El sector aéreo representa solo el 3% de las emisiones mundiales vinculadas a la energía, pero su impacto es mayor por los efectos de las estelas de condensación que generan los aviones a gran altitud. Estas estelas actúan como una manta que retiene el calor y agravan el calentamiento global. Sin embargo, el número de vuelos sigue aumentando, los aeropuertos amplían su capacidad y la demanda no se frena.
Michael O’Leary, consejero delegado de Ryanair, asegura que: “La agenda verde está muerta”. Su afirmación resume la frustración de una industria que ve imposible cumplir los objetivos de descarbonización en los plazos marcados. Las aerolíneas, tienen que seguir creciendo para sobrevivir, pero cada vuelo adicional aumenta las emisiones.
Luis Gallego, consejero delegado de IAG —grupo que agrupa a British Airways e Iberia—, lo resume de otro modo: “El gran reto es cómo crecer y al mismo tiempo reducir las emisiones”. El dilema es real. La única forma rápida de reducir la huella de carbono del transporte aéreo sería limitar el número de vuelos, algo que ningún gobierno ni empresa quiere asumir.
El uso de combustibles sostenibles para la aviación (SAF) sigue siendo marginal y su producción es cara y limitada. Además, las materias primas necesarias compiten con otros sectores que también reclaman biocombustibles.
Mientras tanto la industria del automóvil se electrifica, el uso de energías renovables para la generación eléctrica crece y la industria pesada invierte en hidrógeno verde. La aviación, en cambio, sigue dependiendo del petróleo cada vez más barato y abundante. Hoy se consumen más combustibles fósiles en el sector aéreo que nunca.
Los expertos advierten de que, en algunos países ricos, las emisiones derivadas de los vuelos podrían convertirse en el principal foco de contaminación hacia 2040. A medida que los coches, las fábricas y las viviendas reduzcan su impacto, los aviones serán los grandes responsables del carbono que quede en el aire.
Las soluciones tecnológicas llegan despacio. Los aviones eléctricos o de hidrógeno están en fase experimental y no podrán sustituir a los actuales en trayectos largos. Las mejoras en eficiencia de los motores apenas compensan el crecimiento del tráfico aéreo. El resultado es que el balance global apenas cambia.
La situación se agrava por la falta de una política global. Algunos gobiernos, como el de Donald Trump, que ha calificado el cambio climático como el mayor engaño de la historia han abandonado los compromisos medioambientales . Otros mantienen sus metas, pero sin medidas concretas ni financiación suficiente para lograr el cambio. Mientras tanto la Unión Europea quiere negociar directamente con las autoridades estatales y con las empresas, saltándose al Gobierno Federal.
El transporte aéreo es esencial para la economía global y es el motor del turismo. Pero también simboliza una contradicción: la de un mundo que quiere frenar el cambio climático sin renunciar a volar. Los pasajeros demandan más conexiones, las aerolíneas invierten en nuevas rutas y los gobiernos celebran el crecimiento del turismo .
En este contexto, la descarbonización del sector parece un vuelo imposible. Las grandes aerolíneas anuncian planes de neutralidad climática para 2050, pero sin una alternativa real al queroseno esos compromisos suenan lejanos.