Solo es necesario darse una vuelta por esos mundos discursivos de la política para ir identificando la insolvencia de muchos políticos y políticas que, incapaces de dotar a sus discursos de una mínima solidez argumental, se cierran en banda y, en lugar de exponer razones, proyectos y propuestas que solucionen los problemas de nuestra sociedad, recuren a la descalificación del contrincante sin mostrar su cartas abiertamente.
Las formas y la teatralización se han impuesto a la razón y se aplaude el insulto más que a la argumentación racional. Resulta tremendamente incomprensible y nos hace cuestionar la capacidad de análisis crítico de determinadas personas que, presumiendo de un nivel intelectual elevado, incluso avalado por un reconocimiento socioprofesional, naufragan estrepitosamente a la hora de elaborar un preciso diagnóstico de la situación de nuestro país, cuestión previa e imprescindible para curar la herida o el mal que nos aqueja.
Entiendo que los sesgos, las emociones y los posicionamientos previos, pueden llevar a un pensamiento enquistado resistente a la argumentación lógico, en mayor o menor medida. Pero el endiablado debate o confrontación que se nos está sirviendo en la mesa del posible diálogo para el entendimiento, viene condicionado por la búsqueda de la destrucción del contrincante más que por el deseo de resolver los problemas.
Cuando las malas formas toman las riendas del debate, nos abren el camino de la alienación, donde lo importante deja de ser prioritario para introducir elementos insustanciales, o de menor calado, que nos desvían del verdadero problema que afecta a nuestra convivencia y desarrollo en paz y armonía.
La función del político y de la política es resolver los problemas que nos aquejan, que nos causan desasosiego y bloquean el desarrollo de la sociedad hacia un mundo más humanista y de justicia, de más libertad responsable y compromiso social del individuo con su entorno, pues es este y los demás componentes de la sociedad quienes, mancomunadamente, deben afrontar y trabajar por un mundo mejor.
Cuando un político no resuelve el problema, el propio político se convierte en el problema. Tal vez por eso hoy día tengamos tantos problemas, porque en el mundo de la política hay un exceso de histrionismo con abundancia de narcisismo en muchos de sus líderes y alguna lideresa que raya en lo patológico.
La continua confrontación con la descalificación “inargumentada” del contrincante es un atentado a la propia democracia, que implica el respeto a las demás posiciones ideológicas asentadas en la conciencia social de una significativa parte de la ciudadanía, que es la que vota a ese contrincante; lo que implica su derecho al respeto democrático como pueblo soberano y libre de pensar y creer.
La lealtad, en democracia, es un valor esencial. Lealtad con la ley y la propia Constitución como marco de referencia de la misma, y todo lo que de ella se desprenda, cuyo mayor significante es el orden constitucional con su desarrollo a través del Parlamento electo y el Gobierno que emana de ese Parlamento. Deslegitimarlo es un atentado a la propia Constitución, lo que manifiesta una tremenda paradoja cuando un partido, que se define constitucionalista, practica este perverso deporte de forma sistemática.
Esa lealtad incluye el respeto a los roles que ha de desarrollar cada cual según el lugar que ocupe, sea gobierno central o periférico, o bien gobierno u oposición. Poner zancadillas o palos en las ruedas, ejercer una política torticera cuando no tóxica y destructiva, solo manifiesta que el principal objetivo de quien la ejerce puede ser la destrucción del contrario, al que cataloga como enemigo a batir y, si fuera posible, eliminar, cosa totalmente antidemocrática, para lograr el acceso al poder.
Es esta la política que está ejerciendo la oposición de forma sistemática, tal como se muestra ahora con la visita de Milei de la mano de Ayuso, que pone en un brete a su propio jefe, el Sr. Feijóo, atrapado en una trampa por el influjo en su propio partido de la lideresa y las fuerzas neoliberales, por no decir “anarcoliberales”, que la sustentan, tal como ha mostrado en esta visita que suma tantos despropósitos.
Ayuso y Abascal, con cierto recelo por la lucha del espacio político de la ultraderecha, se dan la mano y Feijóon ejerce de mero espectador, consciente de no poder, o saber, intervenir en un asunto de liderazgo que le tiene contra las cuerdas y, da la sensación, con el miedo metido en el cuerpo a la vista de lo ocurrido al Sr. Casado. Ayuso, su MAR y adláteres, se presenta en formación de legión romana en tortuga, difícilmente penetrable e impermeable, con su objetivo bien preciso, acceder al poder, en su momento, para mayor gloria del neoliberalismo, o… ¿debería decir “anarcoliberalismo”?
*Antonio Porras Cabrera
Natural de Cuevas de San Marcos (Málaga), es profesor jubilado de la Universidad de Málaga; Psicólogo, Enfermero especialista en Salud Mental y gestión hospitalaria. Profesionalmente se ha dedicado a la asistencia y gestión sanitaria y a la docencia universitaria. En su faceta de escritor y poeta, tiene publicados 11 libros de diversa temática: poesía, ensayos, novela, relatos, etc. colabora en varias revistas literarias y es articulista de prensa. Es miembro de la ACE-A, Ateneo de Málaga, presidente de ASPROJUMA (Asociación de Profesores Jubilados de UMA) e integrante de diversos grupos, en el campo digital, relacionados con la actividad literaria a nivel nacional e internacional.
(Enviado por José Antonio Sierra)