Caminaba ágilmente por el comedor y por el pasillo de la casa alquilada que habitábamos en la calle Hilarión Eslava de Madrid, frente a la plaza de la Moncloa diáfana, sin el Ministerio del Aire aún delante, y con el largo tranvía “Moncloa- Paraninfo” dando la vuelta a la misma.
Mi madre tan joven, le recibía con ese enorme cariño tipo Audrey Hepburn que le profesaba. Eran los dos muy jóvenes – ahora están en el cielo - y me querían más que nada en el mundo. Siempre he sido muy querido, pero recuerdo aquellos años de mi más tierna infancia como los más felices de mi vida; estaba enfermo de la espalda pero me sentía tan querido….Son unos años que ya no volverán, quizá en el paraíso, ese paraíso que promete Jesús de Nazaret más allá de lo que hemos quedado en llamar la muerte.
Mi padre con ese aroma que le envolvía, al volver de la tienda, con sus movimientos ágiles y armoniosos; y mi madre con esa juventud y esa belleza que tenía, con sus ojos azul-verde-gris, como los míos.
¿Por qué desaparecerá la infancia, los años más felices, cuando no teníamos ninguna responsabilidad?”. Pido al Señor que me devuelva esa infancia inefable, cuando estaba en el lecho de escayola curándome del temible “mal de Pott”, pero sintiéndome más querido como jamás lo haya sido.
Si (
No(
