Recuerdo las inundaciones en la zona valenciana, emitidas en blanco y negro por los prensa de la época, y que al dictador de “El Pardo” correspondió afrontar y remediar en lo que pudo. Pero entonces, claro, no se discutía nada.
Recuerdo haber escrito una trilogía sobre el “Cambio Climático”, editada por “Entrelineas Editores” y presentada respectivamente por Manuel Toharia, Jacob Petrus y por Cristina Narbona, en el ejercicio del poder, cundo era ministra de Medio Ambiente.
Recuero haber sido amigo y conocido de personalidades famosas del mundo de la ciencia, la cultura, la política y la iglesia.
Recuerdo haber sido muy conocido por la gente, y firmar autógrafos y ejemplares, y dar conferencias en auditorios repletos de gente; y saludar en los escenarios de los teatros más conocidos, tanto de la Red Nacional como de la Comunidad de Madrid.
Recuerdo todo eso y mucho más, pero de lo que no recuerdo, y que da título a este artículo, es haber conocido unas lluvias torrenciales sobre la Península Ibérica tan prolongadas, tenaces y persistentes cono las que nos suceden ahora. En una especie de diluvio universal digno del Arca de Noé.
Recuerdo a Francisco Franco, el Jefe del Estado de la dictadura repetir eso de “la pertinaz sequía”, en un país seco y árido, un país de secano, de sol abrasador en el que durante largos intervalos de tiempo no caía una sola gota de agua, y en el que el Jefe del Estado se empeñó en construir embalses y pantanos por doquier y presas para contener el agua tan escasa que regara nuestros campos. Pero repito, lo que no recuerdo son unas precipitaciones tan prolongadas, persistentes y torrenciales como las actuales.
Sí, así es mi país, así es mi patria, donde o no cae una sola gota de agua en meses, o se inunda anegando pueblos, poblaciones y tierras, hasta ahogar a más de doscientas veinte personas en una sola noche.
Curioso país; grandioso, hermoso, y legendario éste; descubridor del nuevo mundo, en cuyos dominios no llegaba a ponerse el sol, en tiempos del rey Felipe II, un Austria austero y religioso.
Esta es la reflexión que me hago, mientras escucho como impertérrita cae la lluvia y golpea sobre el techado y la terraza de mi vivienda en el barrio de Argüelles de mi querido Madrid.