La CELAC es un mecanismo de integración regional e intergubernamental creado el 3 de diciembre de 2011 en Caracas, Venezuela. Reúne a 33 países de América Latina y el Caribe con el objetivo de fomentar la unidad y la cooperación política, económica, social y cultural de la región, además de servir como interlocutor frente a otros bloques y potencias.
A diferencia de la Organización de los Estados Americanos (OEA), donde participan Estados Unidos y Canadá, la CELAC excluye deliberadamente a Washington. Esto responde a una percepción histórica de que la OEA opera bajo una marcada influencia estadounidense. En contraste, la CELAC ofrece a los países latinoamericanos y caribeños una plataforma de voz propia, independiente y unificada, especialmente valiosa en un escenario internacional cada vez más multipolar.
Por su parte, la Unión Europea mantiene vínculos históricos y comerciales profundos con la región. Sin embargo, en muchas ocasiones ha alineado su política exterior con la de Estados Unidos, en parte por la pertenencia de varios de sus miembros a la OTAN. Hoy, la dinámica geopolítica es otra: el ascenso de China y el giro proteccionista de Washington durante la era Trump han empujado a la UE a diversificar sus alianzas y a explorar relaciones más autónomas, máxime después de la imposición unilateral de tarifas por parte de EE.UU. en el llamado “día de la liberación”. En este contexto, Latinoamérica aparece como un socio natural y estratégico.
La alianza UE–CELAC no es menor: en conjunto representan el 14% de la población mundial, un tercio de los Estados miembros de la ONU y el 21% del PIB global. La UE es, además, el mayor inversor extranjero en América Latina y el Caribe, con 741.000 millones de euros en 2022, mientras que el comercio bilateral alcanzó los 395.000 millones de euros entre 2022 y 2023.
La IV Cumbre UE–CELAC en Colombia, que estará co-presidida por el presidente Gustavo Petro y el presidente del Consejo Europeo, António Costa, tiene ante sí tres grandes retos: consolidar los cimientos de la relación birregional, expandir la cooperación hacia nuevos ámbitos como seguridad y migración, y desbloquear acuerdos pendientes. Entre estos destaca el tratado con el Mercosur, estancado desde hace un cuarto de siglo. Tras años de resistencia de países europeos como Francia e Italia, la Comisión Europea ofreció garantías a los agricultores, acercando las posturas. El pacto contempla mecanismos de salvaguardia bilateral para productos sensibles —como carne de res, aves y azúcar— que permitirían frenar la reducción de aranceles si las importaciones superan ciertos límites. Bruselas espera cerrar un acuerdo definitivo antes de diciembre.
La cita en Santa Marta es percibida como una oportunidad clave para revitalizar los lazos transatlánticos y articular respuestas conjuntas a desafíos compartidos: la democracia, la migración, el comercio y el cambio climático. Pese a las tensiones internas y la fragmentación en ambas regiones, el potencial estratégico de esta alianza es enorme. El desenlace de la cumbre mostrará si la UE logra afirmarse como un socio confiable y de largo plazo para América Latina en el reacomodo del orden mundial.
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