Demofalacia

Escucho continuamente el uso de la palabra “democracia”, es como la publicidad de un fabricante de yogures o pasteles que tratan, en primer lugar, de publicitar un precio, después, una calidad y por último, niños saboreando el producto, aunque el fabricante y la autoridad correspondiente sepan que el producto es perjudicial para la salud y origina nuevas enfermedades (sumándose éstas a las que ya se han ocasionado), pero yo quiero centrarme en la palabra “democracia”, que tiene algo en común con los pastelitos y los yogures, por cierto.

Se supone que un territorio con sus respectivas idiosincrasias, fronteras, políticos, militares y religiosos que se autodefinen como un espacio democrático viven bajo un sistema justo en cuanto a justicia, libertad e igualdad para todos los habitantes; sin embargo, este edén no existe en ningún lugar de la tierra.

Quiero contar que he tenido la suerte de visitar algunos países de Europa y de América que se jactan de vivir en democracia, la vomitan a través de los medios de comunicación y cuentan con ejércitos de hombres y mujeres que se autodenominan periodistas y que solo leen las opiniones escogidas y aprobadas por el jefe.

Londres, Paris, Madrid, Lisboa, Malabo, Caracas, La Paz, México y Santiago de Chile son algunas de las ciudades que, afortunadamente, pude conocer y puedo asegurar que gritan continuamente ser estados democráticos, se supone que, si realmente fuera éste el gobierno que soportan los ciudadanos de esos lugares, no habría enormes diferencias entre unos y otros, pero no es así, fui testigo de esa diferencia social.

He visto a personas durmiendo debajo de los puentes en pleno invierno, a escasos metros donde semanalmente se celebran banquetes reales, cubriéndose con cajas de cartón para escapar de una muerte segura debido a las bajas temperaturas; vi decenas de personas vendiendo cualquier cosa en la vía pública, desde zapatos, paraguas y bolsos hasta guantes falsificados para reunir dinero y poder comer algo caliente; putas de entre catorce y sesenta años ofreciéndose en las calles de los llamados “barrios acomodados” por una necesidad económica y otras a través de escaparates como muñecas de carne y hueso, todas lo hacen, creo yo, por la misma necesidad. Mientras, en esos lugares, se esconden los llamados “hombres millonarios” que ningún régimen se atreve a tocar por si mañana, algún miembro de dicho régimen con cualquier ilegalidad o corrupción, pasan también a ser millonarios.

En estos países vi decenas de mendigos con el brazo estirado solicitando una moneda, niños limpiando parabrisas de los coches en espera de algunos centavos de euro o dólar, muchas personas, con un palo en la mano, buscando algo de comer en los contenedores de basura y, lo más vergonzoso o llamativo, fue ver a hombres y mujeres harapientos de diferentes edades, en muchos casos famélicos y enfermos, en la puerta de las iglesias, de esos templos religiosos que representan a la multinacional más grande del planeta. Una organización que no paga impuestos, donde sus empleados no tributan ni trabajan, mienten, amenazan y perdonan según el dinero que entrega cada individuo.

Me preguntaba cómo es posible que en la entrada de estos centros archimillonarios haya seres humanos solicitando a los pecadores absueltos por los padresnuestros rezados, una moneda para poder comer.

Dónde encontrar un lugar en que los habitantes vivan bajo un sistema democrático real.

No existe.

Dónde encontrar un lugar en el que las autoridades prohíben a los fanáticos religiosos envenenar la mente de los niños y de algunos adultos con religiones dañinas que incitan a matar y destruir en nombre de un dios siendo permitido por las autoridades.

Ese lugar tampoco existe, no obstante, se dicen democráticos.

Escuché hace pocos días a un desempleado, que no significa que no tenga empleo, significa que cobra mensualmente más que 50 albañiles, fontaneros, carpinteros o electricistas juntos, pero que no trabaja, por eso decía desempleado. Este hombre decía: “… mi partido lucha por conservar la democracia que obtuvimos una vez terminada la guerra”. Otro decía: “… vivimos en democracia desde que se terminó la dictadura”.

Me parece asqueroso, sucio, falso e hipócrita que un político u otro aspirante a corrupto hable de democracia cuando no existe en el planeta un lugar donde esa “demofalacia” sea la forma de vivir.

Hablan de gobernar un sistema democrático y se olvidan que los más conocidos genocidas de la guerra no fueron castigados y más encima, como recompensa por sus crímenes y lo que robaron a los vencidos, algunas calles de la ciudad llevan sus nombres.

El que decía que vivimos en democracia desde que se terminó la dictadura olvida que los enfermos mentales que componían la llamada Policía Secreta nunca fueron juzgados ni tampoco los altos mandos militares que también robaron descaradamente y nunca devolvieron ni un centavo.

Me parece que en un gobierno democrático cada familia tiene derecho a una vivienda digna donde poder dormir, vivir; que cada mujer u hombre tenga un puesto de trabajo, una atención sanitaria gratis, que todos los niños puedan disfrutar de un colegio, que exista una universidad pública, la posibilidad de un lugar donde la mujer pueda parir tranquilamente y no como sucede ahora, que algunas lo hacen en una elegante clínica y otras en los pasillos sucios de un anticuado hospital, que los jubilados disfruten de una pensión decente y un sistema judicial que castigue severamente la corrupción.

Pero eso tampoco existe.

Primero necesitamos una autoridad democrática.