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El misterio del verano sueco
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El misterio del verano sueco

  • Desde hace cincuenta y cinco años paso anualmente al menos una semana en la costa oeste de Suecia, al sur de Gotemburgo, en una casa al lado del mar.

Por Ignacio Vasallo
jueves 16 de septiembre de 2021, 03:01h

15SEP21 – MADRID.- Aunque es zona de veraneo, es fácil encontrar lugares tranquilos donde bañarse, incluso a ciertas horas del dia, en soledad. Toda la costa tiene protección medioambiental . Las casas más altas tienen dos pisos. Cuando el tiempo acompaña, entre mediados de junio y mediados de agosto, los suecos -hay muy pocos visitantes extranjeros- disfrutan del mar, que está entre 21 y 23 grados de temperatura. Los que pueden, y son muchos, salen con sus barcos, ninguno de ellos presuntuoso, sus lanchitas o sus canoas hacia los cientos de islas que están cercanas a la costa.

Los habituales comienzan el dia con un “morgon dopp” , chapuzón de la mañana que, como el nombre indica , es el baño tempranero. Aparte de en las playas, el “morgon dopp” lo practican en las rocas y en los pontones donde duermen los barquitos. En una especie de acuerdo tácito, cada uno, o cada pareja, parece tener asignada una hora -en realidad unos diez minutos- en los que están solos para poder bañarse desnudos como manda la tradición. El nudismo en Suecia es una cuestión muy privada. No hay playas nudistas, sino algunas zonas acotadas. Tampoco las chicas hacen “topless” en las playas. Solo en la sauna se está desnudo.

El resto del año los suecos se cuentan unos a otros la maravilla del verano pasado o se lamentan de la lluvia que cayó inmisericorde en cuyo caso las reservas para los viajes a España del siguiente año se multiplicaran.

En julio oscurece hacia las 11 de la noche y amanece antes de la cuatro, pero no hay persianas sino unas ligeras cortinillas que nunca cubren toda la ventana. Hay que vivir con la luz como recompensa al obscuro invierno.

Cuando empezó el desarrollo de esa costa, tras la segunda guerra mundial, la mayor parte de las pocas existentes casas eran “ stugas” , cabañas de madera pintadas de rojo como hemos visto en todas las películas suecas . Las construían los propios propietarios ayudándose los unos a los otros. Contaban, no todas, con agua corriente y electricidad y poco más, aunque no solía faltar la sauna. Poco a poco fueron mejorando las infraestructuras y ampliándose las cabañas que se convirtieron en buenas casas, alguna de ladrillo. Hoy tienen calefacción lo que ha permitido que algunos jubilados vendan sus pisos en la ciudad y vivan permanentemente allí.

La seguridad nunca fue un problema, aunque parece que recientemente existe una cierta preocupación. Abundan los carteles que indican la existencia de una vigilancia comunal, aunque yo no he visto a nadie que la ejerciera. Las vallas que delimitan las propiedades son bajas y de madera dejando todo a la vista. Los medios de comunicación destacan la violencia de pandillas juveniles en las ciudades

El “ allemansrätten” o derecho de acceso público permite a cualquiera atravesar o incluso acampar y coger las bayas silvestres en terrenos privados , tanto en tierra como en la costa, respetando la privacidad. Está recogido en la Constitución “Todos tendrán derecho a disfrutar de la naturaleza según el” allemansrátten “.

En la prensa internacional ha habido numerosos artículos comentado la forma en la que las autoridades suecas afrontaron la epidemia, sin normas obligatorias, solo alguna ya en este año, sino a base de recomendaciones. En el resto del mundo extrañaba la poca utilización de la mascarilla en espacios abiertos.

Al principio hubo un elevado índice de muertos, especialmente en las residencias de ancianos y de infectados, sobre todo en comparación con los países vecinos, pero a medida que fue pasando el tiempo las cifras se igualaron.

Cuando a finales de julio llegué a Gotemburgo , nada más bajar del avión empezaron a esfumarse las mascarillas. Algunos todavía la llevaban en la terminal, pero una vez cruzada la puerta desaparecieron y no las volví a ver hasta que regresé al aeropuerto tras mi estancia.

No la llevaban los camareros de los restaurantes, al aire libre, en los que comimos, ni por supuesto los comensales. Ni una sola en las calles y en las tiendas de Varberg , el prestigioso pueblo capital de la comarca.

Por supuesto es difícil comparar. En Suecia no hay bares al estilo español. Si quieres tomar una cerveza siempre puedes en los restaurantes o en los hoteles, pero la gente no “va de cañas”. La distancia física se mantiene más por costumbre que por recomendaciones sanitarias. No se hablaba sobre la pandemia, ni ésta ocupaba un espacio importante en los medios lo que sin duda tiene un efecto beneficioso para el sistema nervioso.

El curioso resultado es que, excepto en la región de Estocolmo, en el resto del país los niveles de contagio son equiparables a otros lugares próximos.

La laxa política de las autoridades no estuvo motivada por una preocupación por la economía, o al menos no en parte, sino en el convencimiento de que tomaban las medidas adecuadas. De hecho, así como los datos epidemiológicos no son peores que los de los vecinos que pusieron en marcha disposiciones muy duras, los datos económicos tampoco son notablemente mejores.

Todavía no he logrado descifrar el misterio del verano sueco, pero si he sacado la conclusión de que de momento están más contentos de que el resto de los europeos.

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