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Doce Cuentos Arqueológicos”...

El arte de cocinar...(Nº 5)
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El arte de cocinar...(Nº 5)

  • Hace unos 800.000 años no existíamos. Ni existían los neandertales, ni nuestros parientes homínidos más próximos. Sencillamente, no había humanos. Aún no.
  • Por Juan Carlos Rois – Ilustraciones: Eva Milán Rois

miércoles 08 de marzo de 2023, 23:57h

08MAR23 – MADRID.- Elohim no había tenido aún la idea de prometer la tierra de Canaán a Abraham. Ni Eva, la Eva buscada con denuedo por los arqueólogos más crédulos cual eslabón perdido, había parido aún a sus hijos Caín y Abel, el agricultor y el pastor que narra otra saga de mitos que ha dejado su impronta en nuestra cultura.

Todavía el jardín del Edén no era regado por las nubes de la primavera y las aguas del Tigris. Yahvé no había formado a la mujer de la costilla del somnoliento Adán, ni a éste lo había moldeado del polvo y del limo del Éufrates, ni la serpiente había abordado a Eva para que codiciara el fruto del árbol del bien y del mal.

Ningún indicio había que hiciera presagiar nuestra llegada al escenario de la naturaleza. Pero en Gesher Benot Ya’aqov, hoy un puente sobre uno de los vados del río Jordán al norte del mar muerto, una comunidad de homínidos mucho más antiguos que nuestros recuerdos ya cocinaban barbos en vasijas que ponían al fuego para cocerlos y cenar.

Y no uno ni dos, sino un festín tras otro festín. Barbos y carpas de dos y más kilos cada una y otros peces de agua dulce que nadaban ingenuamente ante las redes y los arpones de aquellos glotones prediluvianos.

Debían gustar mucho por aquel entonces las carpas a estos Ergaster de grandes cabezas y potentes mandíbulas asentados a la ribera del río y del lago que regaba aquellas tierras sedientas.

Ahora lo sabemos porque la curiosidad humana nos empuja a veces a nuestras mejores capacidades para el asombro y una investigadora de la Universidad de Jerusalén ha examinado los cristales que forma el esmalte de los dientes de estos peces, que aumentan de tamaño con la cocción a bajas tem- peraturas. Así ha descubierto que los dueños de esos dientes fueron cocinados en suculento caldo y no echados al fuego por error, ni quemados en un espeto.

Alguien se dio un festín y se tumbó luego al sol para dormir la siesta.Miles de peces que fueron cocidos y no simplemente chamuscados para ser alimento de esos homínidos robustos de más de metro ochenta, enorme corpulencia y dientes pequeños que nos antecedieron, tan dados ellos por esta zona al pescado fresco y variado.

Podemos sospechar mil y un modo de cocinar esos enormes peces de los que ahora conservamos en los museos algunas mandíbulas mordisqueadas y esos dientes esofágicos cristalizados de forma peculiar.

Quizás cortados en rodajas con los cuchillos de piedra labrada que primorosamente trabajaban en ese tiempo, cuando aún no se conocía el metal ni existía un invento tan innecesario como la play o los videojuegos.

Tal vez los servían aromatizados con hierbas y hojas de arbustos, como hoy mismo se cocinan en tantos sitios de moda, o guisados con tubérculos o frutos, o con especias picantes y olorosas. O salados. O insípidos. O agrios por el zumo de un limón. O dulces. O cuajados después con huevos, ...

Siempre humeantes en el pote del fuego tras la lenta cocción que los dejaba a punto.Allí imagino, reunidos para celebrar el ágape, a ese otro nosotros antes de ser nosotros en torno a los cursos de agua dulce, la verdadera autopista que dio lugar al peregrinar de los homínidos a lo largo del planeta.

Imagino la congregación al calor de los grandes calderos borbotando al fuego. Los cuencos circu- lando con el potente estofado guisado con esmero y comido con deleite. Las risas, las anécdotas, los cuentos, los cotilleos, las complicidades, las canciones, las bromas.

Los niños revoloteando, jugueteando, llenando la estancia de sus travesuras.

Me imagino las mixturas de las recetas. Y a las mujeres transfiriéndose sus secretos coquinarios, el misterio de la lumbre y su dominio, las hierbas que sentaban bien para la digestión, o para purgarse, o para el dolor de muelas, como abortivos o para la jaqueca... Mil secretos que siguen vivos y que se siguen transmitiendo con igual complicidad de meigas ancestrales.

Mil misterios que se actualizan cada vez que se comparte el convite y se abre la puerta a la utopía de lo que podemos llegar a ser.

Misterios que no caben en los paquetes de comida prefabricada para consumir en solitario y en el menor tiempo posible que nos venden por doquier. Y eso sin contar el volumen de mierda que con- tienen y el enorme fósil de detritos que dejaremos como testimonio y legado a los que nos sucedan.

¿Pensarán dentro de unos miles de años que salimos perdiendo frente al Erectus que nos antecedió?

¿Supondrán un cataclismo que nos hizo perder el rumbo y desviarnos en callejones sin salida? ¿Que nos volvimos insípidos y perdimos el gusto por el agua dulce y cristalina?

El arte de cocinar...(Nº 5)
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