Son diversos montículos de más de diez metros de altura, en forma de cabañas circulares, que, una vez elevados, se cubren de limo y hierbas de la tundra y perdurarán como signo desafiante del poder humano y como arte.
Celebran con festines de abundancia y ebriedad el fin de la temporada de caza en sus cazaderos. Tocan sus flautas sagradas, hechas con los huesos de sus antecesores. Percuten sus grandes tambores fabricados con los cráneos de mamuts y pieles curtidas. Beben en cuencos ceremoniales hechos con cráneos, tal vez de sus ancestros.
Hay restos de consumo de alcohol y plantas espirituosas, restos de hogueras que muestran la manduca comunal, restos de huesos con señales del festín.
La música susurra la voz de los antepasados y anima el futuro de los sucesores. Los ancestros hablan por las bocas de los viejos del clan. Se dicen viejas historias, leyendas que sólo se murmuran. Cantos que narran la lucha contra el frío, la magia de la primavera, el don de la palabra, las virtudes de los animales que pueblan la fauna que conocen, el camino del sol por el horizonte, la timidez de la luna que se esconde, ... Mil y una fábulas de las que forman el universo humano. Vuela mi imaginación de nuevo.
Veo sobre el hielo una cuadrilla de veinte personas corpulentas, hombres y mujeres, robustas, de fauces angulosas y potentes frontales, ágiles como atletas, con las piernas ligeramente arqueadas y el pecho potentemente proyectado hacia delante. Usan collares de dientes de zorros y colmillos de jabalíes. Portan lanzas de más de dos metros de altura y un diámetro de más de diez centímetros. Toda una muestra de su imponente fortaleza.
Acaban de salir del ágape festivo y ríen.
Se cruzan con otros cazadores. También es un grupo mixto y van igualmente adornados con collares y pinturas. Estos son más parecidos a nosotros los modernos. Menos robustos. Más inhiestos y aniñados de aspecto. Sus lanzas son más ligeras y cortas y se apoyan en propulsores para hacerlas volar. Se saludan. Se reconocen, pero siguen caminos distintos, estrategias distintas. Son vecinos y tal vez colaboran en algunos encuentros, aunque unos y otros se saben diferentes y se respetan.
A veces celebran juntos, tocan sus instrumentos de hueso. Bailan. Se mezclan. Se intercambian hachas y raederas. Se pintan para la ocasión. Beben, ríen. Tal vez forman nuevas familias.
La vieja estirpe de los constructores de cabañas de mamut es mucho más antigua que la de los más frágiles sapiens de su vecindad y llevan más milenios viviendo en estos territorios fríos.
Imagino el encuentro, la conciencia de ambos grupos de ser notoriamente diferentes y palmariamente iguales. No es sólo el lenguaje lo que los diferencia.
Pero se saben uno más de la fauna que cuidan y en la que viven. También son diferentes de los lobos, de los bueyes, de las cabras montesas y de los uros con los que comparten la tundra y también se sienten parte del mismo mundo, del mismo hálito de vida. También son iguales y diferentes de todos ellos.
Se nombran según su ánimo con el tótem del mamut, del zorro, del oso, del uro o del águila.
¿Cuánto debemos a estos antiguos neandertales? ¿Qué aprendimos de sus culturas? ¿qué compar- timos de las nuestras?
¿Son como nosotros?
¿Y si imaginamos más atrás, cuando convivieron hasta tres y cuatro especies de homínidos juntas; cuando se encontraron sapiens y neandertales con Demisovanos hace más de 50.000 años? ¿O cuando en Drimolen, en Suráfrica, convivieron los Parantrhopos con los Australopitecos y los Erectus hace más de 300.000?
¿Eran como nosotros? ¿Somos como ellos? ¿Se sabían distintos? ¿Se sentían iguales?
Siempre hemos supuesto nuestra singular diferencia y nuestra superioridad sobre todos los demás seres vivos: Somos seres pensantes, somos seres políticos, somos dueños de la tecnología, pen- samos a largo plazo,... Miles de sospechosas cualidades exclusivas, aunque los cuervos comparten nuestra capacidad de pensamiento abstracto, y las hormigas y abejas nuestra organización, y varios cientos de animales manipulan objetos y algunos hasta los adaptan a sus usos y los fabrican, y casi todos tienen algún orden de lenguaje para comunicarse y hasta hay primates que son capaces de hablar palabras en nuestro idioma y de entendernos, o de utilizar habilidades que hasta ahora considerábamos exclusivas.
Vuelvo a la pregunta que requiere respuestas más exigentes: No eran nosotros, aún no, pero nosotros sí somos ellos. No sólo somos ellos, somos uno de tantos otros y también somos ellos con rela- ción al resto de formas de la vida.
Y sueño en el futuro. Cuando ya no estemos.
Ojalá quienes lleguen a ser el futuro “nosotros” sean capaces de hacer de esta conciencia elemento esencial de su compromiso y reconocimiento de la vida.
Ojalá nos rediman de nuestros demonios y se liberen de nuestros prejuicios.
Si (
No(
