De los huertos a los escenarios del Siglo de Oro
Sin embargo, fue el dramaturgo español Lope de Vega quien inmortalizó la expresión en su célebre comedia El perro del hortelano, escrita hacia 1618. En la obra, la protagonista, Diana, condesa de Belflor, se enamora de su secretario, Teodoro, pero no se atreve a confesarlo ni permite que él ame a otra mujer. Lope usa el refrán para denunciar una actitud tan humana como contradictoria: el deseo de poseer lo que no se puede tener.
Un retrato del egoísmo y la contradicción
Hoy en día, el dicho “ser como el perro del hortelano” se aplica a personas que actúan de forma egoísta o posesiva, impidiendo que otros disfruten o progresen, incluso cuando ellas mismas no obtienen ningún beneficio.
Por ejemplo:
“No quiere comprometerse, pero tampoco deja que ella rehaga su vida. Es como el perro del hortelano.”
La expresión refleja un tipo de comportamiento que sigue siendo común: aquel que surge del miedo, los celos o la incapacidad de soltar lo que no se puede tener.
Una lección que sigue siendo actual
Más de cuatrocientos años después, el refrán conserva su vigencia. Su sencillez y su carga moral lo convierten en una herramienta crítica y, a la vez, humorística para describir actitudes que todos reconocemos.
En un mundo donde el individualismo y la competencia parecen dominar, el dicho recuerda que retener por capricho lo que no disfrutamos solo genera frustración. La sabiduría popular, una vez más, nos invita a reflexionar con ironía sobre los defectos humanos.
Sintetizando...
El perro del hortelano no es solo un personaje literario ni una frase hecha: es un espejo en el que se refleja una parte de nosotros. A través de esta expresión, el idioma nos enseña que el verdadero valor está en dejar que otros disfruten de lo que nosotros no podemos o no queremos tener.
Como tantos refranes, su fuerza radica en lo simple: una imagen, un comportamiento y una verdad que sigue vigente, incluso en tiempos digitales.