Miren; hubo un gran filósofo y pensador que dijo aquello de que “si Dios no existiera habría que inventarlo”. Porque, sencillamente, porque Dios nos empuja y anima a hacer ese esfuerzo por superar las imperfecciones y dificultades, y obrar rectamente. Además Cristo, el Hijo, ha vivido entre nosotros, se ha hecho hombre y ha muerto crucificado para no solamente congraciarnos con el Padre sino también para “no morir para siempre él, y con él, nosotros”.
De esta forma rezando el padrenuestro, haciendo el bien y comiendo el pan del cielo, obtendremos la inmortalidad, la vida eterna. El vivir para siempre. El sueño de los materialistas y estructuralistas.
En esa inmortalidad, vivir para siempre con Él, se me antoja a mí - pobre pensador y escritor - que sería como volver, después de ese “último día” en el que él descendería de los cielos arropado por los ángeles y los santos, para volver a vivir eternamente en ese Edén del que de salimos un día envenenados y engañados por la serpiente.
O sea un final semejante al principio: vivir en ese Edén en el que a la caída de la tarde, al atardecer, volveremos a ver al Padre, casi un abuelo, paseando por el jardín para saludarnos con la mano y esa sonrisa inolvidable del que nos ha creado.