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Retorno a El Escorial XV

De conserjes y jardineros. Del lirio en estercolero. De copas bomboneras de cristal

De conserjes y jardineros. Del lirio en estercolero. De copas bomboneras de cristal

Por Julia Sáez-Angulo
jueves 08 de agosto de 2024, 16:11h
08AGO24 – EL ESCORIAL.- Hemos cambiado de conserje en la casa, porque el anterior se ha jubilado. El nuevo parece un hombre atento y cordial, algo que se agradece. Los conserjes y los jardineros siempre me han parecido personajes muy literarios, con protagonismo propio en las novelas y películas. Por esta casa escurialense han pasado varios conserjes y de cada uno se podría contar un relato.
De conserjes y jardineros. Del lirio en estercolero. De copas bomboneras de cristal

Solo contaré el del joven conserje latinoamericano, un muchacho menudo, que llegó en su día tuteando a todos, algo que, a mí, particularmente, me sorprendía, porque normalmente en la América hispana “se habla el español con donosura y cortesía”, como ha dejado dicho el escritor académico José María Merino.

Por más que yo lo trataba de usted en los despachos orales que teníamos por algún asunto de la casa, él me tuteaba de manera impúdica, siendo como soy una señora entrada en años. Cuando me tropecé al administrador de la casa, se lo comenté y él me dijo: “No es Ud. la primera que se queja, pero es que algunas mujeres le piden que las trate de tú, para que no las hagan más viejas, y el conserje se lía y se confunde”. “No es que me queje,” le repliqué, “es que me sorprende y me choca, porque yo lo trato de Ud”.

El joven hispanoamericano estuvo varios años con nosotros, pero se fue preparando para obtener el carné de conducir de primera especial y hoy se encuentra recorriendo las autopistas de la piel de toro, con un camión impresionante y un sueldo muy superior al de conserje. Me alegré por él. Me gusta la gente que se sabe promocionar a sí misma.

Pequeñas historias

Los humanos, como las plantas, necesitamos un poco de estiércol para crecer”, dice mi mejor profesor de Historia del Arte, el australiano/norteamericano Robert Hughes, autor del libro “El impacto de lo nuevo”. Todos los veranos, al llegar a El Escorial, veo crecer un precioso lirio blanco enhiesto, que nace de la juntura de la bajante de aguas por patio. Me asombra una belleza tal, nacida de aguas fecales y recuerdo el dicho de Hughes. Me apresuro a decirse al conserje que la corta de inmediato. La belleza es efímera y convulsa, que diría Francisco Umbral.

La vida cotidiana está llena de pequeñas historias que contienen profundas cargas de humanidad. Solo ha y que estar atenta a ellas, no por cotilleo, sino por interés sobre el prójimo y conocer mejor el ambiente sociocultural en el que una se mueve. La verdad es que yo soy un poco autista, y al encerrarme en mi casa para escribir, como si fuera una celda, me pierdo muchas cosas y me entero de ellas ya pasadas.

El teléfono y las llamadas de los amigos son también fuente narrativa, pues a algunas personas, el aparato les estimula y su cháchara va del uno al otro confín. El mundo es un caladero de imágenes y de historias. Pero nunca hay que calcarlas a la hora de pasarlas a la escritura, sino como punto de partida para derivarlas por otros derroteros, pues la realidad es demasiado rotunda y hace inverosímil la lectura.

A veces, una sola mirada a un objeto o un paisaje provoca una historia que me apresuro a escribir, por aquello de superar al Tostado en el número de letras al día. Ahora estoy obsesionada con una copa de cristal que hay en mi casa, que recuerdo haber visto pintada en algún bodegón, pero no acabo de identificar el cuadro o su autor. He repasado los bodegones de Sánchez Cotán y Zurbarán, los floreros de Arellano, los bodegones flamencos, siempre más lujosos que los hispanos, estos últimos más dados a la cerámica que al cristal. Publico la foto por si alguien localiza esa copa de cristal con tapa o similar en alguna pintura. Tego que escribir un relato sobre esa copa bombonera, por aquello de la tapa, porque se me ha metido en la cabeza.

Soy buscadora de historias para saciar mi sed de escritura fabulada, como un entomólogo busca mariposas, o el escritor peruano que buscaba imágenes. Cuando le insisto a mi amiga hispanista Ioana Zlotescu, para que escriba sus memorias, porque esconde en ellas sabrosas historias, me frena y dice: “Yo soy investigadora literaria, tú, escritora. Yo necesito constatar el dato, tú eres libre para imaginar y derivar las historias por donde quieras…” Tiene razón. Tendré que escribirle yo sus memorias, que van de una familia de banqueros en Rumanía hasta que llegó el comunismo, para llegar a España, donde tuvo una carrera profesional gozosa en la investigación literaria. Francisco Umbral la llamaba “la viuda blanca de Ramón”, porque lo sabía todo del gran Ramón Gómez de la Serna. Ella prologado y dirigido sus obras completas. Las “Greguerías” no son precisamente su obra preferida.

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