Ahora esas abruptas montañas son casi un desierto, pero no siempre lo fueron. Hace más de doce mil años, cuando se elevaron sus estructuras más antiguas, lo circundaban bosques y estepas habitadas por una rica fauna de animales incluidos jabalíes, zorros, leones, muchos tipos de reptiles y aves variadas.
No sabemos por qué lo enterraron, porque uno de sus misterios es que en algún momento muy remoto fue enterrado en capas y capas de tierra para no dejar rastro de su existencia.
Y se fueron de allí. ¿Dónde? Nadie lo sabe, porque no dejaron rastro.
Gobelki Tepe, que así llaman a aquel laberinto aun por interpretar, se construyó cuando, según lo que se enseña en las escuelas, la humanidad se componía de cazadores y forrajeros nómadas dispersos en pequeños clanes de no más de cien miembros y no tenían habilidades sofisticadas para hacer tal tipo de construcciones y, mucho menos, para habitarlas y gobernarse en tal multitud de gentes.
Dejo volar mi imaginación sobre las fotografías del yacimiento.
Imagino a miles de hombres, miles de manos durante años y siglos trayendo y llevando los bloques de piedras calizas desde cualquier cantera hasta aquel lugar enigmático.
Piedras que otros escuadran cortando sus aristas. Cuadrillas de artesanos cincelan con figuras de buitres o leones, o reptiles o brazos y piernas humanos. Al otro lado otros se encargan de diseñar el espacio, de distribuir las columnas, de ordenar su elevación. Hay capataces que traen y llevan órdenes. Partidas de obreros que acarrean los bloques y componen muros y calles. Carpinteros que levantan estructuras de madera, mientras otros cortan leña, o cocinan, o acarrean agua para que puedan beber los sedientos. Miles de fuegos por las noches. Miles de cabañas donde reposar o guarecerse del sol inclemente. Miles de decisiones coordinadas al día. Y miles de conflictos resueltos de forma adecuada para que impere la coordinación de tan inmensa labor.
Algo impulsó a esta hazaña incomprensible. Alguien tuvo que convencer a tantas partidas de cazadores y forrajeros dispersas y desconocidas a unir esfuerzos, interrumpiendo por temporadas sus modos de vida, para acudir a Gobelki Tepe para elevar esa ciudad inmensa e innecesaria.
El camino que asciende a Gobelki Tepe es también el camino que profundiza en nuestra capacidad de cooperar por una idea, sea cual sea, y un propósito que no deja de ser un cuento, o un sueño.
Nuestra capacidad de coordinarnos para alcanzar en común relatos, sean sabios o necios, y alzar cimas que rasquen las faldas del cielo.
Aunque a veces seamos también capaces de provocar la discordia de Babel y de desencadenar la caja de los truenos, también siguiendo relatos y cuentos de otro signo más terrible y vergonzante.