento político, podía propinar. No bastaba ya la perezosa descalificación de los jóvenes como chicos flojos que no saben lo que quieren y que mejor deben irse a estudiar. No bastaba el paternalismo moral de un viejo melenudo gruñón y conservador. Le debió haber llegado un tirón de orejas a Villegas, puesto que las autoridades caducas perdían vigor y develaban su ilegitimidad, agotamiento y anacronismo. Y estos chicos lo estaban mostrando.

Por eso, el episodio del 11 de septiembre fue mucho más litigante. Se notaba que Villegas y Bofill –el nuevo figurín tras el derrumbe de Eichholz– habían recibido la orden de desperfilar, ridiculizar, mostrar las incertidumbres y vacilaciones de los dirigentes estudiantiles. Ojalá extinguirlos. El circo-coliseo de Tolerancia Cero preparó su arena para ello: los dos cachorros lideres de las pataletas estudiantiles frente a los analistas expertos que les llevan al menos 20 años de artimañas. Y esta vez sin concesiones.

En cierta forma lo lograron: los jóvenes fueron acorralados y llevados a ciertos puntos ciegos. Pero precisamente, es en esta confusión donde debe tenerse más presente el escenario en que tiene lugar el debate y la figura que en él cumplen los analistas-panelistas. Es en esta misma ocasión donde debe distinguirse lo que es la política de lo que es su patético simulacro. Porque es normal que Camila y Giorgio no tengan todas las respuestas, es normal que oscilen y duden en su postura: son chicos de no más de 24 años liderando un movimiento social que ha sumado a centenares de miles de chilenos. Desde luego que hacer política en esos términos no es una tarea fácil, al contrario, carece de un libreto pre-escrito como si lo tiene la política partidista cada vez que aparece en televisión. No, estos chicos están dando la cara, se la están jugando, están haciendo política, la están poniendo en ejercicio más allá del confortable sillón del panelista, y mucho más allá de la cama calientita  del espectador dominguero. ¿Me van a decir entonces que Villegas logró remecer a Camila y a Giorgio? ¿Quién es Villegas? Tratemos de sacarnos las máscaras para entender de otro modo qué es Tolerancia Cero, y cuál es su función hoy.

¿Es acaso Villegas un político? Desde luego que no, al menos no como Giorgio o Camila, si no es así, que convoque a una marcha y veamos cuánta gente lleva y suma. O que haga una demanda social: que cree o al menos participe en algún movimiento en pro de reivindicaciones. Otra cosa es con guitarra. A ver si no se despeina y le resulta su gestión clara y distintamente, a ver si no se equivoca y no duda. Desde su postura falsa, desde su simulacro televisado de experto político, es fácil. ¿Pero cuál es su aporte real a la política?

Algunos me dirán que su tarea es otra: él es un sociólogo. Se trata de una mirada fría, neutral y objetiva de la política. Pero convengamos en que Villegas sólo tiene tribuna en la tele, porque su socio-opinología no le permite ir más lejos. Como lejos está de un Bourdieu o de un Bauman. En efecto, los invito a revisar la “producción intelectual” de Villegas: Diccionario histérico de Chile, Los siete pescados capitales, Ruego, a Ud. tenga la bondad de irse a la cresta, son algunos de los escasos libros que el “guardian de la sensatez política” chilena ha escrito en 20 años. Libros estériles, más preocupados de proporcionar una venta fácil que de hacer análisis. ¿Producción escrita? sí, pero de shopping. La verdad es que de sociología, sus textos no tienen nada, ni siquiera un poco.

¿Y entonces? Ahí tenemos a un bizarro Villegas enfrentado a los más carismáticos líderes políticos que hemos tenido en años; dos jóvenes cuya energía ha movilizado a miles: ha cerrado calles, estancado liceos,  tomado universidades y movilizado a ciudades enteras.

Villegas, por su parte,  no es ni político ni sociólogo, sino más bien un parásito de la política y un simulacro de intelectual. Porque quien gana un sueldo abultado hablando de política pero sin hacerla es un parásito de la política. Un bicho que se amamanta comentado lo que hacen otros. Y quien posa como intelectual erudito sin producir  ni gastarse de verdad en investigar, es un simulador. Un estafador que hace gárgaras con aquello por lo que la gente se la juega en la calle a ritmo de guanacos, palos y lacrimógenas. Villegas, apela a la lucidez y la moderación para disfrazar un compromiso mercenario –ni siquiera ideológico– con el poder, con el poder que no quiere que los movimientos sociales muevan nada, con ese mismo poder que  financia y mantiene Tolerancia Cero en el aire todos los domingos.

Así dispuesto, el escenario televisivo que ofrece Tolerancia Cero, parece distinto. Ya no es experto, sino falso. Su neutralidad disfraza su interés. No juegan limpio, tienen el suelo minado y un montón de trampas escondidas que los analistas-panelistas gatillan cuando el debate desborda lo que se permite, lo que gusta a sus jefes. Creo que Giorgio, Camila, así como muchos otros que allí participan, deben aclararlo. Debe explicitarse que ningún escenario es neutral, que en televisión siempre se juega de visita, y que en cuanto al desempeño de cada panelista: “las opiniones nunca son de exclusiva responsabilidad de quienes las emiten”.

 

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