Ella habla sin parar con ese gracejo andaluz de tantas mujeres que no paran de charlar, pero es mi “interlocutora válida”, una especie en vías de extinción.
Me entiende y yo la comprendo, ambos nos entendemos y su marido, Diego, empuja mi silla de ruedas como un “Caravelle”, un “Concorde”, un “Mercedes” o un “Rolls Royce”. A veces me siento como E.T., él empuja la silla de ruedas, yo soy el extraterrestre y ambos volamos hacia la Luna; yo señalo con mi dedo índice tembloroso mientras balbuceo “mi casa, mi casa”, y así casi todas las noches.
Pero la vida es efímera y todo pasa y transcurre hacia ese lugar inefable en el que no tendremos que decirnos nunca jamás “Adiós”.