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Doce Cuentos Arqueológicos de Navidad

 
El primer calor humano (N.º 3)
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El primer calor humano (N.º 3)

  • El primer calor humano seguro, lo recibimos el día en que nacemos.
  • Por Juan Carlos Rois – Ilustraciones: Evs Milán Rois

domingo 22 de enero de 2023, 20:23h

22ENE23 – MADRID.- Cada nacimiento es el primer calor humano concretado en cada cual. Lo repite. Lo actualiza. Nos lleva a aquel entonces. Trae aquel entonces a nuestro hoy. Nos religa con lo que siempre hemos sido, una débil y quebradiza promesa que cualquier mal viento puede llevarse para siempre; una frágil caña indefensa que necesita del esfuerzo cuidadoso de las comadronas para llegar a ser, para ser arropada, para seguir en pie. Y una voluntad indestructible de traspasar el límite e ir más allá a lomos de nuestras debilidades constitutivas.

Pero ahora centrémonos en nuestra vulnerabilidad desvalida que necesita el calor de un cuerpo de mujer para sentir su primer tacto. Su primer pálpito, piel sobre piel, deseo de vivir con deseo de dar vida.

El primer calor de este endeble mono desnudo que somos, que necesita las manos de otras mujeres, los arrullos de los padres, el don de la leche nutricia que se le regala, los abrazos de las abuelas y abuelos con que se conforta, los cuidados de la manada, los juegos de los otros críos, todo un mundo de acompañamiento para afirmarse y crecer.

Vino el nacer desnudamente. Intempestivamente. Como una promesa sin poder ni fuerza. Como una promesa desvalida, igual que la tierna hierba que nace tras el incendio. Igual que la esperanza y que la paz, que sólo aparecen cuando fracasa todo el repertorio de la violencia y se retira la fuerza y la vanagloria del escenario.

Cada nacimiento ha sido un acontecimiento perenne, generación tras generación, que une al clan y le da ocasión para la fiesta y el ágape, para el encuentro y la confraternización, para el compromiso compartido de cuidarnos mutuamente y asegurar el futuro del grupo.

El primer calor, el primer aliento, lo daba el cuerpo del clan. Por eso los pequeños eran hijos de la tierra y del común.

Luego, mucho después, vino el vicio de recalentarnos con prendas y artilugios de eficacia más limi- tada y que ensucian el hogar que nos acoge.

También la privatización de la infancia y su instrumentalización.

Tal vez por eso conviene anhelar más aquel primer calor y huir como alma que lleva el diablo del calor ficticio que nos prometen unos tipos fríos como témpanos y tristes como niños abandonados.

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