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Exposición «La luz de Jovellanos»

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Jovellanos, pintado por Goya
Jovellanos, pintado por Goya

Gijón acoge entre el 15 de abril y el 4 de septiembre de 2011 la exposición «La luz de Jovellanos», organizada por Acción Cultural Española  (AC/E) —que asume también la producción ejecutiva—, el Ayuntamiento de Gijón y Cajastur. El Instituto Feijoo de Estudios del Siglo XVIII de la Universidad de Oviedo es la entidad responsable del comisariado de esta muestra, que se enmarca en el programa de actividades diseñado para recordar a Gaspar Melchor de Jovellanos en el bicentenario de su muerte.

La exposición tiene como sedes el Centro Cultural Cajastur Palacio Revillagigedo y la Casa Natal de Jovellanos. Se exhiben 256 piezas procedentes de 80 fondos diferentes de archivos y bibliotecas nacionales, ayuntamientos, bancos, fundaciones, academias, museos y colecciones particulares.

La muestra fue inaugurada hoy, 14 de abril, por la Alcaldesa de Gijón, Paz Fernández Felgueroso; Charo Otegui, Presidenta de Acción Cultural Española; el Rector de la Universidad de Oviedo, Vicente Gotor y César Menéndez Claverol, Director de Relaciones Institucionales y Asuntos Sociales de Cajastur, en un acto que contó con la presencia además de Vicente Álvarez Areces, Presidente del Principado de Asturias

La Luz De Un Hombre, Las Luces De Un Tiempo

El XVIII europeo se vio a sí mismo como el Siglo de las Luces, y así ha pasado a la historia. Esas luces eran las de la razón, y las sombras a las que se oponían, las del dogmatismo y la superstición, la tiranía y el vasallaje, el inmovilismo de la tradición. Pero, sobre todo, eran las luces para iluminar el camino hacia la felicidad pública, consagrada como una legítima aspiración de todos los hombres y mujeres. Enlightenment, Illuminismo, Aufklärung, Lumières, Luzes, Ilustración… cada país dio su nombre y buscó sus propios cauces para ese gran reto que aún hoy nos desafía.

En España, las luces brillaron con intensidad en las reformas modernizadoras emprendidas por Carlos III y sus ministros ilustrados, así como en la obra de numerosos intelectuales y políticos. Pero ese empuje se convertiría en reflujo del reinado de Carlos IV, marcado por la conmoción de la Revolución Francesa. Durante esos años las luces se fueron debilitando hasta desembocar en la oscuridad de la guerra y en el desencuentro ideológico de dos Españas: la que se aferraba al Antiguo Régimen y la que aspiraba a un orden político inspirado por las nuevas ideas liberales.

Gaspar Melchor de Jovellanos (1744-1811) vivió y trabajó en ese tiempo de utopías, logros, decepciones y turbulencias. Desde el poder o en sus márgenes; en la corte o en el exilio; en la privacidad del gabinete o cautivo en prisión, demostró sin descanso que la defensa de las luces y su difusión no requerían otras armas que el compromiso cívico con la causa de la razón. Una razón siempre utilizada como herramienta para la solución de los problemas concretos del bienestar público. Y siempre, en primer lugar, pensando en Asturias, su querida región natal, donde luchó por aplicar a escala local el universal programa ilustrado.

De sus muchos proyectos y sueños, don Gaspar pocos vería cumplidos. Pero, a despecho de injusticias, persecuciones, destierros y cautiverios, su legado alumbró algunas de las grandes reformas que configuraron una España que ya no pudo ver. Esa luz llega con claridad hasta nosotros. Es la herencia de todo un tiempo: el tiempo de la Ilustración. Y una referencia para las luces futuras.

Familiares, Amigos, Colegas, Enemigos

Familia y amigos —y también enemigos— constituyeron un elemento decisivo en la vida de Jovellanos. Estudios, destinos profesionales y aficiones fueron tejiendo una tupida y extensa red de relaciones de amistad, patronazgo y opinión: afinidades y rivalidades que contribuyeron a la maduración personal, intelectual y profesional de Jovellanos, pero de las que también provinieron sus mayores sinsabores y desdichas.

El escenario familiar, concentrado su querido llugarín de Gijón, constituyó su gran referencia afectiva y moral. Descendiente de un ilustre apellido de la pequeña nobleza local, el pequeño Parín aprendió desde la cuna a vivir su condición aristocrática como un orgullo que aparejaba responsabilidades públicas. Y también supo desde muy pronto que no bastaba con nacer noble para ahuyentar unos apuros económicos que jamás lo abandonaron del todo.

En un primer círculo, leales allegados y parientes a los que deparó un trato familiar le proporcionaron amistad, consejo y auxilio. Como contrapartida, don Gaspar fue un hombre leal e íntergro que no dudó en jugarse posición y su prestigio para salir en defensa de sus amigos. Juan de Arias Saavedra, Ceán Bermúdez, Cabarrús, Meléndez Valdés, González de Posada, sus hermanos Francisco de Paula y Josefa o su sobrino Baltasar fueron algunas de los afectos más constantes en la intimidad de Jovellanos.

Nuevas ciudades y nuevos cargos lo incorporaron a las formas de intercambio social e intelectual en boga: tertulias, academias, despachos,  mecenazgo, opinión pública, correspondencia, viajes… Lejos del cliché del intelectual aislado, Jovellanos fue un hombre sociable, elegante y hasta coqueto que en su juventud brilló en los ambientes sociales de Sevilla y Madrid. Su presencia en la vida pública y en todos los grandes asuntos de su tiempo fue constante.

Pero toda esa actividad le acarreó también poderosos enemigos personales y políticos. La Inquisición, la reina María Luisa, Godoy o el ministro Caballero fueron algunos de los responsables de los destierros, persecuciones, defenestraciones y cautiverios que padeció don Gaspar, acosado por quienes vieron en su reformismo y su integridad una amenaza para su poder o sus privilegios.

Para Todo Lo Público

Jovellanos desplegó una actividad sin parangón en la España de su tiempo, que lo reconoció —para su fortuna tanto como para su infortunio— como uno de los hombres públicos de mayor relevancia: magistrado, consejero, académico, miembro de sociedades económicas, ministro, autor de influyentes informes, vocal de la Junta Central durante la ocupación francesa…

Fueron cauces muy diversos para un objetivo constante desde el momento en que concluyó su formación en Leyes en Alcalá de Henares e inició su carrera profesional como juez en Sevilla: el fomento de reformas ilustradas que modernizaran España en todos los terrenos: legal, económico, educativo, literario, político… También fueron inmutables unos mismos compromisos: el cultivo de los valores humanistas; la cívica vocación de servicio; la integridad moral en lo público no menos que en lo personal; la lealtad con los amigos y el pueblo. A cambio, frente a un prestigio y un aprecio popular creciente, recibió de sus enemigos destierros, calumnias, prisión y persecuciones.

Esa actitud de Jovellanos se resume en la noción de virtud cívica y, en su caso, está íntimamente vinculada con su condición aristocrática: una circunstancia que consideraba mero accidente de nacimiento, pero que le comprometía a responder empleando sus privilegios de clase al servicio al Estado y la felicidad colectiva. Su crítica frontal a la nobleza y al clero se apoyaron en estas ideas, validadas por su práctica personal.

El punto más alto de la trayectoria pública lo marcaron, bajo Carlos IV, sus sucesivos nombramientos como embajador en Rusia –cargo que no llegó a ocupar-, y ministro de Gracia y Justicia. En este último puesto, que ejerció durante nueve breves meses, desplegó una importante labor reformadora, conforme a los proyectos del valido Godoy. Y, ya en el último tramo de su vida, en plena guerra de la Independencia, don Gaspar fue reclamado tras su cautiverio en Mallorca para formar parte tanto del Gobierno de José I como de la Junta Central. Esta última fue su opción, y desde ella contribuyó decisivamente a la apertura de una nueva era política en España.

 

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